Lunes, 06 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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En el nombre del Padre(III): La visita del espíritu.

por Diálogos con Dios

Después de cincuenta días de asedio, las fuerzas invasoras siguen esperando la oportunidad para el asalto definitivo. Durante este tiempo han llevado a cabo varias tentativas de conquistar la plaza, pero las murallas y la defensa han resistido con firmeza. Los invasores no tienen prisa y esperan que las fuerzas dentro de la ciudad vayan debilitándose, y aprovechan para construir mas ingenios de ataque como catapultas o torres de asalto. Mientras, en la ciudad, la situación es desesperada. La comida escasea, las enfermedades empiezan ha aparecer y los ánimos están encrespados. La población se ha sublevado con el alcalde a la cabeza, culpando de todas sus desgracias al pueblo fugitivo y estos, por su parte, culpan a los doce comandantes de su dramático destino. Mientras el alcalde ha tomado la decisión de prender y encarcelar a los doce para un posible canje o negociación con el enemigo, ellos se han reunido con el senescal y la reina madre a la cabeza, para deliberar y tomar decisiones.
—Debemos hacer algo. El pueblo empieza a enfermar y el alcalde nos quiere arrojar por las murallas abajo,— suplica en alto, uno de los comandantes.
El senescal responde con desesperación:
—¿Y qué podemos hacer? Es una situación bloqueada. El enemigo esperando devorarnos al otro lado del muro, nuestro pueblo odiándonos por haberles metido en esta ratonera y el pueblo que nos hospeda, deseando arrojarnos a patadas de aquí. No tenemos fuerza de combate para oponer resistencia abierta al enemigo, ni tenemos ánimo ni apoyo de nadie. Estamos en jaque.
—... mate.- apunta el mensajero. —si nuestro rey estuviera aquí, todo seria diferente...
La reina madre otea el horizonte, pensativa, mientras los doce se dejan llevar por la melancolía y la tristeza. El recuerdo de su rey y la impotencia que sienten para ayudar a su pueblo, entristecen el ambiente y oscurecen la sala. El miedo y la depresión han sido sus compañeros de viaje en los últimos días al no poder hallar solución al entuerto en el que se encuentran.
Quizás, el que más sienta la ausencia de su rey es el senescal, no en vano, fue su más estrecho servidor y su mano derecha. Sabía como pensaba, como sentía y como amaba a su pueblo. Sus dotes de mando, su sabiduría y su templanza en los momentos más inciertos. Su humanidad y su comprensión de las situaciones y las personas. O mejor, el rey conocía a su senescal como un libro sin secretos. Una mirada o un gesto le bastaba para saber lo que anidaba en su mente. Siempre sin juzgarlo, ni despreciarlo, al revés, motivándolo y animándolo en todo momento. Es tan intenso el recuerdo del rey que el senescal parece como que sintiera su presencia. Es como sí en su interior, los recuerdos adquirieran solidez, como si la memoria construyera la realidad. La faz de su rey se le presenta como sí fuera real, en su interior, pero sin necesidad de cerrar los ojos, y le dice:
Querido amigo. No temáis. Estoy con vosotros. Mi espíritu habita en vosotros. Seguidme y hallaréis el camino.
El senescal oye la voz de su rey como sí estuviera allí mismo presente. Una gran emoción embarga todo su ser y algo ha cambiado en lo más profundo de su alma. De repente comprende de qué se trata.
Ya no siente miedo.
El nudo en el estómago, el frío en el alma, la oscuridad en los ojos… todo ha pasado. La luz, el calor y la confianza corren por su interior.
Sin poder resistirse, se levanta emocionado y comunica a los demás:
—¡Hermanos, ya se lo que hay que hacer!
—¡Y yo!-anuncia otro.
—¡Y yo también! —y otro.
—¡Y yo!
Todos han sido visitados por el espíritu del rey, todos han sido aleccionados por él. Los doce se abrazan emocionados y comparten sus inspiraciones, y se comunican entendiéndose como un solo hombre. Todos están de acuerdo en las acciones que deben llevar a cabo. Es el momento de pasar a la acción y dejar atrás el miedo y la desesperanza…
Es el momento de abrir las puertas.

Un momento después todos han subido a la azotea, desde dónde discuten la estrategia a seguir. En un momento dado, el mensajero se da la vuelta y observa algo inquietante a sus espaldas, en las calles adyacentes:
—Debemos entrar en acción cuanto antes. Vienen a por nosotros.
El Alcalde guía a un pelotón de soldados hacía la casa donde se encuentran los doce con el ánimo decidido a apresarles.
—Huid por las escaleras traseras,—ordena la reina madre con premura— yo los entretendré.
Tras despedirse con una reverencia ante la reina, los doce arrancan escaleras abajo en dirección a la armería, para recoger sus escudos, espadas y armaduras. Al instante aparecen en la azotea, el alcalde con los carceleros con aires de violencia y justicia en sus caras, pero la reina eleva los brazos en un majestuoso gesto y apacigua los ánimos, casi por encantamiento:
—Señor alcalde, cálmese y quédese un rato aquí conmigo. Conversemos.

Enfrente de la ciudad, en lo alto de la colina un oficial corre a avisar a su temible comandante al cargo de las fuerzas invasoras.
—Mi señor, venga a ver esto.
—¿Qué ocurre? —pregunta distraído inmerso en la lectura de un mapa.
—Las puertas de la ciudad se han abierto.
—¿Cómo? —el comandante se gira asombrado—¿Una embajada para negociar?
—Me temo que no, mi señor. Esos no tienen pinta de querer negociar.

La reina madre, tras calmar los ánimos del alcalde, le agarra suavemente del brazo, le acerca a la muralla y con un grácil ademán señala hacia las hordas enemigas que abarrotan el horizonte:
—Le invito a contemplar un espectáculo que jamás ha visto en su vida…


“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,1)



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