Sábado, 20 de abril de 2024

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En verdad ha resucitado

Este hombre era hijo de Dios

por Piedras vivas

La fiesta de la Resurrección de Jesucristo se celebra a lo grande durante la Pascua en todo el orbe cristiano, como tiene lugar este año en el festival de fe en la madrileña Plaza de Cibeles. Se trata de un eco del Aleluya cantado ante el Cirio Pascual encendido en la noche con la impaciencia santa por celebrar a Jesucristo resucitado como esperanza definitiva para el mundo.

En verdad ha resucitado

El eco sonoro del Aleluya pascual vibra en la Iglesia anunciando la Resurrección de Jesucristo, tan verdadera como su muerte en la Cruz. El sepulcro vacío es el signo y el primer paso para reconocerlo por la ausencia del cuerpo en la síndone desinflada. Y también por las numerosas apariciones de Jesús resucitado que completan los signos, probando que es el mismo Jesús con un cuerpo glorioso, que conserva las cinco llagas en señal de identidad corporal, y come en presencia de sus asombrados apóstoles. En verdad la Resurrección de Cristo no es un invento de unos hombres ni fruto de sugestiones humanas.

En verdad ha resucitado

El eco sonoro del Aleluya pascual vibra en la Iglesia anunciando la Resurrección de Jesucristo, tan verdadera como su muerte en la Cruz. El sepulcro vacío es el signo y el primer paso para reconocerlo por la ausencia del cuerpo en la síndone desinflada. Y también por las numerosas apariciones de Jesús resucitado que completan los signos, probando que es el mismo Jesús con un cuerpo glorioso, que conserva las cinco llagas en señal de identidad corporal, y come en presencia de sus asombrados apóstoles. En verdad la Resurrección de Cristo no es un invento de unos hombres ni fruto de sugestiones humanas.

Entre los fundadores de otras religiones y sus seguidores hay un cadáver, mientras que entre Jesucristo y sus discípulos sólo hay un sepulcro vacío. Y un cuerpo glorioso que ya está en el cielo y en la tierra como Eucaristía. Creer en el Resucitado es comenzar a vivir como resucitados, y hacerlo en la comunión de la Iglesia para no ser islas aisladas, valga la redundancia, como se hizo Tomás durante una semana desde el primer Domingo al segundo..

En verdad ha resucitado

El eco sonoro del Aleluya pascual vibra en la Iglesia anunciando la Resurrección de Jesucristo, tan verdadera como su muerte en la Cruz. El sepulcro vacío es el signo y el primer paso para reconocerlo por la ausencia del cuerpo en la síndone desinflada. Y también por las numerosas apariciones de Jesús resucitado que completan los signos, probando que es el mismo Jesús con un cuerpo glorioso, que conserva las cinco llagas en señal de identidad corporal, y come en presencia de sus asombrados apóstoles. En verdad la Resurrección de Cristo no es un invento de unos hombres ni fruto de sugestiones humanas.

Este hombre era hijo de Dios

Los cristianos no creemos en la muerte de Jesucristo, que fue evidente para sus discípulos y más para sus enemigos, incluido Pilatos que dio la orden para constatar su muerte. En cambio, al centurión se le escapó después de la lanzada ese «en verdad este hombre era hijo de Dios»: el soldado no olvidaría jamás que aquella fue una muerte única. San Agustín afirma esto mismo: que los cristianos no creemos solo en la muerte de Jesús, es evidente, sino en su propia resurrección, algo inaudito y que jamás se volverá a repetir, porque la Salvación ya está realizada por Él mismo. Por eso revivimos hoy con intensidad estos sucesos pues no se pierden en la noche de los siglos: estrenamos la Pascua

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado; recordad cómo os habló cuando aún estaba en Galilea diciendo que convenía que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de hombres pecadores, y fuera crucificado y resucitase al tercer día», es el anuncio del ángel a las mujeres recogido por Juan y los otros Evangelios.

Testigos

«Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados»: es la predicación de san Pedro en casa de Cornelio según refiere el libro de los Hechos. Así vemos que los apóstoles dan testimonio de aquel en quien han creído, y lo hacen trabajando durante años por la expansión de la Iglesia, cumpliendo la misión confiada por Jesús.

