Lunes, 06 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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La puerta de la resistencia

por Diálogos con Dios

Llevo dos vidas peleando en el ring. Llevo un mundo sangrando sobre la lona. Llevo una eternidad sorteando golpes a lo largo del cuadrilátero... y aquí sigo. Me preparo para el combate de esta noche, vendándome con cuidado las muñecas y los dedos, apretándome los cordones de los botines con fuerza. Aprovecho unos minutos que me dejan solo, para ponerme de rodillas y rezar. Para mí, la fe es como el boxeo, como el combate, como la pelea... a veces caes, otras logras conectar algún golpe certero, pero siempre te levantas... una y otra vez vuelves a levantarte.

Comencé a luchar en las calles por supervivencia, por sacar a mis cinco hermanos huérfanos adelante. Yo cuidaba de ellos como podía, en trabajos de mala muerte y en veladas clandestinas del barrio. Hasta que un entrenador de unas calles más abajo, con contactos, me ayudó y me llevó a su gimnasio. Me preparó y me fue llevando una carrera amateur decente y cuidada. Después de muchos combates de preparación me subió a la lona profesional y mi carrera fue meteórica. Ganaba a todos de forma contundente, gracias a mi derecha demoledora. Es verdad que mi defensa era mala... muy mala. Mi entrenador siempre me lo advertía: “protégete, te tragas demasiados golpes innecesarios”, pero lo fiaba todo a mi instinto y a mi derecha portentosa. El día que no lograba conectarla, perdía a los puntos seguro, porque me había pasado todos los asaltos recibiendo golpes del contrario... pero nunca perdía. La resistencia a los golpes me hacía sentir imbatible y poderoso.

Hasta que comenzaron las derrotas.
Los rivales se me escapaban vivos, no lograba cazarlos y a los puntos me aplastaban. Uno tras otro fuero estropeando mi récord y cuando me quise dar cuenta mi carrera profesional estaba acabada. Con tantas derrotas nunca podría aspirar a combatir con los campeones. Entré en una espiral de derrota y negatividad, que me llevó a la depresión y a coquetear con las drogas. Me retiré durante un tiempo y estuve deambulando por la vida sin rumbo ni meta. No sabía hacer otra cosa que pelear así que volví a mi gimnasio a pasar las tardes y entrenar para no pensar. Me sentía un fracasado que no había sabido aprovechar el talento que tenía. Pequé de autosuficiencia y no trabajé mi defensa para evitar derrotas y castigos innecesarios. Me sentía acabado y vacío.
Una noche me quedé solo en el ring mientras todos se duchaban, lamiéndome las heridas interiores y mi espíritu abatido.
—El fracaso no es ser derrotado, sino rendirte.
La chica de la limpieza, que había entrado a trabajar en el gimnasio unas semanas antes, me habló. Y aquello cambió mi vida.
Empezamos a intimar, a hablar y salir juntos. La comunicación entre nosotros era fácil y ella me llenaba de alegría y consuelo. Me hablaba de Dios y de la fe y me reconfortaba escucharla. Poco a poco fui haciendo caso de lo que me decía, rezaba y asistía a misa. Ella, como un enviado del cielo, me ayudó a limpiar mi interior tan lleno de escombros. Comencé a estudiar la Biblia y a mejorar mi actitud y a sentirme bien conmigo mismo, a la vez que estudiaba y mejoraba mi defensa. Los brazos bien arriba y el mentón resguardado. Proteger los flancos es fundamental y nunca perder la concentración, estar siempre vigilante. Nunca menospreciar a mi adversario y tenerle controlado en todo momento. Empecé a comprender que la fe es muy parecida al combate. Es fundamental no subestimar al contrario, defenderse con las armas de la luz siempre, con la oración y la comunión. No creer ganado un combate hasta el último momento y levantarse siempre si has caído. Resistir y esperar el momento exacto para conectar mi derecha, para aprovechar el Kairos, el momento decisivo para tumbar a mi adversario o alejarle de mí. La fe es un combate, pero interior. El enemigo está dentro, pero el defensor también y he de aprender a escucharle.

Mi golpe preferido es una especie de crochet lateral que impacta sobre la sien del oponente gracias a que le dejo entrar en mi guardia simulando cierto despiste. Cuando el contrario ve que no alcanza su objetivo porque me retiro levemente, ya queda desprotegido y contraataco por el lateral con mi derecha. El impacto es terrible y mi contrincante besa la lona en todos los casos. En el plano espiritual sería como contraatacar al demonio con las armas contrarias. Si me impulsa a la vanidad, rezo a Dios y acepto la humillación que me venga. Si veo que me tienta con la ambición, doy limosnas, pero limosnas suculentas, nada de racanerías. Si mi mente está ofuscada y no encuentra el rumbo, escruto la palabra de Dios que ilumina mi sendero. Si mi espíritu está acobardado y estoy tentado de callar o falsear la verdad cuando debo defenderla, leo vidas de los santos y profetas. Si me ataca la tristeza y la desesperanza y creo que todo es en vano, o noto que se me acaba la misericordia y la compasión hacia mi prójimo, me refugio en el rosario. Si sufro alguna injusticia que me incita a revelarme, leo la pasión de nuestro Señor Jesucristo y acudo al confesionario, para que el espíritu rebelde se esfume y pueda recobrar la paz...
Y siempre, siempre... me levanto, aunque la caída haya sido estrepitosa, aunque la violencia de los golpes me hagan tambalearme... siempre resisto y me levanto. Nunca dudo del amor de Dios, que me rescata de mis egoísmos y no me rechaza.

Ya no lucho por la gloria, ya no combato por dinero. Solo lucho para sacar a mi familia adelante y por tener a punto mi cuerpo y mi alma. Tengo claro cuál es mi lugar es este mundo. Mi carrera nunca llegará a más, debido a mis derrotas anteriores pero soy un gran sparring profesional con el que todos los buenos boxeadores quieren enfrentarse para medir sus posibilidades ante retos mayores. Los luchadores saben que se enfrentan ante una roca, que me muevo despierto por el ring durante todo el combate, que aguanto golpes de gran violencia gracias a mi enorme resistencia y que como se descuiden puedo incluso, contraatacar con peligro mortal. Alguien debe servir para medir las posibilidades de las jóvenes promesas y ese soy yo. Combato porque lo necesito, combato porque mi contrincante lo necesita, combato porque es el plan de Dios para mí, para llegar a la meta. Combato porque tengo que poner a funcionar mi don: mi resistencia.

Vienen a buscarme. Ha llegado el momento de la pelea de esta noche. Mi mujer está en las gradas esperándome. Todo el mundo está esperándome, mi adversario, el público... y el cielo.
Abro la puerta que me conducirá al cuadrilátero. Estoy seguro de mis cualidades, estoy preparado para lo que venga. Estoy en manos de la providencia.
Podré perder o ganar, pero lo importante es que sé cuál es mi lugar y lo que debo hacer. El enemigo podrá vencerme, pero no acabará conmigo, siempre me levantaré.
El obstáculo más importante que debo salvar es el desaliento... resistiré.


Dedicado a Iván Granados, mi cuñado favorito. Un gran aficionado al boxeo y a... Jesucristo.


“Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores. Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas; corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado...” (1Tm 6, 10)


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