Jueves, 02 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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Demuéstrame que Dios no existe

por Estamos en Sus Manos

Estos días he estado leyendo a tres grandes autores alemanes del siglo XIX que han marcado sin duda un antes y un después en el pensamiento occidental. Se trata de Feuerbach, Nietzsche y Marx. El primero es quizá menos conocido, pero influyó grandemente en los otros dos además de en el padre de la psicología profunda, Sigmund Freud. Tiene un libro, llamado “La esencia del cristianismo” en el que, según se dice, ataca y desmonta la religión y específicamente la fe cristiana, y de su veredicto penden los de Marx, Nietzsche y Freud, los tres famosos padres de la sospecha, que acusan a la religión de alienar al hombre de su verdadera naturaleza. Hice un esfuerzo grande previo, para poder comprenderlos, leyéndome varios tomos de historia de la filosofía, a Darwin, a Malthus, a Descartes, a Hume, a Schopenhauer, entre otros. Me dispuse a leerlos, pensando encontrar algo de profundo calado, quizá algo incluso que pudiera hacer vacilar mi propia fe. Sin embargo, la experiencia ha sido, además de indigesta, decepcionante.

Nietzsche es, sin duda, un poeta, y se disfruta mucho leyéndolo; quizá ese aspecto cautivador de su filosofía, junto a la promesa del superhombre, sean lo que le ha proporcionado tanta repercusión. Marx es plúmbeo, repetitivo, complejo, intrincado, ilógico. Feuerbach tiene una única tesis y la aplica indiscriminadamente a todo, retorciéndolo si es necesario para que entre en el esquema religioso que ha indicado como presupuesto. Espero que Freud me depare más alegrías.

La tesis básica de Feuerbach es que Dios es la esencia del hombre, que éste proyecta fuera de sí mismo. Todo lo que el hombre predica de Dios es en realidad un predicado de la naturaleza humana. Omnipotente, omnisciente, infinito… todo eso corresponde a la naturaleza humana, proyectado y sublimado en un ser exterior. Fiel discípulo de Hegel, como todos los alemanes del siglo XIX, aplica el famoso esquema de tesis, antítesis y síntesis a la evolución de la religión, a su propia manera. El hombre está alienado porque no se da cuenta de que lo que predica de Dios le pertenece a su propia esencia. Según Él, fe y amor son dos extremos de la vida cristiana que muestran a su vez el binomio Padre – Hijo, en el que el primero encarna lo dogmático, intransigente, impositivo e intolerante, condenador, y el segundo la dulzura, el perdón, la acogida, la misericordia. Establecida esta “inversión antropológica de la metafísica” que pone al hombre en el lugar de Dios, empieza a analizar todo lo relacionado con la fe cristiana y lo calza en ese esquema hasta intentar que pierda su genuino sentido. Obviamente, como es solo un binomio, le sobran cosas, así que elimina de un plumazo al Espíritu Santo, dice que fe y esperanza son lo mismo, etc. ¿La promesa? Que el hombre será plenamente él mismo cuando supere el planteamiento religioso, que ha sido necesario, pero es insuficiente. En esta descripción simplista del binomio Padre - Hijo Feuerbach parece haber olvidado cómo habla Jesús del Padre en la parábola del hijo pródigo, pero perdonémosle este desliz.

Vamos a tratar de mostrar lo absurdo del planteamiento de Feuerbach. Imaginemos que yo digo que en el interior de los agujeros negros hay una gran fuerza de succión provocada por graves tormentas cuánticas que producen una corriente y que esa corriente es la que hace que todo sea atraído por los agujeros negros, y que por lo tanto no es que tengan una enorme gravedad debido a la acumulación de materia en su interior, sino que lo que atrae a todo lo que se acerca a su horizonte es ese poder de succión. Desde aquí no podemos “ver” un agujero negro, ni acercarnos, ni saber con certeza “qué” hay dentro, solo podemos observar el comportamiento gravitatorio que se da alrededor de ellos. Hawking podría levantarse de su tumba y discutir conmigo sobre quién está en lo cierto, si él o yo, pero nunca podríamos demostrarlo. Pongamos por caso que su explicación es tan satisfactoria como la mía. En mi tesis, en los agujeros negros no hay gravitación, sino succión, digamos hacia otro extremo del universo curvo a través de un agujero de gusano. ¿Qué demuestra mi teoría? Absolutamente nada. Solo da una explicación más o menos plausible de por qué existen áreas en el espacio de una densa oscuridad y que ejercen atracción sobre los objetos estelares próximos. ¡Que demuestre alguien que no tengo razón! Pero esto no es una demostración, es solo una hipótesis. Si yo la doy por cierta, puedo jugar con ella todo lo que quiera, pero todo pende de un hilo: si la hipótesis es cierta o no. Cuando doy por cierta la hipótesis sin más, se trata de un presupuesto: algo que doy por cierto para seguir construyendo mi esquema. Pero no demuestra nada.