El filósofo existencialista Gabriel Marcel daba gracias por haber tratado a cristianos que tenían tan dentro a Cristo «que ya no me era lícito seguir dudando»: es la fuerza humana del testimonio de muchos contemporáneos que creen en la Resurrección y aceptan las consecuencias. Ellos pertenecen a la estirpe de los santos.

No debería haber “cristianos del montón” que no aspiran a la santidad. En Pascua recibimos de nuevo la luz de Jesús resucitado para vivir y crecer en la gracia de Dios, sobre todo cuando comulgamos -debidamente preparados- con su Cuerpo y su Sangre gloriosos bajo las especies sacramentales.

«Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria», es la afirmación de san Pablo cuando escribe a los de Colosas. Hoy recibimos también la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos de una cultura de vida que se opone a una cultura de muerte, que promueve con fuerza la manipulación genética, la contracepción o la eutanasia, confundiendo las conciencias menos formadas.

Desvelando el misterio

The mistery man es el título de la exposición sobre el hombre de la Sábana santa o Síndone en la que han quedado marcadas más que a fuego las señales de la Pasión de Jesucristo.

La catedral de Guadix, en Granada, acoge la exposición sobre este Hombre misterioso centrada en el Cristo yacente flagelado y en la Madre que le acoge en su regazo de modo muy distinto a la primera vez cuando lo sintió vivir en sus entrañas desde la Encarnación. La Virgen Dolorosa llora o al menos así la ha representaron los escultores y pintores para mostrar la muerte cierta de Jesús, el dolor inmenso de la Madre, y mover los corazones a la conversión.

El escultor de este Cristo ha seguido fielmente los rastros de la flagelación y los golpes infligidos al Hombre Misterioso con una fidelidad que conmueve e impacta por el realismo tremendo con la Pasión de Jesús. El espectador ve un cuerpo cubierto en su totalidad por los golpes, las llagas en las manos y en los pies, y la herida abierta en el costado, también en la nariz y en el cabello apelmazado por la sangre de la corona de espinas. Una imagen que parecer superar en realismo a las de los escultores como Gregorio Fernández y Juan de Juni, y tantos otros.

Desde la celebración litúrgica de la Resurrección el Aleluya, alabad a Yahvé, es el saludo y contraseña de la Iglesia durante el Tiempo Pascual, con la alegría de quienes comprueban que Dios no abandona a los hombres. Así, el Resucitado llena de esperanza nuestros trabajos en la tierra para extender el Reino de Dios, el que aclamaban aquellas gentes en el Domingo de Ramos, sin saber en realidad todo lo que implica la Alianza Santa de Dios con los hombres de todo tiempo y lugar. Anuncia y asegura también nuestra futura resurrección al final de los tiempos.

Asistimos hoy a un desarrollo sin precedentes de las ciencias y las técnicas que pueden proporcionar bienestar para la mayoría, pero también pueden atentar contra la dignidad humana fabricando hombres y amenazando la convivencia pacífica entre las personas y los pueblos. De ahí que el progreso sea tarea moral y responsabilidad principal de los cristianos, que aspiramos a ser para el mundo lo que el alma es para el cuerpo, según la famosa comparación de la Didaché.

Por eso: «En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a Él por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!

»Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Éfeso; informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum, cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura», reconoce san Josemaría en la homilía que lleva precisamente por título «Cristo presente en los cristianos».

Este hombre era hijo de Dios

Los cristianos no creemos en la muerte de Jesucristo, que fue evidente para sus discípulos y más para sus enemigos, incluido Pilatos que dio la orden para constatar su muerte. En cambio, al centurión se le escapó después de la lanzada ese «en verdad este hombre era hijo de Dios»: el soldado no olvidaría jamás que aquella fue una muerte única. San Agustín afirma esto mismo: que los cristianos no creemos en la muerte de Jesús, es evidente, sino en su propia resurrección, algo inaudito y que jamás se volverá a repetir, porque la Salvación ya está realizada. Por eso revivimos hoy con intensidad estos sucesos pues no se pierden en la noche de los siglos: estrenamos la Pascua

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado; recordad cómo os habló cuando aún estaba en Galilea diciendo que convenía que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de hombres pecadores, y fuera crucificado y resucitase al tercer día», es el anuncio del ángel a las mujeres recogido por Juan y los otros Evangelios.

