Martes, 07 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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El sucesor

por Diálogos con Dios

El cardenal arzobispo y su secretario recorren los pasillos del Vaticano, silenciosos y pensativos. Acaban de salir de la última sesión de la comisión que se aplazará hasta después del cónclave. Los trabajos de la comisión se reanudarán una vez sea elegido el nuevo Papa... y de eso es de lo que ambos piensan mientras recorren pasillos y escaleras en dirección al patio, dónde les espera el coche que los trasladará al aeropuerto.
Por fin el secretario se decide a hablar:
—¿El Santo Padre ha hecho bien, realmente?
El cardenal, sin mirar a su secretario y amigo, responde pausadamente:
—Uno hace bien cuando actúa conforme a su conciencia y lo que cree que es la voluntad de Dios.
La voluntad de Dios... —musita el secretario en voz baja, como queriendo dejar el pensamiento en el aire.
Tras cruzarse con un par de monseñores a los que saludan cortésmente, el cardenal retoma el diálogo:
Dios nos marca los lugares, tiempos y misiones y nos concede los dones y la gracia necesaria para llevar acabo sus trabajos... lo sabes bien. Nada hay más penoso que permanecer en un sitio o cargo para el que Dios ya te ha buscado sustituto.
—"Somos siervos inútiles hemos hecho lo que debíamos hacer" —recita el secretario el pasaje del evangelio, como queriendo confirmar las palabras del cardenal y prosigue preguntándose en voz alta—¿como será el próximo Papa?
—El futuro sólo le pertenece a Dios, pero sí sé que al próximo Papa ya le ha sido revelado su destino.
Mientras se introducen en el coche y el chofer arranca el motor, el secretario se acomoda en el asiento del copiloto porque atrás se marea, y repasa en su mente las últimas palabras del cardenal. ¿Qué ha querido decir? El secretario sabe que cuando Dios quiere comunicarse particularmente con sus hijos, es contundente e inequívoco. Todo cristiano ha de ver cumplidas las promesas personales hechas por Dios para confirmar su fe, todos tenemos nuestra tierra prometida que conquistar o gigantes que derribar para comprobar la potencia y la providencia divinas, pero... esa especial seguridad al pronunciar la última frase: Le ha sido revelado su destino.
A no ser que...
El secretario, de repente, comprende.
Su jefe es el elegido.
O por lo menos, su amigo cree haber sido designado por el dedo divino.
¿Será un ataque de vanidad o ambición? ¿Será víctima de algún influjo satánico que le tiene confundido?
No. Aunque lleva poco tiempo trabajando con él, conoce a su amigo desde los tiempos que compartieron estudios en el seminario y es un hombre cabal, sensato en palabra y obra, poco amigo de iluminismos o espiritualismos, aunque con una rica vida interior. No, el cardenal es un hombre de comprobada fe y razón. Si él piensa que ha sido designado por el cielo para ser el nuevo pontífice, hay que concederle crédito.
El secretario prosigue su diálogo interior recapacitando sobre las consecuencias de todo esto y comprende que su futuro está en el aire y toda su vida puede dar un giro inesperado de grandes proporciones. Sin salir de sus pesadas consideraciones, baja la visera parasol como para peinarse frente el espejito, pero en realidad lo coloca en un ángulo que puede observar al cardenal en el asiento posterior. El secretario acierta a descifrar una lágrima cayendo por la mejilla de su amigo mientras la mirada de éste se pierde a través de la ventanilla.
El cardenal arzobispo piensa en la comisión que acaban de abandonar... para siempre. Habrán de buscarle sustituto para seguir con trabajos serios e importantes para la vida de la iglesia, pero sin comparación a los afanes que tendrá que afrontar él… en su nuevo puesto.
Y llora. Llora por la alegría de la Fe, por saberse querido por Dios. Es más, por comprobar que Dios confía en él para administrar la Gracia con la que va a ser bendecido.
Pero llora también por la responsabilidad, la terrible y comprometida misión que supone liderar en estos momentos la barca de Pedro. El incierto futuro se cierne sobre él como una peligrosa sombra que oscurece su razón... Pero su corazón está firme y no vacila. Confía en el Señor y no teme. Ni la altura, ni la profundidad le apartará de nuestro Señor y sus designios.
El coche llega a su destino. El cardenal y el secretario se apean del automóvil y después de recoger su equipaje y despedirse del chofer, se dirigen en silencio a la entrada. En ese momento un avión cruza por encima de sus cabezas y ambos miran hacia arriba pensando en su verdadero destino y meta final: el cielo.
El alma del cardenal es reconfortada por aquellas palabras de San Pablo, mientras cruzan el umbral de la puerta: "Una leve tribulación de un momento nos proporciona un pesado caudal de gloria eterna"

Ahora solo queda esperar al momento en que sea confirmado por sus hermanos.



“Esta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la letra mata mas el Espíritu da vida”              (2Cor 3, 4)


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