Mi teoría de los agujeros negros es indemostrable, porque (en principio) nunca nos podremos acercar tanto a uno que podamos comprobar quién tiene razón. Del mismo modo, la teoría de Feuerbach sobre la religión estaría muy bien si fuera cierta, pero nada puede demostrar que lo sea. De hecho, Feuerbach comete un grave error, en el que le siguen Marx y Nietzsche: no mirar a la historia. De hecho, la religión cristiana no surge como la idealización de una esencia humana traspuesta sobre los cielos, sino de un acontecimiento histórico que tiene lugar en una aldea remota de un país lejano ocupado por el imperio romano. Unos pobres pescadores habrían inventado la gallina de los huevos de oro. Pero Feuerbach dice que el cristianismo es el culmen del anhelo religioso del hombre, que en él llega a su cumbre todas las religiones de la humanidad porque expresa con la mayor precisión posible hasta dónde puede llegar la religión antes de su quiebra. Y sin embargo, la fe cristiana no ha sido aceptada por todos. Si realmente expresara ese anhelo secreto que anida en lo profundo de todo hombre, todos habrían caído rendidos ante sus encantos: budistas, mahometanos, hindúes, paganos, taoístas… Sin embargo, no ha sido así. Según Feuerbach, en el cristianismo está objetivamente muy bien representado todo lo que es la esencia humana y es la religión más avanzada, la última religión. Sin embargo, obvia que los dogmas cristianos están muy lejos de ser fácilmente aceptables.

A nuestro autor le parece totalmente lógico que el cristianismo diga que Dios es Trinidad, cuando este dogma ha constituido un quebradero de cabeza durante siglos, dando lugar a sucesivas herejías porque se comprendía mal. Le parece perfectamente coherente que el cristianismo diga que bajo la forma del pan está presente Jesucristo, algo que es a todas luces y en todo tiempo muy difícil de aceptar. Le parece la conclusión más coherente que María fuese virgen, cuando este dogma ha sido profundamente discutido y malentendido hasta nuestros días. Feuerbach, inserto en una cultura profundamente cristiana, ve completamente normales cosas que han supuesto una novedad total en la historia y que no resultan de una objetivación de la esencia del hombre en absoluto.

Incluso, aún en el caso de que algunas personas hubieran llegado a la convicción de la fe porque se han alienado de su naturaleza humana y la han proyectado en una figura externa divina, eso no demuestra ni que Dios no existe, ni que el cristianismo sea mentira. Es un presupuesto que Feuerbach simplemente establece, y ya está. No lo puede demostrar, y a su vez este presupuesto indemostrado no demuestra nada. A lo sumo las ideas que Feuerbach ha querido ver de la esencia humana proyectada en la divinidad muestran sus propias ideas, pero no una realidad demostrada, y mucho menos un argumentación lógica.

El argumento de Feuerbach flojea al máximo cuando esquiva la noción de analogía. Su razonamiento es que decimos que Dios es el ser más fuerte porque somos fuertes, que es el más inteligente porque somos inteligentes, que es el más sabio porque somos sabios; o sea, que proyectamos en él nuestras cualidades llevándolas al máximo; o sea, que entenderíamos a Dios como si fuera un hombre, caeríamos en el antropomorfismo, pensando de Dios como si fuera un ser humano con manos, pies y cabeza. Sin embargo, ya había quedado muy claro en la teología cristiana que de Dios hablamos por analogía, es decir, que no predicamos de él que sea sabio en el mismo sentido que nosotros, sino que él es la sabiduría máxima, y que su modo de saber es absolutamente excelso comparado con el nuestro (omnisciencia), y que llamamos saber a su saber por analogía con nuestro saber, pero no porque proyectemos en él nuestro saber. Resulta triste que Feuerbach pase esto por alto, porque es muy complicado pensar que lo hiciese inconscientemente. La acusación de antropomorfismo se topa de bruces con la teología analógica y con la teología negativa, pero Feuerbach pasa de puntillas por esto. Feuerbach solo muestra que alguna persona podría creer en Dios por un motivo patológico, al proyectar en él sus propias frustraciones, pero nada más. Si cualquiera quiere leer “La esencia del cristianismo” con estas claves, descubrirá que todo el edificio que levanta este filósofo cae por tierra. No tiene consistencia ninguna.

