Lunes, 06 de mayo de 2024

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La puerta del espiritu

La puerta del espiritu

por Diálogos con Dios

“Palabras de Nehemías, hijo de Jakalías. En el mes de Kisléu, el año veinte del rey Artajerjes, estando yo en la ciudadela de Susa, Jananí, uno de mis hermanos, llegó con algunos hombres venidos de Judá. Yo les pregunté por los judíos - el Resto que se había salvado del cautiverio - y por Jerusalén. Me respondieron: Los restos del cautiverio que han quedado allí en la provincia se encuentran en gran estrechez y confusión. La muralla de Jerusalén está llena de brechas, y sus puertas incendiadas.” (Ne 1,1)


Fuimos deportados a Babilonia por nuestros pecados. Fuimos deportados por nuestros crímenes. Fuimos expulsados de nuestra tierra por nuestras infidelidades. Fuimos desterrados por nuestro desamor. Yaveh es rico y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, pero también es Dios celoso y no admite confusiones e idolatrías. Tarde o temprano pone las cosas en su sitio. Lo malo es que siempre pienso que es al otro al que hay que poner en su lugar, porque vivo constantemente de puertas hacia fuera, esperando al Dios vengador que haga justicia. Pero cuando me llega a mí la corrección me quedo bloqueado o entro en victimismos y rebeldías. Todo mi problema reside en que siempre pienso que adoro a Dios, mientras que Yaveh sabe que mi corazón se engaña y anda detrás de otras cosas. El hombre lleno de espíritu de Yaveh, comprende que debe estar siempre atento y desconfiado de sí mismo para no dejarse engañar y caer en seducciones con apariencia de piedad.

Algunos esclavos fuimos unos privilegiados y pagaron nuestra deuda. Regresamos en avanzadilla a Jerusalén acompañando a Nehemías con una misión muy concreta. El hombre está sobre la tierra cumpliendo una tarea, una milicia, una misión... y la nuestra era de suma importancia. Cuando nos acercábamos a los límites de nuestra añorada ciudad nos echamos a llorar de la emoción de volver a casa. Llorábamos y reíamos. Pero cuando nos acercamos a las murallas…Entonces, sí que lloramos… pero de vergüenza y tristeza. La muralla derruida, las puertas quemadas, las gentes andando de aquí para allá, llenas de miedo y confusión y nuestros hermanos que habían permanecido en la ciudad, sobreviviendo como perros abandonados sin amo ni protección. Un pueblo devastado, pobre y humillado. La desolación y la tristeza inundaron nuestras almas después de tantos años de cautiverio, al comprobar el estado de nuestra tierra...
Acampamos enfrente de la muralla oriental, y pasamos la primera noche allí, al abrigo de las tumbas de nuestros padres, mientras Nehemías inspeccionaba en secreto, la muralla de derecha a izquierda y de norte a sur. A lomos de su caballo observaba y comprobaba el estado de las puertas y los accesos y se le veía sospesar la envergadura de la empresa a la que había sido convocado: Reconstruir Jerusalén.

A la mañana siguiente nos pusimos manos a la obra. Cuando el espíritu está decidido no hay tiempo que perder. Nehemías nos organizó en grupos para cada tarea. Ordenes rápidas y concisas. Reconstruir aquí, edificar ahí y levantar allí. Yaveh ama el orden y aborrece el caos. Allí dónde impera constantemente la confusión y la indecisión, no hay luz, fuerza, ni espíritu de Dios. Al sumo sacerdote Elyasib y nosotros, sus hermanos los sacerdotes, nos encargaron construir la puerta de las Ovejas: la armamos, fijamos sus hojas, barras y goznes, y continuamos hasta la torre de los Cien y hasta la torre de Jananel. La tarea fue ardua y lenta pero sabíamos que hacíamos la voluntad de Yaveh y su espíritu estaba con nosotros.
A mí personalmente, trabajar en esta empresa fue un regalo. Me proporcionó momentos de profunda reflexión. Mientras rellenaba las grietas con argamasa en aquel punto o limpiaba algún escombro en aquel otro, meditaba en mi interior que mi alma es como una ciudad que hay que defender, que hay grietas que tapar y zonas oscuras que limpiar. Necesito el espíritu de verdad que me guíe y me enseñe las hendiduras por dónde se me escapa la vida y la fuerza. Necesito saber cuál es mi debilidad, para estar vigilante y desactivar los argumentos que sostienen y excusan mis pecaminosos comportamientos. No se trata de tapar y esconder para mantener las apariencias, sino de lo contrario. Yaveh lo ve todo, ante él estoy al descubierto y no puedo engañarle. Se trata de no esconder mi pecado, de confesarlo y confiar en su misericordia y en su perdón… Y poco a poco, ir construyendo y afianzando mi espíritu interior sobre la verdad y la fuerza que me viene de Yaveh.
Y así fuimos adelantando rápidamente en la obra… Nunca pensé que una tarea manual me iba a reportar tanta comprensión espiritual.

