Una Iglesia que juzga, hipócrita y chapada a la antigua

Últimamente me inquieta constatar cómo una gran parte de la gente de fuera de la Iglesia, y en especial los jóvenes, percibe a los cristianos como gente anticuada, rara y extraña.

Quizás parte del problema tenga que ver con aquellos consejos de Escrutopo- el diablo tentador de C.S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino- quien sabiamente sugiere a su sobrino hacer ver a su “paciente”- una persona a punto de convertirse- que la gente que le rodea en la iglesia son todos unos raros, y que él es distinto de “esa gente”.

Pero aunque a algunos les pese, no todo se explica con el diablo, y hay momentos en lo que uno se para a mirar alrededor en una misa cualquiera y no puede evitar preguntarse qué habrá de verdad en las caricaturas que de nosotros se hace la gente desde fuera.

En la Iglesia, como en botica, hay de todo y las generalizaciones son siempre engañosas, pero el hecho es que en nuestra cultura actual se identifica a la Iglesia con el beaterío, lo anticuado, lo afectación, el rigor desmedido y el sermoneo moralizante.

Obviamente no debemos guiarnos por la percepción de los demás, ni andar preocupados por el que dirán, y mucho menos contemporizar rebajando nuestra predicación y nuestro ideal; pero creo que no vendría mal dedicar un tiempo a pensar por qué la gente percibe así a los cristianos.

Es una reflexión que nos conviene, pues aunque tenemos muy claro quiénes somos, no estoy seguro de que el mundo de fuera lo tenga tan claro. Estoy seguro de que en la India, si se ponen a pensar en monjas católicas, la primera idea que viene a la mente de la gente es la Madre Teresa, con sus miles de hermanas y sus saris blancoazulados, ayudando a los más menesterosos.  

Si en cambio en nuestra cultura secular mentamos la palabra “cura” o “monja” y pedimos a cualquiera que nos diga con qué asocia en su mente estas palabras, los apelativos varían y pueden ser desde lo más cariñoso hasta lo más despectivo, pues gente y experiencias hay para todo.

En una encuesta reciente del Barna Group, una entidad estadounidense dedicada a servir a la iglesia desde el campo de la investigación sociológica, nueve de cada doce atributos con los que los adultos menores de treinta años describieron a los cristianos, fueron negativos. Los más populares fueron:  juzgadores (87%), hipócritas (85%) y chapados a la antigua (78%)

Algo me dice que una cierta razón tendrán, pues hemos pasado del “mirad cómo se aman” que exclamaban los paganos al sentirse interpelados por las primeras comunidades cristianas, al “mirad cómo viven como curas” de nuestra secularizada y anticlerical España zapateril.

Ya sé que esto es injusto con miles de personas que viven su fe, entregados a Dios y a los hombres, gracias a los cuales todavía hay lugares donde recibir comida, compañía y amor fraterno en un mundo inhóspito como el nuestro.

Pero esto no quita para pensar que quizás aquello de “si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee” (Mt 5,13), es una causa más que probable de esta percepción tan generalizada de nuestros contemporáneos.

Vivimos una iglesia de trinchera y pancatolicismo, en la que el mundo de fuera, como en la modernidad, se ha convertido en el enemigo a batir. Nos refugiamos en nuestras iglesias y nuestra arcadia feliz, sin preocuparnos lo suficiente de lo de fuera, absortos en nuestras prácticas de piedad y nuestro Dios formación. Nosotros nos salvamos sí, pero no nos duele lo suficiente que otros no se salven, pues es más importante salir adelante con nuestra vida, nuestros proyectos y nuestro bienestar ilusorio que no es más que flor de un día.

Y si nos portamos así con los de fuera, para qué hablar de cómo tratamos a los de dentro. Hemos trazado una línea férrea e indivisible entre carcas y progres que no atiende a razones sino a ideologías, cargada de razón pero carente de corazón en muchos casos. Los que estamos en una parroquia que tiene gente en abundancia miramos a las demás con condescendencia, en vez de enviar a lo mejor de nuestros parroquianos para reavivarlas. Los de los movimientos parece que han encontrado la clave perdida del cristianismo, fuera de la cual no hay salvación.

Y qué decir si hablamos de ecumenismo y del amor que como hermanos tendríamos que profesarnos todos, por no pensar en la misión conjunta de amarnos para que el mundo crea y evangelizar a un mundo que no cree.

Por injustas que suenen estas palabras para los que no son así, y por vacías que resulten las críticas que nos hacen en encuestas como las de Barna Group, creo que algo de razón llevan, y que al menos demuestran que la comunicación entre la Iglesia y los alejados, falla a todas las luces.

En fin, seguiré con el tema más adelante, pues mañana me voy para Ars, Francia, donde se celebra el segundo retiro sacerdotal internacional, con motivo del Año Sacerdotal. Predicará el retiro el cardenal Schönborn, (a quien por cierto le han llovido las críticas últimamente en este y otros medios), ante más de mil sacerdotes de todo el mundo. Tengo la suerte de asistir pues el Curso Alpha tiene un stand donde presentaremos este método de primer anuncio en momentos puntuales, y me ha tocado ir a atenderlo junto al equipo de Alpha Francia.

Aprovecho para pedir una oración para que el retiro sea de inspiración y renovación a tantos sacerdotes que van a participar, para provecho personal de ellos, de la Iglesia y del mundo.