Jueves, 09 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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El papa y yo

por Marcelo González

Voy a hablar de la igualdad entre el papa y yo. Pero mis pretensiones son mucho mas abarcativas que una mera comparación entre Benedicto XVI y González. Pretendo comparara todos los papas con todos los cristianos y establecer que bajo ciertas circunstancias, no poco frecuentes, además, el papa no tiene más autoridad doctrinal que el simple fiel.

El papa no sabe más que yo. Al menos no necesariamente. En potencia yo se lo mismo que el Papa y en algún caso hasta puedo saber más que el papa.

Aclaremos, antes de que sea demasiado tarde, que el papa ejerce la función de mayor autoridad y dignidad que persona alguna puede detentar en esta tierra y en todo el universo, incluyendo el mundo de los hipotéticos marcianos. Y además tiene el carisma de la infalibilidad, cuya existencia y características han sido definidas como dogma de Fe.

Por otra parte, en lo relativo al don de sapientia, él puede tenerla en grado excelso o bien ser un hombre de pocas luces (repito, hablo del “papa” refiriéndome a todos los papas de la historia, habidos y por haber). Y yo  puedo tener el don de sapientia en grado sumo, más que el papa. Puedo, pero no tengo. Aunque si han tenido muchos sabios que en el mundo han sido, y que no fueron papas.

El papa tiene una limitada capacidad para decir que algo es infalible. Limitada en tema: puede decir qué es verdadero y qué es falso en materia de Fe y moral cuando lo enuncia bajo ciertas condiciones y con cierta intención, según ciertas formas prescriptas. Este privilegio lo ejerce muy poco, muy de tanto en tanto, en particular los papas más modernos (de Pío XII para acá) que han elegido una pedagogía persuasiva algunas veces en desmedro del ejercicio de una autoridad doctrinal derivada de la autoridad de Cristo.

Y de eso se trata. El papa no tiene autoridad propia, salvo como doctor privado, con lo cual se sujeta a los avatares de la discusión teológica. Siempre algún aspirante a doctor en teología le está buscando la quinta pata al gato para justificar su tesis.  Y no faltan quienes la encuentren. Porque como doctores privados, todos somos falibles, desde el papa hasta cualquier doctor de cuarta, máxime si el pretendido doctor no llega ni a bachiller.

Pero yo le puedo discutir al papa de igual a igual en materias en que la autoridad de ambos deriva de la misma fuente, llamada Magisterio. El Magisterio está por encima de las Sagradas Escrituras, porque es su regla de interpretación. Junto con el Magisterio, la Tradición es igualmente infalible. Y por cierto las Sagradas Escrituras son inerrantes, pero su interpretación está sujeta al Magisterio, cosa que los protestantes no aceptan y por eso muchas veces (la mayoría de ellas) interpretan como verdaderos protestontos.

Con el Magisterio en la mano, desafío a cualquiera, laico o cura. Párroco, obispo o papa. Soy un enano, pero sentado en los hombros de un gigante. Con mi catecismo Mayor, aún con el Astete, desafío a mi párroco si este me algo afirma algo que niega el catecismo.  Y viceversa. Mucho más con el Magisterio ordinario y más aún con el extraordinario.

En los países hispánicos tenemos el hábito de aceptar la autoridad del sacerdote por su palabra. “Lo dice el cura”... señal de que es verdadero.  Hábito a la vez piadoso pero peligroso, según los tiempos, las materias... y el estado doctrinal y moral del clero. Cuando el clero decae, los fieles tienen que suplir, y para ello pueden, en materia doctrinal (no litúrgica, aclaremos) recurrir a las fuentes infalibles de la doctrina. Cuando los pastores callan, los perros deben ladrar.

Si no estamos tocados por un insanable clericalismo, o por una pereza incursa en la acedia, aquello que nos diga el cura, o el obispo... y hasta el propio papa como doctor privado (posición desde la que opina y no define) ha de ser pasado por el tamiz del Magisterio.

No, no temáis. No pretendo que se revise cada palabra que sale de la boca sacerdotal. Esto introduciría una desconfianza y hasta un cierto libre examen profundamente dañino. No.  Lo que propongo es que aquellas cosas que no tienen el buen olor de Cristo, dichas por cualquiera, aunque sea por un sacerdote, sean contrastadas con la sana doctrina del Magisterio. Y en esos casos se arguya de igual a igual (en este sentido de igualdad ya dicho, no en todo sentido) con quien diga sus zonzas opiniones como si fueran emanaciones de la verdad de Cristo.

El papa y yo podemos discutir mano a mano en diversos temas. Sobre la actuación del Barza o del Real, prevalecerá ahí la ciencia humana, que puede estar de cualquier lado. Y en materia de Fe y moral. Siempre que estemos subidos a la doctrina, que tanto él como nosotros hemos recibido de Cristo.

Huelga decir que el papa tiene una ventaja moral sobre nosotros. Pero no huelga decir que, según nos alecciona San Pablo: “Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. ...”. (Gálatas, 1-8)

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