Testigos

«Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados»: es la predicación de san Pedro en casa de Cornelio según refiere el libro de los Hechos. Así vemos que los apóstoles dan testimonio de aquel en quien han creído, y lo hacen trabajando durante años por la expansión de la Iglesia, cumpliendo la misión confiada por Jesús.

El filósofo existencialista Gabriel Marcel daba gracias por haber tratado a cristianos que tenían tan dentro a Cristo «que ya no me era lícito seguir dudando»: es la fuerza humana del testimonio de muchos contemporáneos que creen en la Resurrección y aceptan las consecuencias. Ellos pertenecen a la estirpe de los santos.

No debería haber “cristianos del montón” que no aspiran a la santidad. En Pascua recibimos de nuevo la luz de Jesús resucitado para vivir y crecer en la gracia de Dios, sobre todo cuando comulgamos -debidamente preparados- con su Cuerpo y su Sangre gloriosos bajo las especies sacramentales.

«Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria», es la afirmación de san Pablo cuando escribe a los de Colosas. Hoy recibimos también la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos de una cultura de vida que se opone a una cultura de muerte, que promueve con fuerza la manipulación genética, la contracepción o la eutanasia, confundiendo las conciencias menos formadas.

Desvelando el misterio

The mistery man es el título de la exposición sobre el hombre de la Sábana santa o Síndone en la que han quedado marcadas más que a fuego las señales de la Pasión de Jesucristo.

La catedral de Guadix, en Granada, acoge la exposición sobre este Hombre misterioso centrada en el Cristo yacente flagelado y en la Madre que le acoge en su regazo de modo muy distinto a la primera vez cuando lo sintió vivir en sus entrañas desde la Encarnación. La Virgen Dolorosa llora o al menos así la ha representaron los escultores y pintores para mostrar la muerte cierta de Jesús, el dolor inmenso de la Madre, y mover los corazones a la conversión.

El escultor de este Cristo ha seguido fielmente los rastros de la flagelación y los golpes infligidos al Hombre Misterioso con una fidelidad que conmueve e impacta por el realismo tremendo con la Pasión de Jesús. El espectador ve un cuerpo cubierto en su totalidad por los golpes, las llagas en las manos y en los pies, y la herida abierta en el costado, también en la nariz y en el cabello apelmazado por la sangre de la corona de espinas. Una imagen que parecer superar en realismo a las de los escultores como Gregorio Fernández y Juan de Juni, y tantos otros.

Desde la celebración litúrgica de la Resurrección el Aleluya, alabad a Yahvé, es el saludo y contraseña de la Iglesia durante el Tiempo Pascual, con la alegría de quienes comprueban que Dios no abandona a los hombres. Así, el Resucitado llena de esperanza nuestros trabajos en la tierra para extender el Reino de Dios, el que aclamaban aquellas gentes en el Domingo de Ramos, sin saber en realidad todo lo que implica la Alianza Santa de Dios con los hombres de todo tiempo y lugar. Anuncia y asegura también nuestra futura resurrección al final de los tiempos.

Asistimos hoy a un desarrollo sin precedentes de las ciencias y las técnicas que pueden proporcionar bienestar para la mayoría, pero también pueden atentar contra la dignidad humana fabricando hombres y amenazando la convivencia pacífica entre las personas y los pueblos. De ahí que el progreso sea tarea moral y responsabilidad principal de los cristianos, que aspiramos a ser para el mundo lo que el alma es para el cuerpo, según la famosa comparación de la Didaché.

Por eso: «En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a Él por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!

»Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Éfeso; informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum, cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura», reconoce san Josemaría en la homilía que lleva precisamente por título «Cristo presente en los cristianos».

Este hombre era hijo de Dios

Los cristianos no creemos en la muerte de Jesucristo, que fue evidente para sus discípulos y más para sus enemigos, incluido Pilatos que dio la orden para constatar su muerte. En cambio, al centurión se le escapó después de la lanzada ese «en verdad este hombre era hijo de Dios»: el soldado no olvidaría jamás que aquella fue una muerte única. San Agustín afirma esto mismo: que los cristianos no creemos solo en la muerte de Jesús, es evidente, sino en su propia resurrección, algo inaudito y que jamás se volverá a repetir, porque la Salvación ya está realizada. Por eso revivimos hoy con intensidad estos sucesos pues no se pierden en la noche de los siglos: estrenamos la Pascua.