Además, Feuerbach promete el cielo en la tierra, como no podía ser menos. El hombre, cuando deje atrás la alienación en la que proyecta en un ser divino sus propias cualidades, llegará a ser plenamente lo que está llamado a ser. Entonces, ¿qué? ¿Será omnisciente, omnipotente, infinito…? ¿Es así la naturaleza humana? Según Feuerbach sí. Porque hace una abstracción imposible. La esencia humana existe en los seres humanos, y lo que importa no es que durante muchas generaciones la “humanidad” acumule mucho saber, sino lo que cada hombre sabe. Feuerbach deja de lado la humanidad encerrado en su idea de la esencia humana. Y ni la esencia humana ni el hombre individual son dios, ni pueden serlo. Así, en la práctica, Feuerbach le diría al hombre: confórmate con ser hombre. Está bien, pero no niega ni demuestra absolutamente nada, y de hecho deja sin respuesta el deseo de infinitud y eternidad del corazón humano.

Nietzsche sigue a Feuerbach, añadiendo malicia a los creadores de la religión cristiana, alejándose aún más de los orígenes históricos objetivos del cristianismo, que no brota como una especulación de los sacerdotes para dominar a los fuertes, sino de un acontecimiento histórico que no tiene nada que ver con una moral de esclavos o de señores. Nietzsche es una delicia, pero todo lo que dice, todo, es infundado. Son teorías suyas, indemostrables, mientras promete como un profeta que vendrá el superhombre… Aquí lo seguimos esperando.

Marx baja más a la tierra, pero sigue prometiendo un paraíso terrenal. Lo único que critica a Feuerbach es que se queda en teorías y no pasa a la revolución. Para Marx la esencia humana se realiza plenamente en la sociedad comunista, en la que la “naturaleza humana” se ve por fin libre de la alienación y disfruta de su plenitud en una sociedad sin clases. Promete, promete, pero nunca viene. Y siempre disolviendo el individuo en la masa. Hasta que llegue la sociedad sin clases, ¿qué hace el individuo? ¿Y qué nos hace pensar que esa sociedad sin clases será el cielo en la tierra? Marx parte de que la religión se utiliza para que los pobres no maldigan su suerte y se resignen a vivir en el sufrimiento proletario. ¿De dónde saca eso? ¿No es el cristianismo quien ha luchado siempre por la implantación de la justicia en la tierra? Marx no desconoce que los primeros sindicatos y movimientos obreros fueron cristianos; silencia este dato a propósito, porque quiere acabar con la “alienación religiosa”. Sin embargo, el marxismo toma pronto la forma de una religión fanática que promete un paraíso terrenal que nunca llega. Y que si llegara dejaría sin responder a las preguntas y a la sed que hay en el fondo del corazón del hombre.

En resumen, un chasco. No he encontrado nada con fundamento ni que demuestre realmente nada. Solo presupuestos, prejuicios. Pero desde que estos hombres surcaron la tierra, el peso de la prueba recae sobre los creyentes, sobre todo en Occidente. “¡Demuéstrame que Dios existe!”. Demuéstrame tú que no, demuéstrame que la inmensa mayoría de la humanidad se ha equivocado, demuéstrame que la revelación en Cristo no es verdadera, demuéstrame que la religión no llena el corazón humano, demuéstrame que las promesas de estos mesías son verdad, demuéstrame que Dios no existe. El peso de la prueba no recae en los creyentes, que somos la mayoría de la humanidad, sino en los ateos, que niegan por principio el hecho de que el ser humano es religioso por naturaleza. Esto no demuestra la existencia de Dios. Pero que demuestren ellos con algún argumento sólido que no existe… Basta de complejos.

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