Miércoles, 01 de mayo de 2024

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Amigos, conocidos y otros

por Consideraciones sin importancia

Amigos, conocidos y otros
 
Cuando uno tiene amistad con alguien, quiere el bien para quien ama como lo quiere para sí mismo, y de ahí ese sentir al amigo como otro yo
(Santo Tomás de Aquino)
 
¿A cuántas personas llamamos amigo y cuántas lo son realmente? Empleamos la palabra amigo con mucha frecuencia. “Conozco un amigo que…”, “tengo un amigo que dice..”, “un amigo trabaja en…”, “a un amigo le sucedió que…”. Y si abrimos una cuenta en Facebook, en Twiter, o en cualquiera de las redes sociales, enseguida llegan solicitudes de amistad, y otras tantas que hacemos nosotros. Pero, realmente, ¿cuántas son nuestro amigo?
 
Si tuviéramos que definir la amistad o pensar en las características de un amigo, ¿qué diríamos? Quizás, como nos sucede con tantas cosas, ayuda más saber qué no es la amistad o a quién no podemos llamar amigo, sino conocido u otro.
 
Me voy a proyectar. No considero amigo a aquel que siempre adula. Dudo de la persona que me dice sólo lo que quiero oír, y desconfío del halago fácil. Creo que esconde algo. No confío en aquel que nunca me corrige; que no me dice lo que hago mal, porque no me ayuda a crecer.
 
Tampoco me fío de aquel que me critica, habla mal de mí, a mis espaldas. Ni siquiera cuando me juzga con mordacidad o ironía, y añade, como una especie de coletilla, lo digo sin querer ofender, o te lo digo como amigo… porque en esas palabras hay doblez.
 
Desconfío de aquel que se llama amigo y me intenta manipular para salirse siempre con la suya. Y no considero amigo a aquel que rompe mi confianza, hablando de aquello que le conté en confidencia.
 
La amistad, escribe C. S. Lewis, como la veían los antiguos, puede ser una escuela de virtud; pero también –ellos no lo vieron- una escuela de vicio. La amistad es ambivalente: hace mejores a los hombres buenos y peores a los malos[1].

Aristóteles y Cicerón dijeron que la amistad es lo más necesario para la vida y un regalo de los dioses. Es más valioso que todas las riquezas del mundo, porque la amistad significa amar y ser amado por otro. Posiblemente por esto dice la Escritura que, quien tiene un amigo, tiene un tesoro[2]. Parece, entonces, que la amistad es algo muy preciado que es necesario no sólo guardar, sino cuidar.

San Agustín escribió: podemos llamar amigo a aquel a quien nos atrevemos a confiar todos nuestros sentimientos[3]. El Obispo de Hipona expresaba de esta forma lo que hizo el mismo Jesús, cuando llamó amigos a los doce: a vosotros os llamo amigos, porque os he contado todo lo que el Padre me ha dado a conocer[4].

La amistad es la manifestación máxima del amor que lleva a buscar el bien de la persona amada. Hay en la amistad una unión de voluntades tal, que el amigo es otro yo. Así lo expresaba Gregorio Nacianceno de su amigo Basilio: Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y, si no hay que dar crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro[5].

Por eso la amistad no entiende la traición. Y si ésta se produjese, se pondría de manifiesto que aquella relación no era verdadera amistad. Habrá que buscar otro nombre, porque la amistad exige correspondencia. Y por eso a un amigo le pedimos lealtad. Es decir, el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien, según la definición de la Real Academia Española.

Ahora bien, los amigos no siempre tienen porque estar de acuerdo; los amigos discuten y se enfadan; tienen puntos de vista distintos. Sin embargo, el amigo sabe que eso no es motivo de separación, sino de complementariedad. Ve en el otro, en el amigo, algo que él no tiene y le ayuda a crecer como persona. Entonces, cuando se acepta y reconoce esa diferencia, se ensancha la capacidad de comprensión y de amar, y se perdona. En esos momentos, la amistad no sufre, sino que se fortalece.

La amistad
es la relación más noble que puede haber entre los seres humanos… el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. Esto sería el ideal[6].
 
  


[1] C. S. Lewis, Los cuatro amores, 92.
[2] Eclesiástico 6, 14.
[3] San Agustín, Ochenta y tres cuestiones diversas, 71, 5.
[4] Juan 15, 15.
[5] Gregorio Nacianceno, Sermón 43.
[6] Sándor Márai, El último encuentro, 99.
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