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado; recordad cómo os habló cuando aún estaba en Galilea diciendo que convenía que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de hombres pecadores, y fuera crucificado y resucitase al tercer día», es el anuncio del ángel a las mujeres recogido por Juan y los otros Evangelios.

Testigos

«Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados»: es la predicación de san Pedro en casa de Cornelio según refiere el libro de los Hechos. Así vemos que los apóstoles dan testimonio de aquel en quien han creído, y lo hacen trabajando durante años por la expansión de la Iglesia, cumpliendo la misión confiada por Jesús.

El filósofo existencialista Gabriel Marcel daba gracias por haber tratado a cristianos que tenían tan dentro a Cristo «que ya no me era lícito seguir dudando»: es la fuerza humana del testimonio de muchos contemporáneos que creen en la Resurrección y aceptan las consecuencias. Ellos pertenecen a la estirpe de los santos.

No debería haber “cristianos del montón” que no aspiran a la santidad. En Pascua recibimos de nuevo la luz de Jesús resucitado para vivir y crecer en la gracia de Dios, sobre todo cuando comulgamos -debidamente preparados- con su Cuerpo y su Sangre gloriosos bajo las especies sacramentales.

«Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria», es la afirmación de san Pablo cuando escribe a los de Colosas. Hoy recibimos también la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos de una cultura de vida que se opone a una cultura de muerte, que promueve con fuerza la manipulación genética, la contracepción o la eutanasia, confundiendo las conciencias menos formadas.

Desvelando el misterio

The mistery man es el título de la exposición sobre el hombre de la Sábana santa o Síndone en la que han quedado marcadas más que a fuego las señales de la Pasión de Jesucristo.

La catedral de Guadix, en Granada, acoge la exposición sobre este Hombre misterioso centrada en el Cristo yacente flagelado y en la Madre que le acoge en su regazo de modo muy distinto a la primera vez cuando lo sintió vivir en sus entrañas desde la Encarnación. La Virgen Dolorosa llora o al menos así la ha representaron los escultores y pintores para mostrar la muerte cierta de Jesús, el dolor inmenso de la Madre, y mover los corazones a la conversión.

El escultor de este Cristo ha seguido fielmente los rastros de la flagelación y los golpes infligidos al Hombre Misterioso con una fidelidad que conmueve e impacta por el realismo tremendo con la Pasión de Jesús. El espectador ve un cuerpo cubierto en su totalidad por los golpes, las llagas en las manos y en los pies, y la herida abierta en el costado, también en la nariz y en el cabello apelmazado por la sangre de la corona de espinas. Una imagen que parecer superar en realismo a las de los escultores como Gregorio Fernández y Juan de Juni, y tantos otros.

Desde la celebración litúrgica de la Resurrección el Aleluya, alabad a Yahvé, es el saludo y contraseña de la Iglesia durante el Tiempo Pascual, con la alegría de quienes comprueban que Dios no abandona a los hombres. Así, el Resucitado llena de esperanza nuestros trabajos en la tierra para extender el Reino de Dios, el que aclamaban aquellas gentes en el Domingo de Ramos, sin saber en realidad todo lo que implica la Alianza Santa de Dios con los hombres de todo tiempo y lugar. Anuncia y asegura también nuestra futura resurrección al final de los tiempos.

Asistimos hoy a un desarrollo sin precedentes de las ciencias y las técnicas que pueden proporcionar bienestar para la mayoría, pero también pueden atentar contra la dignidad humana fabricando hombres y amenazando la convivencia pacífica entre las personas y los pueblos. De ahí que el progreso sea tarea moral y responsabilidad principal de los cristianos, que aspiramos a ser para el mundo lo que el alma es para el cuerpo, según la famosa comparación de la Didaché.

Por eso: «En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a Él por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!

»Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Éfeso; informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum, cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura», reconoce san Josemaría en la homilía que lleva precisamente por título «Cristo presente en los cristianos».

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