Viernes, 26 de abril de 2024

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No, Santidad, España no impuso su lengua en América

No, Santidad, España no impuso su lengua en América
Misión española en América. Mauricio Rugendas.

por En cuerpo y alma

 

            En su reciente visita a Canadá, en la que una vez más (y van tres) el Papa ha pedido perdón por "los errores de la evangelización" de América (pinche aquí si le interesa el tema), ha señalado Francisco que “parte de la herencia dolorosa que estamos afrontando nace de haber impedido a las abuelas indígenas transmitir la fe en su lengua”, añadiendo que “esta pérdida es ciertamente una tragedia”.

             Muy posiblemente tal sea el problema en Canadá, no digo que no, pero para bien o para mal, no lo fue, desde luego, en los Virreinatos Españoles.

             Yo, como tantos españoles, como casi todo el mundo en realidad, como probablemente Vd. mismo que me lee ahora, siempre creí que una de las características de la evangelización y colonización españolas había sido la aportación de una lengua común a todos los americanos del Río Grande para abajo (y aún para arriba). Y tengo que decir que mientras eso creí, no me pareció nada mal sino, bien al contrario, un gran logro y algo digno de agradecer, dada la situación previa de un continente en el que se hablaban más de dos mil lenguas diferentes, y en el que la comunicación era, en consecuencia, prácticamente imposible.

             Pero es que a medida que me he ido metiendo en la historia de la colonización española de América, he descubierto que, al contrario de lo que sostiene el Papa, al contrario de lo que todos creíamos, España en ningún momento impuso el español en el Nuevo Mundo.

             La evangelización se hizo desde el primer momento en las lenguas amerindias. Ya en tiempos tan tempranos como 1512, reinando Fernando el Católico, las Leyes de Burgos ordenaban este procedimiento de evangelización:

             “Mandamos que cada [encomendero] […] sea obligado a hacer mostrar un mochacho, el que más hábil dellos les paresciere, a leer y escrevir, y las cosas de nuestra fe, para que aquellas muestre después a los otros indios”.

             Algo más tarde, se expresa en estos términos Carlos I sobre la enseñanza del español a los indígenas americanos:

             “Que donde fuere posible se pongan escuelas de lengua castellana para que aprendan los indios. […] Que enseñen a los que voluntariamente la quisieren aprender, como les sea de menos molestia, y sin costa”.

             Ante el escaso avance logrado, en 1573 el Consejo de Indias pide al rey Felipe II que tome medidas para fomentar el castellano en los virreinatos, a lo que éste responde llegando más lejos que su mismo padre:

             “No parece conveniente forzar [a los indígenas] a abandonar su lengua natural: sólo habrá que disponer de unos maestros para los que quieran aprender voluntariamente nuestra idioma”.

             De hecho, tres años antes, en 1570, una real cédula había decretado el náhuatl como lengua oficial de los nativos del Virreinato de Nueva España.

             No, por suerte o por desgracia, para bien o para mal, -que para todo habrá opiniones-, la política lingüística española en América fue exactamente la contraria a la que acostumbramos a creer. No eran los indios los que tenían que hablar español, eran los misioneros españoles los que tenían que hablar las lenguas indígenas. Sólo a modo de ejemplo, esta instrucción que emite Carlos I al Virrey de Méjico en 1536:

             “Es muy importante que […] los religiosos y personas eclesiásticas se apliquen a saber su lengua [la de los indios] y para ello la reduzcan a algunas gramáticas y manera fácil como se pueda aprender”.

             No por casualidad, serán precisamente los misioneros españoles los que más harán por preservar y fomentar las lenguas indígenas, mucho más que los propios indígenas, escribiendo… ¡¡¡hasta seiscientas gramáticas americanas!!! De lenguas tan curiosas como el nahuatl, tarasco, purépecha, otomí, ñañú, mixteca, zapoteca, maya, pocomchí, chibcha, quiché, cachíquel, zutuil, zedal, vilela, achagua, guaraní, lule, toconate, aimara, toconoté, mapuche, mapudungún, araucano, huasteca, tarahumara, ópata, cahita, tepeguana, guajiro y tantas otras.

