Lunes, 14 de octubre de 2024

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Cuando hables de Dios, pon buena cara

Cuando hables de Dios, pon buena cara

por Un alma para el mundo

CUANDO HABLES DE DIOS, PON BUENA CARA
            Afortunadamente hace mucho tiempo que pasaron aquellos sermones atronadores que,  más que convencer, trataban de vencer a la pobre gente que llenaba los templos  en la Misa Mayor, o Función de Iglesia que se llamaba, el día de la fiesta del patrón. Eran piezas de oratoria que daba gusto oírlas, pero que en algunos momentos te encogía el alma ante un Dios terrible. Y no digamos nada de la misiones populares que ofrecían un panorama tétrico ante un alma atribulada que entonaba el mea culpa entre sollozos. Eran otros tiempos, y hay que juzgarlos con mentalidad histórica. Afortunadamente desde el Vaticano II le hemos limpiado la cara a Dios, y ahora da  gusto verle, aunque corramos el riego de abusar de su bondad eterna. Los humanos somos un tanto complicados, hay que reconocerlo.
 
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Hablar de Dios con amabilidad
            Estamos un poco artos que en la vida social se nos trate, en muchas ocasiones, con displicencia, con cara avinagrada como diría el Papa Francisco. Bastantes problemas nos ofrece la vida como para presentar a Dios como el gran problema, cuando realmente es la solución. Y nuca por táctica propagandística, sino por justicia hacia El que es el Amor.
            Y yo creo que hoy se le ve así cuando se  mira con ojos limpios. En el libro “Como defender la fe sin levantar la voz” (Edit. Palabra)), los autores dicen en la introducción: Los católicos te dirán que la Iglesia es un lugar de amor y bienvenida, de crecimiento y sanación, de apoyo y enriquecimiento, de sabiduría y gracia, de aceptación incondicional; y que desempeña un papel crucial en la construcción de un mundo más humano y generoso. He aquí un secreto de nuestro tiempo, del que no hablan los periódicos: los católicos aman la Iglesia. Por eso se sienten frustrados al ver la imagen distorsionada de la Iglesia que aparece en los medios de comunicación: una institución presentada como dogmática, intolerante y arisca, interesada en los suyo, que impone modos de pensar y de vivir, y que margina a los que piensan de otro modo. En resumen: el imperio del “no”, en lugar del “sí” (Pág. 14).
            Pero para que  la imagen de la Iglesia sea la correcta es necesario formar a los futuros oradores sagrados, sacerdotes, para que sepan exponer el mensaje cristiano en un  lenguaje que, siendo totalmente fiel a la verdad, sea comprensible, amable, estimulante, gozoso… Que el fiel, cuando salga del templo después de la celebración, se vaya con una nueva alegría, un optimismo renovado, un deseo de ser mejor, un orgullo de ser católico, y el propósito de volver porque lo pasa bien, lo necesita, y la calle lo agradece.
 
Resultado de imagen de escuchar la palabra de Dios

            Hay que hablar menos de juicio y más de misericordia. El Papa Francisco, cuando le plantearon el tema de los homosexuales en la Iglesia, después de pensar un poco contestó: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Hay que hablar más de la dignidad de la persona, de los valores permanentes, de la belleza de la Verdad que nos hace libres. A mí me da un buen resultado en la Misa Familiar dirigirme a los niños con un  lenguaje apropiado, y de esa manera me entienden los mayores. No es fácil mantener la atención de un público acostumbrado a la imagen, por eso hay que ser breves y sugerir a su imaginación imágenes tomadas de la vida, contando parábolas como hacía Jesús, planteando interrogantes que hagan pensar… Hay que estar bien formados sobre lo que la Iglesia dice y hace, y saber expresarlo de modo directo y conciso (o.c. pág. 26). Partiendo de los valores comúnmente aceptados por la sociedad hay que proponer otros valores importantes que deben ser tenidos en cuenta y que muchas veces pasan desapercibidos.
            El libro que venimos citando recoge las reglas que propone el método de Catholic Voices para una comunicación eficaz. Las enunciamos aquí y remitimos al lector a la obra que comentamos:
  1. En lugar de enfadarte, reformula
  2. Echa luz, no leña al fuego
  3. Piensa en triángulos (tres mensajes, no más)
  4. La gente se va con lo que ha sentido, y se suele olvidar de casi todo lo que has dicho.
  5. No lo digas: muéstralo (cuenta alguna historia)
  6. Acuérdate de decir “Sí”. Es decir, expón lo que la Iglesia favorece. No la convirtamos en una policía moral
  7. Se compasivo.
  8. Se trata de dar testimonio, no de vencer a nadie
  9. Se trata de Dios, no de nosotros. El altavoz simplemente es el altavoz, no el mensaje
  10. Y siempre rezar antes de hablar de las cosas de Dios.
 
Sin duda hace falta un reciclaje en los evangelizadores mayores. Los jóvenes ya salen con otra formación, otro estilo, y conectan fácilmente con la realidad, pero el lenguaje del amor no tiene edad, y un abuelo puede llegar más fácilmente a su nieto que el mismo padre. No estaría mal ser un poco abuelos de las nuevas generaciones.
 
 
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