Lunes, 14 de octubre de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio Mc 14,12-16.22-26

Ser uno en Cristo

Ser uno en Cristo
Pan y Vino. Cuerpo y Sangre

por La divina proporción

El Evangelio de hoy domingo, Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, se centra en la consagración del Pan y el Vino, Cuerpo y Sangre de Cristo, que se ofrece por nosotros. El pan y el vino no es algo que aparezca de la nada, en la Historia Sagrada. Melquisedec:

Entonces Melquisedec, rey de Salem, sacó pan y vino; él era sacerdote del Dios Altísimo. Y lo bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo que entregó a tus enemigos en tu mano. (Gn 16, 18-19)

San Juan Crisóstomo nos habla de ello y señala un elemento muy importante: la unidad en Cristo. ¿Qué otro sentido tiene la palabra comunión? Unidad común que nos engloba y nos transforma en Cristo. Unidad que se evidencia cuando tantas personas tan diferentes, recibimos el sacramento de la Eucaristía.

"¿El pan que partimos, no es la comunión con el cuerpo de Cristo?" (1Co 10,16)... ¿Qué es este pan? El cuerpo de Cristo. ¿En qué se convierten los que comulgan? En el cuerpo de Cristo: no una multitud de cuerpos sino un cuerpo único. Lo mismo que el pan, compuesto de tantos granos de trigo, es un solo pan donde los granos desaparecen y lo mismo que los granos subsisten allí pero es imposible distinguirlos en la masa tan bien unida, así nosotros todos, unidos con Cristo, no somos más que uno... ¿Ahora, si todos nosotros participamos del mismo pan, y si todos estamos unidos entre nosotros con Cristo, por qué no mostramos el mismo amor? ¿Por qué no nos hacemos uno en esto también?

Así era al principio: "la multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma" (Hch. 4, 32)... Cristo vino a buscarte, tú que estabas lejos de él, para unirse a ti; ¿y tú, no quieres ser uno con tu hermano?... ¡Te separas violentamente de él, después de haber conseguido del Señor una gran prueba de amor - y la vida! En efecto, no sólo dio su cuerpo, sino que como nuestra carne, arrastrada por tierra, había perdido la vida y había muerto por el pecado, introdujo en ella, por así decirlo, otra sustancia, como un fermento: su propia carne, su carne de la misma naturaleza que la nuestra pero exenta de pecado y llena de vida. Y nos la dio a todos, con el fin de que, alimentados en este banquete con esta nueva carne... pudiéramos entrar en la vida inmortal. (San Juan Crisóstomo. Homilía 24 sobre la 1ª carta a los Corintios, 2; PG 61, 199)

No pensemos que los problemas eclesiales son algo moderno. Han existido siempre, porque nuestra naturaleza humana no ha cambiado. La santidad, tan deseada, no se ha convertido en el camino común de todos nosotros. Ya en el siglo V, San Juan Crisóstomo se preguntaba: ¿y tú, no quieres ser uno con tu hermano? o ¿Ahora, si todos nosotros participamos del mismo pan, y si todos estamos unidos entre nosotros con Cristo, por qué no mostramos el mismo amor?. El ser humano siempre ha sido soberbio y terriblemente egoísta. Nos gustan las apariencias antes que lo esencial. Nos encanta vernos alabados por las multitudes y rechazamos ser simples y humildes herramientas del Señor. Sabemos que nada podemos sin Cristo (Jn 5, 15), pero al mismo tiempo, creemos que tenemos que ser la salsa que sazone todos los platos.

La Eucaristía es fermento de unidad en nosotros. Unidad en Cristo. Unidad que se debería evidenciar en cada momento de nuestra vida y sobre todo, dentro de la comunidad cristiana que tanto necesitamos. 

La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos (Hch 4, 32).

Deberíamos preguntarnos: ¿Tenemos nosotros un solo corazón y una sola alma? porque esto era lo que sorprendía a quienes veían las primeras comunidades cristianas. El camino lo tenemos señalado de forma clara y evidente. Cada uno de nosotros podrá tomar ese camino divino, cualquier otro que se oferte lleno de promesas humanas. La Nueva Evangelización no podrá despegar sin que los colectivos humanos cristianos se conviertan en verdaderas comunidades cristianas. Comunidades que se unen a través de la Comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo.

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