Pero no todo sería tan sereno y profundo. Cuando se intenta construir una obra de parte de Yaveh siempre surgen recelos, opositores y enemigos. Cuando Samballat el joronita, los árabes, los ammonitas y los asdoditas se enteraron de que la reparación de la muralla de Jerusalén adelantaba, pues las brechas comenzaban a taparse, se enfurecieron mucho; y se conjuraron todos a una para venir a atacar a Jerusalén y a humillarnos. Nehemías se enteró de los planes contra nosotros y nos colocó en orden de defensa con armas a lo largo de toda la muralla y nos arengó:
—¡No les tengáis miedo; acordaos del Señor, grande y terrible, y combatid por vuestros hermanos, vuestros hijos y vuestras hijas, vuestras mujeres y vuestras casas!
No todos somos iguales. El espíritu de Yaveh está con algunos de forma especial para llevar a cabo su misión y concede fuerza, serenidad y valentía al hombre elegido. Nehemías poseía una seguridad y una potencia que le venía directamente del cielo. Cuando nuestros enemigos supieron que estábamos advertidos y que Dios había desbaratado sus planes, se retiraron, y todos nosotros volvimos a la muralla, cada cual a su trabajo. Pero desde aquel día, sólo la mitad de los hombres tomaban parte en el trabajo; la otra mitad, provistos de lanzas, escudos, arcos y corazas, se mantenían vigilantes, mientras los constructores, con una mano cuidaban cada uno de su trabajo y con la otra empuñaban el arma.
A mí, aquella situación me sugirió una nueva visión interior: el alma sufre peligros y acometidas para desistir de la reedificación espiritual y ha de defenderse con las armas que tiene a su disposición, fundamentalmente la oración. El arma más eficaz, más necesaria y más definitiva para mi salud interior es la oración. Continua, constante, insistente. Yaveh mira con agrado y sostiene el alma orante y la inunda de su espíritu. Para ser sabio necesito orar. Para ser fuerte necesito orar. Para ser generoso necesito orar. Para ser equilibrado necesito orar. La oración es la puerta que abre mi alma a la acción de Dios, es la que abre el canal de las fuentes del cielo, es la puerta que da permiso a Yaveh para curar mis dolencias.

Así terminamos de construir la puerta de las ovejas y pasamos a otra zona de la muralla, hasta acabar la obra entera. Aquella puerta fue para mí un antes y un después de mi peregrinaje interior. Siempre guardaré en mi memoria aquellos momentos de especial discernimiento espiritual y de trabajos esforzados que hicieron tanto bien a mi alma.
La puerta de las ovejas a lo largo de los años y siglos venideros, seguramente será testigo de cosas importantes y sucesos decisivos para mi pueblo; posiblemente cambie de nombre, incluso varias veces, pero para mí siempre será… La puerta del espíritu.


“Devuélveme el son del gozo y la alegría, exulten los huesos que machacaste. Retira tu faz de mis pecados, borra todas mis culpas. Crea en mí, ¡Oh Dios!, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu. Vuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame” (Sal 51, 10)



 
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