¿Están preparadas nuestras iglesias para crecer?

Lo decía Marc de Leyritz, pionero del Curso Alpha en Francia junto con su mujer Florence, en un libro que se titula “Adivina quién viene a cenar esta noche” que cuenta su increíble labor evangelizadora en el país vecino.

En una entrevista que tuvieron en 1999 con el fallecido Cardenal  Arzobispo de París Jean Marie Lustiger,  éste les dijo “vais a trabajar en una iglesia (la de Francia) que en ocho años habrá perdido el 90% de los sacerdotes que tenía hace cincuenta años”.

Aunque no me he parado a echar las cuentas con para ver si se cumplió su predicción, me quedo con la clarividencia de este cardenal converso del judaísmo, que no tenía miedo a llamar a las cosas por su nombre.

Lustiger siempre me admiró, lo que más me fascinaba es que decía que no era converso, sino que simplemente había dado el paso al cristianismo desde la fe de sus padres.

Me pregunto si hay alguien por España haciendo este tipo de estadísticas, y cuanto tiempo tardaremos en cambiar de marcha, para adaptarnos a una realidad que se impone a marchas forzadas.

Adaptarse no significa otra cosa que reaccionar, y mucho me temo que la reacción llegará cuando llevemos demasiados años de retraso. Ya me gustaría a mí tener a un pastor que nos dijera: “señores, aquí es donde vamos a estar dentro de ocho años, si siguen las cosas como están.  Así que manos a la obra”.

Nuestros pastores sí que hablan de la necesidad de evangelizar, de reavivar a la Iglesia y de su faceta misionera. Pero mientras esto no se concrete en un cambio profundo en la mentalidad y la práctica pastoral de nuestras comunidades y parroquias, sus palabras no se verán traducidas en obras.

A día de hoy nuestras parroquias menguan, la feligresía entra en años, y los jóvenes no pisan la iglesia. Y yo me cuestiono si estamos preparados para crecer en esta situación.

Porque crecer es la única manera de salir delante de esta crisis, pero para hacerlo es necesario renovar las estructuras pastorales caducas, cómo  dice el documento de la Misión continental lanzado por los obispos latinoamericanos tras Aparecida.

Cuentan que una vez dos ratones se acabaron el queso del que se alimentaban, y esto causó una discusión entre los dos.

Uno vivía en la confianza de que otro queso habría de llegar y era partidario de esperar, donde estaba, la llegada del mismo.

El otro creía que al acabarse el queso era claro que había de salir en busca de alimento, que habría otro nuevo queso en algún sitio esperándole.

Ambos tenían fe, pero una fe muy distinta. Cada uno siguió lo que su esperanza le dictaba, uno quedándose, otro partiendo. Al final el ratón que esperaba murió de hambre, mientras que el otro pudo alimentarse.

Ambos tenían fe, pero quizás la fe del que se quedó no renunció a la seguridad de quedarse donde estaba y pensar en los tiempos antiguos de bonanza donde el alimento era abundante.

Era cierto que en el pasado el queso había llegado hasta él allí donde estaba, pero sin quererlo se había acostumbrado tanto al don, que no podía ni sospechar que el reemplazo no habría de llegar.

Sobran las palabras...es tiempo de animarse a salir, a buscar nuevas perspectivas que nos enriquezcan, para descubrir la actualidad del Evangelio en este mundo en qué vivimos, y el gozo de ver cómo Dios, aún hoy, puede cambiar los corazones y renovar la Iglesia.