Lunes, 06 de mayo de 2024

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Maledicencia y detracción: sus consecuencias.

por Vida en abundancia

 “Habla bien de todo el mundo y, si no puedes, cállate”.

José María Escribá de Balaguer (“Camino”)

 

PRESENTACION

Existe una cierta similitud entre ambos términos ya que el primero, maledicencia, es la acción o el hábito de denigrar o maldecir, mientras que el segundo término, detracción, significa infamar o denigrar la honra ajena.

La maledicencia es siempre la difamación o el hablar mal de una persona, pero si ello conduce al robo de la fama de dicha persona, el término es el de detracción. Por medio de la detracción se extrae la fama de la persona de la cual hemos hablado, con malicia o sin ella. Toda persona tiene el derecho de que se le respete su honor y su fama, pues ello forma parte de su patrimonio humano.

Cualquier forma de hablar mal de alguien es siempre faltar al respeto y al amor al prójimo, sin importar cómo le califiquemos y cómo tratemos de justificarle. Hablar mal de alguien, aunque sea verdad lo que se dice de él, siempre representa mermar la fama de la persona de la que hablamos, y ello constituye un robo cuya posterior reparación es prácticamente imposible.

De todas formas el honor y la honra no son patrimonios supremos del hombre, pues mucho más importante es lo que somos ante Dios y nadie puede quitarnos nuestra honra ante Él. Pero hay veces en la que es preciso renunciar, por amor al Señor, al honor y a nuestra fama ante los hombres.

Nunca debemos olvidar la advertencia de Jesús cuando nos dijo: “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mateo 5:1112).

DEFINICION EN EL CATECISMO CATOLICO

Ambos términos, maledicencia y detracción, son detalladamente descritos en el Catecismo de la siguiente forma:

“El respeto de la reputación de las persona prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causar un daño injusto. Se hace culpable: De juicio temerario, el que incluso tácitamente admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo.

De maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran.

De calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.

La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la caridad”. (Numerales 2477 y 2479)

MALEDICENCIA Y DETRACCION

“El que murmura y el que escucha la murmuración tienen en sí al demonio, uno en la lengua y el otro en el oído”.   (San Bernardo de Claraval)

Maledicencia es el hecho de hablar mal de una persona o de varias. Puede ser maledicencia simple o compuesta, según exista la verdad o la mentira en lo que se dice, lo cual no justifica en ningún caso la maledicencia, aún cuando algunos traten de justificarla calificándola como crítica constructiva.

La maledicencia, juntamente con la difamación y la calumnia, destruyen la fama de nuestro prójimo. Ambas figuras son consecuencia de la antipatía, la animadversión o la enemistad, que son las que nos conducen a hablar mal de alguien, difamarlo o calumniarlo, lo cual no es mas que un efecto del odio mundano.

Como apuntamos anteriormente, la maledicencia da origen a un tipo de pecado específico, cual es el de la detracción, ya que como el término indica, se le detrae a una persona su fama al hablar mal de ella, tanto si dicha fama es merecida o inmerecida.

En otras palabras, la maledicencia se da cuando, impulsados por motivos impuros, comunicamos a otros los errores de una persona, independientemente del hecho de que el contenido de nuestras palabras sea verdadero o falso. La crítica, similar a la maledicencia en muchos aspectos, se produce cuando manifestamos un juicio de condenación, no en relación a la acción de la persona, sino con respecto a la propia persona. Esta distinción es importante subrayarla, pero no debemos olvidar que la maledicencia y la crítica se consideran pecado, aunque se diferencien en base al objeto al que se refieran.

San Juan Clímaco (575-649 d.C.), Abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí, en su libro La escalera espiritual al Paraíso decía: “La maledicencia es fruto del odio; es como una sutil enfermedad que vegeta como una gran sanguijuela en el cuerpo del amor. La maledicencia es falso amor, desaparición de la pureza, suciedad y un peso para el corazón”.

El daño causado por la maledicencia es muy difícil de reparar. No siempre nos damos cuenta del perjuicio que con ella se causa a la otra persona. Se agravia, se ofende y se calumnia sin cuidar en absoluto las palabras pronunciadas. Y si preguntamos al que formula la crítica de dónde ha obtenido esas expresiones, de seguro nos responderá que se lo contó un amigo, o que lo escuchó en una reunión, o que se lo dijeron. En muchos casos la maledicencia se basa en afirmaciones sin sentido, pero una vez que han sido pronunciadas, causan un daño de difícil restauración.

