Viernes, 26 de abril de 2024

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Amar al enemigo empieza por no etiquetarlo. San Gregorio Magno

Amar al enemigo empieza por no etiquetarlo. San Gregorio Magno

por La divina proporción


Se ha puesto de moda etiquetar a las personas y etiquetarnos a nosotros mismos. Ponernos una etiqueta en “sentirnos” lo que esa etiqueta conlleva. Por ello se dan cada vez más casos de personas que dicen sentirse gatos, perros, bebés, árboles y nadie se atreve a indicar que esto no es verdad y que necesitan tratamiento psicológico. Más aún, llegamos denominarnos a nosotros mismos como cristianos o católicos, sin que estas etiquetas vayan más allá de una etiqueta que nos define emotivamente.

Pero las etiquetas se han puesto de moda como formas de denigrar, insultar y hasta maltratar nuestros hermanos de fe. Bueno, hermanos de sentimiento emotivo, porque si profundizamos, la fe a veces es diametralmente opuesta aunque nos autodenominemos católicos. ¿Quién quiere enemigos cuando y se trata así a nuestros hermanos? También está de moda etiquetarnos unos a otros como fariseos, pepinillos en vinagre, Neo-pelagiano, autorreferencial,  prometeico, tridentino, involucionista, Sr. y Sra. Quejas, Cara de momia, Cortesano leproso, Cara de funeral. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, ya que todos hemos pecado de etiquetado a nuestros hermanos.

Si leemos atentamente el Evangelio de hoy nos daremos cuenta que tratamos a nuestros hermanos de peor manera que como deberíamos tratar a nuestros enemigos. Enemigos que hay que amar correctamente, tal como Cristo no indica:

Guardamos verdaderamente el amor al enemigo, cuando ni su felicidad nos abate ni su ruina nos alegra. No se ama a aquel a quien no se quiere ver mejor, y el que se alegra de la ruina de otro, lo persigue en la fortuna con sus malos deseos. Suele muchas veces suceder, que, aun cuando no se pierda la caridad, la ruina del enemigo nos alegre y su exaltación nos entristezca, aun cuando no estemos manchados con la culpa de la envidia. Como sucede cuando, cayendo él, creemos que algunos podrán levantarse perfectamente, y que, progresando puede oprimir a muchos injustamente. Pero respecto a esto debe procederse con mucha discreción para no dejarnos llevar de nuestros propios resentimientos, bajo el pretexto falaz de la utilidad ajena. Conviene pensar también, qué es lo que debemos a la ruina del pecador y a la justicia del que castiga, pues cuando el Todopoderoso castiga a un perverso, debemos alegrarnos de la justicia del juez y compadecernos de la miseria del que perece. (San Gregorio Magno, Moralia 22, 11)

Quizás deberíamos darnos cuenta de que cada vez de aborrecemos a quien actúa con fidelidad a su fe, lo que estamos haciendo es desmembrar el Cuerpo de Cristo. Ya sé que hay portales que se dedican a hacer esto constantemente. Ya sé que la jerarquía católica no es el mejor ejemplo de caridad en este sentido. Ya sé que tolerar con amor está tan mal visto, que te pueden crucificar tus propios hermanos de fe. Vivimos momentos eclesiales en los que se utiliza la misericordia como ácido y al mismo Papa como hacha de despiece. Esto no es cristiano ni lo será nunca.

Detrás de estas actitudes no hay caridad, ni misericordia, ni tolerancia, ni adhesión a ningún ministerio instituido por Cristo. Detrás del odio está el maligno que nos induce a creernos superiores a los demás y merecedores de todas las gracias. Quienes llaman fariseos a sus hermanos suelen ser quienes calcan la parábola del Publicano y el Fariseo. Así que mejor dejar de etiquetar al hermano o al enemigo y dedicarnos a arrepentirnos de nuestra incapacidad de ser fieles al Señor. Mejor contestar a un hermano con caridad y apertura de corazón, que callar de forma culpable, esperando que nuestros cómplices le apedreen. Dios nos ayude y nos llene de luz.
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