Domingo, 05 de mayo de 2024

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La tentación permanente del secularismo

por Consideraciones sin importancia

 Secularización, como secularismo, derivan de hecho de la palabra “saeculum” que en el lenguaje común ha acabado por indicar el tiempo presente, en oposición a la eternidad... En este sentido, secularismo es un sinónimo de temporalismo, de reducción de lo real a una única dimensión terrena (Rainiero Cantalamessa)

En el post anterior, El cisma sumergido, comentaba un artículo de Campmany a propósito del libro del profesor italiano Pietro Prini. Éste proponía una serie de soluciones a ese cisma que, según él, se está produciendo en la Iglesia. Prini intenta mostrar cómo la religión, desde que el hombre existe, se ha adaptado a las circunstancias del momento. En consecuencia, ahora también habría que buscar formas de religiosidad adecuadas a la época. La Iglesia, por tanto, tendría que “adaptarse o morir”.

El argumento no es nuevo. Hace años lo hizo suyo el teólogo baptista Harvey Cox en su libro La ciudad secular, donde afirma que ha llegado el fin de la era cristiana. Parte del hecho de que, todavía, hay un núcleo de personas que conocen el cristianismo y entienden el lenguaje religioso, pero la gran mayoría desconoce quién es Dios.

¿Cómo lo argumenta? Hace suyo un cuento de Kierkegaard:

En cierta ocasión, cuenta el filósofo danés, un circo ambulante estalló en llamas poco después de haber acampado junto a una aldea danesa. El director se volvió a los artistas que ya estaban vestidos  para la actuación y envió al payaso para llamar a los aldeanos a ayudar a sofocar las llamas, que no solamente podían destruir el circo, sino que podían extenderse a través de los campos segados e incendiar la aldea misma. Corriendo atropelladamente a la plaza de la aldea, el pintarrajeado payaso gritó a todos que vinieran al circo a sofocar las llamas. Los aldeanos rieron y aplaudieron esta forma nueva de atraerlos al gran espectáculo. El payaso lloró y suplicó. Insistió que no estaba representando un papel, sino que la aldea estaba realmente en peligro mortal. Cuanto más imploraba tanto más reían los aldeanos… hasta que el fuego saltó a través de los campos a la misma aldea. Antes de que los aldeanos se dieran cuenta, sus hogares habían sido destruidos[1].

Cox concluirá, el lenguaje del cristianismo sólo sirve, como el payaso, para hacer reír. ¿Qué tendría que hacer entonces el cristianismo o la Iglesia? ¿Tendría que quitarse el disfraz de payaso? ¿Tendría que cambiar el lenguaje, conceptos, normas, dogmas, etc., ya anticuados, por otros nuevos?

Joseph Ratzinger en Introducción al cristianismo hizo una aguda crítica al planteamiento de Cox. Sería muy prolijo desarrollar aquí todo el argumento. Correría el peligro de decir mal lo que otros han dicho bien, por eso invito al lector a que acuda directamente a Introducción al cristianismo. Aquí sólo apuntaré una cuestión.

La tentación de la ciudad secular es grande. El lenguaje sobre Dios es, en muchas ocasiones, extraño al hombre de hoy. ¿Resolveríamos el problema si nuestro discurso religioso fuese sólo horizontal? ¿Tendríamos que reducir el cristianismo a un “buenismo”, a una especie de ética universal, para que fuera comprensible y atrayente?

La consecuencia de esto sería la creación de una religión secular, sin referencia a la transcendencia divina. Entonces el cristianismo sería sólo y exclusivamente un humanismo. Una religión cismundana, en la que el referente último, evidentemente no es Dios, ni el hombre como criatura, sino un hombre nuevo, en un futuro terrenal, sostenido sólo por la fe en la razón, la ciencia y el progreso, como referentes primeros y últimos del hombre.

La frase del Apocalipsis ‘un nuevo cielo y una nueva tierra’ se acomoda muy bien a la retórica del revolucionarismo que suscita la religión secular. Esta religión, que renuncia a la eternidad, postula ‘una nueva tierra’ prescindiendo del ‘nuevo cielo’ o más bien fundiendo artificiosamente el cielo y la tierra en un espacio y en una tierra irreales. Su objetivo de crear ‘una nueva tierra’, la presupone habitada por hombres sin sentido de eternidad[2].



[1] Harvey Cox, La ciudad secular, 269.

[2] Dalmacio Negro, El mito del hombre nuevo, 36.

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