Viernes, 26 de abril de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio. Mc 10,2-16.

Venerar y cumplir la Ley de Dios

Venerar y cumplir la Ley de Dios

por La divina proporción

El Evangelio de hoy domingo nos muestra dos escenas diferentes con un nexo común: la Ley de Dios debe prevalecer. Esta Ley divina no es lo mismo que la gran cantidad de leyes, preceptos o costumbres que los humanos vamos creando y en muchos casos, exigiéndonos unos a otros. La Ley de Dios nos permite acercarnos a Él. La ley de los hombre, nos permite convivir en sociedad. Lo deja claro el Señor cuando indica:

El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió divorciaros de vuestras mujeres; pero no ha sido así desde el principio. (Mt 19, 8)

La dureza de nuestro ser que se opone a que el Espíritu acampe dentro de nosotros y nos guíe. Sólo quien nace de nuevo y lo hace en el Agua y el Espíritu, es capaz de seguir las pisadas del Señor. Quien vive, siente y entiende desde lo puramente humano, no llega a ver el Camino, la Verdad y la Vida, que es el Señor.

En verdad, en verdad te digo que el que no nace del Agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (Jn 3, 5-6)

La Ley de Dios puede parecer más restrictiva. De hecho, tanto en tiempos de Cristo, como en los actuales, andamos buscando cómo olvidarnos de Dios y legislar únicamente según la naturaleza humana que llevamos con nosotros. Cristo nos dijo muy claramente que la Verdad nos hace libres. ¿Por qué somos tan duros de corazón?

He aquí cómo convence a los judíos de que no se debe repudiar a la esposa con las palabras de Moisés, cuando ellos creían que obraban conforme a la ley de aquél repudiándola. De igual modo y por el mismo testimonio de Cristo sabemos que fue Dios quien hizo y unió al varón y la mujer, lo que niegan por su mal los maniqueos, oponiéndose así no ya a los libros de Moisés, sino al mismo Evangelio de Cristo. (San Agustín, contra Faustum, 19, 29)

La segunda escena se corresponde a la actuación de los Apóstoles frente a unos niños que se querían acercar al Señor. Cristo aprovecha para volver a señalar que la ley humana limita el acceso a Dios. Limita el acceso, porque pone por delante la convención y la jerarquía social. ¿Cómo van a tener acceso al Señor unos niños? Por eso impidieron el paso y reprendieron el deseo de llegar al Señor. Seguramente, sorprendió la actitud de Cristo, llamando a los niños y dando un trato preferente a quienes venían llenos de inocencia y sencillez. El Reino de Dios es de quienes se asemejan a los niños y dejan las leyes humanas para lo que sirven. Nada más.

Por esto no dice de éstos es el Reino de Dios, sino de los que se asemejan a ellos, es decir, de los que por su estudio y trabajo tienen la inocencia y sencillez que tienen los niños por naturaleza. El niño no odia, ni hace nada maliciosamente, no aborrece a su madre porque le corrija, y aunque le pongan vestidos humildes, los prefiere a los más ricos. Así el que vive según la virtud de su madre la Iglesia, no le antepone nada, ni aun la voluntad, que es la reina de todos. De aquí que dice el Señor: "En verdad, os digo que quien no recibiere, como niño, el reino de Dios, no encontrará en él". (Teofilacto. Catena Aurea Mc 10, 13-16)

La Ley de Dios nos hace crecer y nos libera de todos los convencionalismos socio-culturales que nos retienen y reprenden. La Ley de Dios abre nuestro ser al Espíritu y al Agua Viva, que nos eleva a Dios. Entonces ¿Hay que despreciar las leyes humanas? No se trata de despreciar las herramienta sociales que hemos creado para convivir. Lo importante es darles el rango que tienen y no ponerlas por encima de Dios. Creo que esta es la clave que nos ofrece el Evangelio de hoy.

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