             La segunda lengua moderna del mundo que tendrá gramática propia, sólo después del español, y antes incluso que el portugués, el francés, el alemán, el inglés o alguna de las muchas que se hablan en Italia, será el náhuatl, que ya disponía de una gramática en el año 1531 escrita por los franciscanos, gramática que, por desgracia, se ha perdido. No sólo fue el náhuatl la segunda lengua en tener su gramática, sino que fue ¡¡¡incluso la primera!!! -anterior en esto al mismísimo español-, en tener dos, cuando en 1547 Andrés de Olmos escribe la que es la segunda gramática de la lengua principal de los mejicanos.

             En muchas de las casi treinta universidades que España va a fundar en América se crean facultades de lenguas indígenas. Una ordenanza de 23 de septiembre de1580, ordena que “entre las cátedras que se instituyesen en la dicha universidad hubiese una de lengua general de los dichos indios”, y no contenta con ello, marca la exigencia de que los clérigos estén en posesión de la certificación correspondiente para incorporarse a sus parroquias.

             No, Santidad, la política lingüística española en América no consistió en imponer el español sino, bien al contrario, en fomentar el conocimiento y uso de las lenguas principales americanas, elevadas al rango de lenguas francas, por lo que se puede asegurar que lenguas como el náhuatl, el quechua, el guaraní y otras, conocerán su esplendor, mayor incluso que en los tiempos prehispánicos, gracias precisamente a la labor instructora de los misioneros y maestros españoles.

            De catecismos en lenguas autóctonas americanas ni hablamos. Elena Irene Zamora, de la Universidad de Valladolid, menciona la confección de catecismos en lenguas como el zapoteca, náhuatl, quechua, tarasco, idioma de Hueypuchtlan, lengua de Pánuco, lengua de Tepuzculula, guatemalteco, chichimeca, tzeldal, chiapaneca, otomí, zacapula, chontal, matlazinga, popolaca, guasteco, mixteca, dialecto de Tlachiaco y Achiula, maya, utlalteco y lengua de Florida… ¡Y no son todas!

             Se calcula que para cuando España abandona el escenario americano en el primer cuarto del s. XIX… ¡¡¡apenas un 20% de los indígenas son capaces de hablar en español!!! Lo que no es óbice para que deje evangelizado al 100% de la población. ¿Cómo se ha conseguido ese milagro sino sobre el esfuerzo de los misioneros hispanos, y entre ellos precisamente, y más que ninguna otra orden, los jesuítas?

             Ahora resulta que -fíjense Vds. lo que son las cosas, paradojas de la Historia- la labor de universalización del español… ¡¡¡será obra de las repúblicas hispanoamericanas que reemplazan a los virreinatos españoles!!! Habrá sido, tal vez, lo único bueno que hayan hecho desde que se separaron de España, pero las cosas como son: la labor de universalización de una lengua franca para toda la parte del continente evangelizada por España es obra de ellas. España sólo "homogeneizó" en la evangelización, en la lengua no, ¿a que no se lo esperaba Vd. querido lector?

             Francisco tiene un problema: la evangelización española, me parece que España también, no le gustan… Pero la obstinada realidad le hace ver a cada paso que más de la mitad de las personas que constituyen su grey, -hispanoparlantes y no hispanoparlantes-, provienen de la evangelización hispana. Compatibilizar ambas realidades es muy difícil. Algo tan complicado sólo tendría una solución; informarse mejor sobre la evangelización española, leer más sobre ella y salir de los círculos de los que, con toda probabilidad, bebe su a todas luces equivocado conocimiento sobre el tema. Hay un libro sobre el tema, “Historia desconocida del Descubrimiento de América. En busca de la Nueva Ruta de la Seda”, que, con el debido respeto, me permito recomendar a Su Santidad, a ver si le coge un poquito más de cariño a la obra española en la Historia. 

             Pero lo haga o no lo haga, la realidad se impone: las abuelitas de las que habla Francisco claro que pudieron enseñar la fe de Cristo en la única lengua que hablaban, la suya. Porque en ella se la enseñaron, porque en ella la aprendieron.  Y porque en ella la transmitieron. 

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. 

 

            ©Luis Antequera

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