Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

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La fe necesita desesperadamente de la imaginación

por José Alberto Barrera

 Santa Teresa de Jesús la llamaba la loca de la casa, y siempre ha sido considerada como una de las potencias del alma.

Decía Albert Einsten que la imaginación es más importante que el conocimiento, y al hilo de esto creo que ahora que acaba el Adviento, es momento de recordar que mucho más importante  que lo que hacemos, es lo que somos.

Siempre he pensado que Dios es un gran humorista, que juega a superarse sorprendiéndonos cuando y como menos lo esperamos…y para eso hace falta mucha imaginación.

Imaginación es lo que tuvieron los tres Reyes Magos, cuando emprendieron su viaje guiados por una estrella, y acudieron prestos a adorar al Rey que había de nacer. Caminaron en fe y en imaginación, pues visualizaban lo que sería aquel encuentro, y esto les motivaba a peregrinar. Probablemente lo que encontraron no tuvo nada que ver con lo que habían imaginado, y Dios se sonrió porque les sorprendió. Pero fue la imaginación la que sostuvo su fe y fructificó el coraje de seguir la señal de Dios en los cielos.

Se puede decir que imaginación fue también lo que tuvo la Virgen María cuando visitando a Isabel, y con el niño en su seno, prorrumpió en el canto del Magnificat que visualizaba la redención de nuestro mesías y salvador. Su corazón y su fe, proyectaron con su imaginación lo que había de venir. Y su corazón inmaculado no se quedó ahí, ya en Caná supo componérselas para sacarle el primer milagro a Jesús, y desde luego que no se quedó corta al imaginar que su hijo haría lo que fuera al ruego de su Madre.


La hora más triste, la del Gólgota, fue seguida de ese primer sábado santo en que el que ella esperó e imaginó la resurrección prometida, y estoy seguro de que Dios no defraudó esa imaginación, haciendo que por fin ella pudiera ver la primera lo que su corazón nunca dudó que sucedería, la primicia de la Resurreción.

Los apóstoles se imaginaban gobernadores del nuevo reino de los cielos en la tierra, pero pronto aprendieron la dureza de la misión y la cruz que aceptaban al seguir al Maestro. Aún así Jesús les recordó, en el lago de Tiberíades, que podían soñar con una pesca abundante, pero no de peces, sino de hombres, como le había prometido a Pedro años atrás.

San Pablo pronto se dio cuenta de que vivimos por fe, no en la clara visión (2 Corintios 5,7) aunque tuvo que hacer sus pinitos en aquello de figurarse cómo sería la vida venidera para acabar diciendo lo de “ni el ojo vioni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.” (1 Corintios 2,9).

Podríamos seguir y remontar hasta nuestros tiempos, los santos han tenido siempre esa gloriosa alegría y esa mirada puesta en el mundo futuro, y han vivido alimentados por una fe que es primo hermana de la imaginación.

Quedan apenas tres días de Adviento, y quizás llevemos ya varias semanas inmersos en el frenesí navideño de esta especie de Navidades paridas antes de tiempo que esta sociedad está empeñada en hacernos alumbrar al dictado de las grandes superficies y comercios.

Para mí la noticia es que todavía no es Navidad, y que aún nos quedan tres días de imaginar y de soñar, hasta que el Niño venga…e imaginar es volar muy alto, soñar muy profundo, respirar muy hondo.

Me gusta el Adviento, porque tiene algo de la dureza de la Cuaresma conjugado con la expectativa de la primicia de la Resurrección a la que precede la Encarnación que ahora está a punto de ser rememorada.

A base de tanta Navidad anticipada, nos hemos cargado el Adviento y esa necesidad tan humana de esperar al que llega, y adentrarnos poco a poco en el misterio, con los pies descalzos y el corazón recogido ante la humilde majestad que llega.

En el fondo una Navidad sin Adviento es como un niño carente de la imaginación necesaria para jugar con el juguete que le han traído los Reyes Magos.

Me pregunto si no será que a nuestra fe le falta un poco de imaginación, un poco de soñar en alto, un grado de locura y creatividad y un poquito de insensatez, de esa que conquista los nuevos mundos…

La Navidad trae la nieve, los viejos paisajes redecorados con un manto blanqueador, los fríos que atemperan el cuerpo y calientan el corazón, ese tiempo en el que parecen posibles unos cielos nuevos y una humanidad nueva.

Es un tiempo de renovar la fe, y de hacerla inasequible al desaliento, como la fe de un niño. Es un momento de echar a volar, y recordar que para Dios somos una creación nueva, pues nos ha vuelto a imaginar en Cristo.

Es, en definitiva, la hora de dejar que por un día la imaginación nos descubra una nueva Iglesia y un nuevo mundo, que nunca antes podríamos haber imaginado.

En este espíritu de la Navidad que se avecina, pero que aún no ha llegado, les deseo unas felices y santas pascuas de nacimiento de Nuestro Señor y Salvador.


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