Domingo, 28 de abril de 2024

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La fascinante y desconcertante personalidad de Dios

por Una iglesia provocativa

En la literatura cristiana anglosajona lo llaman "God´s character", y casi es un falso amigo que habitualmente se traduce como el carácter de Dios, lo cual a mí siempre me ha parecido bastante confuso, porque "carácter" parece referirse al humor o forma de manejarse de las personas aunque la RAE también lo defina como "el conjunto de cualidades de una persona que la distingue por su modo de ser y obrar".

Por eso siempre prefiero traducirlo como "personalidad", aunque tampoco es cien por cien lo que el inglés quiere decir cuando el diccionario de Oxford lo define como las "cualidades mentales y morales propias de un individuo" y al hablar de "character" en inglés se da a entender que es algo en lo que podemos trabajar para ser mejores personas.

Así pues el carácter es lo que configura a un individuo, y hablando en cristiano el carácter cristiano que tenemos es lo que nos define por encima de lo que hagamos, pues atañe a todo lo relacionado con nuestro ser, lo que somos en lo más profundo.

Quizás si nos acercamos a la teología sacramental podamos entenderlo mejor con una analogía, pues hay ciertos sacramentos, como el bautismo y el orden sacerdotal que "imprimen carácter", significando el alumbramiento de una criatura nueva en el caso del bautismo, un hijo de Dios por adopción en Jesucristo, y un "alter christus" en el caso del sacerdote.

Estos sacramentos nos dan una nueva manera de ser, una nueva personalidad en Cristo, y esto es mucho más que un estado de humor o una manera de comportarse, como la que se describe por ejemplo cuando se habla del "carácter español".

Como quiera que se la llame, cuando hablamos de la personalidad de Dios nos topamos con algo misterioso. Tanto es así que en el Antiguo Testamento Dios se define como Yavhé, Yo soy el que soy, aquel que es.

Pero a la vez que inefable este Dios se hace tremendamente cercano pues se ha revelado en Jesucristo hasta tal punto que quien lo ha visto a Él, ha visto a Dios, por lo que si queremos saber cómo es el carácter de Dios, tenemos necesariamente que fijarnos en la personalidad de Jesucristo.

 Y aquí es donde entra lo fascinante y desconcertante a la vez, porque en Cristo vemos un Dios que rompe absolutamente con todos los esquemas que de Él se habían hecho el pueblo de Israel, y apostaría a decir que sigue rompiéndonos los esquemas hoy en día a los cristianos.

Porque nosotros, aunque no lo queramos, tendemos a volver a ese hombre viejo religioso que como los antiguos se mueve entre dos parámetros primarios que caracterizan a Dios encasillándolo en dos categorías: la de un Dios iracundo al que hay que temer y aplacar, o la de un Dios pirotécnico, amigo de los fuegos artificiales en forma de prodigios y actuaciones sobrenaturales.

A cada paso del camino la tentación recurrente es recaer en el temor e intentar comprar a Dios con nuestros actos de piedad, oraciones, caridades y cumplimientos legalistas que en el fondo no son sino lo que San Pablo censura:

"Y vosotros no recibisteis un espíritu que de nuevo os esclavice al miedo, sino el Espíritu que os adopta como hijos y os permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!»" (Rom 8,15)

Junto a ésta, la otra tentación es la que propone el diablo a Jesús en el desierto, la de tirarse del alero del Templo y ser recogido por ángeles para maravilla de todos, pretendiendo que crean por los prodigios (Mt 4,5-7). Es la misma tentación que en forma de invectiva recibe en la cruz cuando le conminan a bajar de la cruz y salvarse a sí mismo, venciendo por la fuerza.

Sin quererlo muchas veces unas de las dos tentaciones, cuando no las dos, configuran nuestra religiosidad como cristianos, y en el fondo estamos caricaturizando a Dios en vez de caracterizándonos como Él.

El Dios que yo vislumbro leyendo en algunos momentos vividos es muy distinto, es un Dios de carácter, de cuya personalidad emana todo lo que es.

Y esto es un estilo, el estilo de Jesucristo, y me pregunto cuánto de lo que hago tiene esa impronta, pues mucho me temo que a cada rato estoy poniendo la propia y no las maneras de Dios.

En lo poco que atisbo a ver algo me dice que si los cristianos nos preocupáramos más de configurar nuestro carácter al carácter de Dios, no andaríamos tan ocupados en prácticas y religiosidades que parecen Dios pero no son Él, sino más bien un reflejo de nuestra torpe religiosidad.

Me llama por ejemplo la atención que en la iglesia se nos conmine machaconamente, hasta la extenuación, a ser santos, a ser piadosos, a cumplir con Dios, a comprometernos y se hable tan poco de lo que nos configura como cristianos y como personas. En el fondo sabemos hablar de programas, de planes pastorales, de actividades, pero nos da miedo hablar de personas, llamados, rocas vivas...

Y Dios bendice a personas, no a planes, eso es parte de la personalidad de Dios. También bendice a comunidades, que no son meras sumas de personas, sino verdaderos cuerpos, microiglesias. Por eso bendice Dios a familias, a gente como Cornelio "y todos los de su casa".

Cuando construimos una iglesia sobre personas llamadas por Dios (Ecclesia significa eso, los sacados, los convocados) entonces crecen los caracteres, las diferentes vocaciones de la comunidad se desarrollan, y Dios se manifiesta a través de los cristianos con signos que no hacen sino verificar o autentificar lo que como iglesia viven ("mirad cómo se aman") y la Palabra de Dios.

Está en el carácter de Dios trabajar así, porque es la dinámica interna de la Trinidad, que no es sino un movimiento de amor y relación entre sus personas, al que estamos invitados como hijos adoptivos en Jesucristo e inhabitados del Espíritu Santo.

Si olvidamos esto, las iglesias se vuelven edificios, comunidades vacías, programas y actividades perpetuadas en un bucle infinito que no va a ninguna parte.

Y luego vienen las deformaciones. Los que se vuelven serviles y recaen en la ley, y los que se vuelven milagreros para acabar corriendo detrás de la última aparición, don carismático o personalidad de turno, porque en el fondo no son capaces de configurarse con el carácter de Dios y no pueden encontrar a Dios en el milagro ordinario de la Iglesia.

Al final la prueba del algodón de toda experiencia religiosa nos devuelve a lo mismo, a la pregunta acerca del carácter de Dios, tan fascinante por que nos libera y nos introduce en una nueva dimensión, la del Espíritu Santo y tan desconcertante a la vez porque no se acomoda a nuestros esquemas religiosos ni humanos.

Sin pretender entender a Dios, ni sentar cátedra (1 Cor 13,12)*, creo humildemente que disfrutamos poco del cristianismo porque no gustamos el carácter de Dios. Y en el fondo somos poco cristianos, por más que cumplamos y requetecumplamos, porque en el fondo no nos dejamos influir por la personalidad de Dios.

Y ese es mi deseo personal para este verano, que tiene que ver con mi ser de cristiano, que va antes que todo mi hacer, del cual me gustaría librarme por un rato, para escoger la mejor parte y aprender de una vez a ser discípulo del maestro... 

 

*(Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. 1 Cor 13,12)

 

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