MALEDICENCIA Y CRÍTICA

“Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:36-37)

El tipo de maledicencia más común es la crítica porque la persona se habitúa a criticar a los demás y hace resaltar los defectos aparentes o reales del prójimo. Esta forma de maledicencia es particularmente peligrosa porque hace propensa a la persona que la practica a caer en otros pecados, tales como el juicio temerario o la calumnia.

El juicio temerario es aquel que, incluso tácitamente, admite como verdadero aún sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo. Y la calumnia es aquella que mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos. Cuando nos hacemos eco de rumores o de acusaciones infundadas sobre otra persona, corremos el riesgo de hacernos cómplices también de juicio temerario y hasta de calumnia. El propio hecho de hacer estos comentarios con personas que los ignoran, nos convierte en instrumento colaborador de la persona que originó la calumnia.

Hay diferentes modos de censurar o de criticar, pero todos ellos nos conducen a la crítica y a la maledicencia. Unos son evidentes y otros difícilmente observables. Los evidentes son típicos de personas ignorantes y desconocedoras del mal que pueda producirse, mientras que los segundos son propios de hombres de mundo y también de muchos cristianos que saben de antemano que la maledicencia y la crítica son contrarias a las enseñanzas de los Evangelios.

El beato Marco el Eremita (siglo V d.C.) en su obra Sobre los que piensan que son justificados por las obras sostiene que “el que elogia a su prójimo y al mismo tiempo le critica, sufre de vanidad y de envidia; con los elogios se esfuerza por esconder la envidia y con la crítica se descubre a sí mismo”. Debemos siempre buscar las causas de la maledicencia y de la crítica, con independencia de los móviles que conducen a ella, para así poder encontrar el motivo profundo del pecado en el hombre.

La maledicencia, la calumnia y la crítica son propias de sociedades poco evolucionadas espiritualmente, y es la falta de ética lo que hace que nos ocupemos más de la vida de los demás que de la propia. Hay personas que se pasan horas hablando o murmurando acerca de otras personas y, muchas veces, sin darse cuenta del error que están cometiendo. Pero otras veces el error es premeditado.

Se sabe que el rasgo principal de la crítica, a la que muchos la denominan vulgarmente chisme, es la mentira o la verdad dichas a medias, siendo la parte más importante el infundio y la calumnia. Y si a esto le añadimos que cada oyente, al momento de contárselo a otro, le agrega algo más de su parte, nos encontramos con monstruosidades que suelen acabar con el honor y la dignidad de una persona, lo cual conduce a la detracción. Lo grave es que muchas veces se utiliza esta crítica contra personas consideradas como amigas, actuando con una hipocresía y una perfidia que es difícil de comprender.

Los seres humanos somos generalmente egoístas y nos centramos en nuestros propios asuntos, pero cuando se trata de encontrar defectos y de darlos a conocer a otras personas, ahí sí sabemos centrar la atención en los demás, dejando nuestro yo a un lado. Todos somos expertos en vidas ajenas, y lo más lamentable de todo es que incluso existen programas de televisión y personas que viven de ello, con lo cual incitan a los demás a seguir este camino.

CONCLUSION

Antiguamente el honor y la honra eran los bienes más preciados de las personas y su pérdida se consideraba irrecuperable. En nuestros días estos conceptos parece que hubieran quedado anticuados, y así lo que estamos ofreciendo a nuestros jóvenes es una sociedad en la que todo se puede comprar y vender, donde prima la mediocridad y la falta de valores morales.

Si queremos vivir una vida más significativa debemos buscar la forma de dejar de interesarnos en las vidas ajenas, y comenzar a preocuparnos más por nuestras propias vidas; es decir, dedicarnos a mejorar y a corregir nuestros propios defectos.

También debemos ser más sinceros cuando hablamos a las personas, y más tolerantes cuando hablamos de ellas. Si observamos algo con lo que no estemos de acuerdo o alguna cosa que nos moleste en otras personas, es preferible ir directamente hacia ellas y hablarle clara y sinceramente mostrándoles nuestros argumentos. De esta forma evitaríamos males, sufrimientos y rencores innecesarios al basarnos en la sinceridad de nuestras palabras.

 

“No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados. Porque con la medida con que midáis se os medirá” (Lucas 6:37-38)

 

 

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