Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Católicos sí, pero poco hermanos en Cristo

por Una iglesia provocativa

Empezando en positivo, no hay alegría más grande que la que uno experimenta cuando se reúne con otros cristianos, ya sea en una celebración litúrgica, oración o una simple reunión de hermanos en la fe y en Cristo.

Es un gozo que siempre he tenido que me ha llevado a buscar la compañía de otros cristianos, aunque no fueran de mi grupo, ora  en mi ciudad, ora en mi país y allá por dónde he ido en el extranjero. Gracias a esto he conocido a gente maravillosa en parroquias, capellanías, residencias, hospitales, comunidades laicales, comedores de caridad, monasterios, conventos, casas e incluso algún palacio episcopal.

Con todos ellos me he reconocido hermano y hemos podido compartir por encima incluso de carismas, modos de vivir la fe e incluso barreras denominacionales.

Confieso que este gozo conlleva también una cierta frustración, pues la misma alegría que he encontrado tantísimas veces fuera de casa, me cuesta enormemente encontrarla cuando me acerco a esa genérica “parroquia de todas las semanas” a la que todos acudimos de vez en cuando.

Por alguna razón las anónimas misas dominicales se han vuelto sosas, y hasta pesadas en lo que a ese profundo sentimiento de hermandad en Cristo se refiere. Lo mismo muchas celebraciones diocesanas, que suelen ser encuentros más o menos solemnes y masivos  que generan una cierta distancia psicológica en mi.

Pero el problema no es sólo la Misa, va más allá.

 Pienso en mi grupo de juventud, que tantísimo me dio, donde me encontré al Señor, y que tiene una gente maravillosa. Con todos ellos me sentí hermanado, y para siempre tengo con ellos un sentimiento de familia. Pero pasados los años, ya no me siento hermano con ellos, sino amigo. Parece como si el tema que ocupa sus vidas y la mía fuera distinto, tanto que cuando los veo tengo una sensación difusa de familia y el calor de la amistad, pero no se me ocurriría llamar a nadie “hermano”.

Esto de llamar a la gente “hermano” se estila en lugares como la Renovación Carismática, donde hay un fuerte sentido de ser familia de Dios, que mucho tiene que ver con esa filiación divina que nos da el bautismo y nos actualiza el Espíritu Santo. En la Renovación a cualquiera que conozcas le llamas hermano y le das un abrazo cada vez que lo ves.

En República Dominicana, de donde es mi esposa, a la gente se le llama hermano, abreviándose cariñosamente “mano”. Aunque es una costumbre casi secular,  desde luego en la Iglesia se sustituye a menudo por el nombre de las personas, transmitiendo un cariño a la vez que una connotación de hermandad en Cristo.

Reflexionando en todo esto me he dado cuenta de que en la Iglesia tengo muchos amigos, pero no tantos hermanos, por más que teóricamente lo sean.

A veces alguien puede ser hermano, pero no amigo. También se puede ser amigo, sin ser hermano. Incluso idealmente se puede ser las dos cosas, amigo y hermano.

Pero lo raro es que no todo el mundo sea hermano, y que cuando vayas a una iglesia te dé esa extraña sensación de que la gente de los bancos de alrededor no tiene nada que ver contigo, que tan bien describía C.S. Lewis en “Cartas del diablo a su sobrino”.

Tentación o no, hay algo que me ha ayudado a entender por qué me pasa esto, lo cual he aprendido de una comunidad de hermanos en la fe en Cantabria con los que además está surgiendo una hermosa amistad.

Como dice Josué Fonseca en su blog “¿Por qué no se integra usted en una comunidad?”, en Trento de alguna manera se cercenó el sentido comunitario en la Iglesia, haciendo de la práctica religiosa algo de marcados tintes individuales, por más que se practicara en comunidad.

De alguna manera en el camino nos hemos dejado la comunidad cristiana, haciendo una Iglesia unidireccional en la que es perfectamente aceptable que uno acuda a recibir sus sacramentos y hacer sus oraciones para después volverse a su casa sin apenas haber tenido contacto con nadie.

Es una mentalidad, una manera de conceptualizar las cosas, de la cual se derivan muchas actitudes y maneras de obrar que luego inevitablemente producen ese sentimiento de “orfandad hermanativa” que en alguna medida me aqueja.

Es la razón por la que no llamamos hermano a alguien que nos encontramos en Misa, y en cambio si llamamos hermana a una monja o a un fraile que sí que tiene la bendición de tener hermanos en Cristo en forma de comunidad.

Es la clave explicativa de por qué podemos llegar a tirarnos piedras entre nosotros y competir entre movimientos, parroquias y demás entidades asociativas de la Iglesia, sin aprender unos de otros, como si no tuviéramos nada que ver.

Cuanto más camino más me doy cuenta de que sin esa comunidad nuclear, esa microiglesia que es un pequeño grupo, célula o como se quiera llamar, es imposible ser cristiano y no enfriarse en la masa de la catolicidad.

Por más que de vez en cuanto nos demos baños de masas estilo JMJ y nos dé un subidón en sentirnos parte de algo tan grande como la Iglesia, al final si no podemos llamar hermano al parroquiano del banco de al lado, al amigo de grupo de juventud, o incluso al correligionario del propio movimiento o asociación, de alguna manera estamos cojeando de falta de fe en la paternidad de Dios y en la maternidad de la Iglesia.

Estamos haciendo de católicos nominales, porque esa universalidad que llevamos en el nombre no se traduce en obras concretas, caminos comunitarios practicables, maneras de hacer que sorprendan al mundo porque digan aquello de “mirad cómo se aman”.

Sinceramente, me gustaría sentirme más hermano y menos amigo de tantos cristianos que conozco, me encantaría experimentar la certeza de que ardemos con el mismo fuego y que lo hemos dejado todo por el Señor, y que hacemos de todo lo nuestro una cosa común en el empeño de darlo todo por Cristo.

Y que me perdonen si quiero esto para toda la Iglesia, no sólo para un grupo de elegidos, consagrados,  o asociados, o “movimientados”.

En el fondo, como todos y aunque tienda a ir a mi bola, yo anhelo ser comunidad, familia; sentirme Hijo de Dios y hermano de los hombres, cosa que sólo se da en la Iglesia.

Teóricamente sé que lo soy, y que son mis hermanos…ya sólo falta que se note o que yo lo note, así que estoy seguro de que los lectores ya tienen una razón para rezar por mí y por mi grupo de oración para que tengamos la luz de vivir lo que sobre el papel sabemos por fe.

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