Viernes, 10 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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La ruta de Sor Verónica: Iglesia y Cristo

por Jesús García

Visten de tela vaquera y no llevan toca ni velo, sino un pañuelo atado al pelo. Son de clausura, pero sin reja, para hacer menos lejana la experiencia de la vida religiosa y contemplativa del que se atreve a conocerlas. En un mundo en el que se habla de crisis de vocaciones, las monjas de Iesu Comunio son la parte más visible y conocida de una nueva ola en la Iglesia que se ve sacudida por nuevas formas de vocaciones femeninas, con otras maneras. Verónica Berzosa, fundadora y madre de Iesu Communio, se ha convertido sin quererlo en la imagen de la nueva tropa.
Como un vendaval azul, que acaricia y no arrasa, ha entrado en la Iglesia el nuevo Instituto Religioso femenino Iesu Communio. Sin embargo, al contrario que el caprichoso viento, este vendaval de vocaciones y alegría cristiana tiene el rumbo firme, fruto de su centenario origen franciscano que lo ha impulsado como a una bala, y lejos de perderse en sí mismo, como anunciaban los peores agoreros, se abre a la Iglesia con toda la fuerza que le ha dado a su fundadora, la monja española Verónica Berzosa, el haber participado en el encuentro “Nuevos evangelizadores para una nueva evangelización”, celebrado en el Aula Paulo VI del Vaticano, la semana pasada. Su inclusión en el acto ha significado el espaldarazo definitivo para el carisma que encarna la fundadora. El Papa ha dicho entre líneas a toda la Iglesia: “Esta chica es de las mías, atendedla”. Pero ¿quiénes son Iesu Communio? ¿Quién es la hermana Verónica? ¿Son una rareza exótica o simplemente un caso más de esta nueva ola de vocaciones que inunda la Iglesia?
 
Parto feliz
Iesu Communio nació al mundo el año pasado, con el reconocimiento por parte del Papa, mediante un documento firmado el 4 de diciembre, de que un nuevo Instituto Religioso Femenino había nacido en la familia de la Iglesia. Fue un parto adelantado. La Iglesia no se esperó a salir de cuentas, y cogió a muchos durmiendo y sin esperarlo. Se dio con menos dolor que la gestación, larga y sometida a pruebas, pero para bien de todos, la criatura ya ha demostrado haber venido sana y entera, con ganas de dar guerra, que en el lenguaje religioso significa rezar y regalar amor de Dios como luz da una vela por el simple hecho de encenderla.
Si el parto fue más o menos rápido, la gestación ha tenido años de prueba, duda, dolor y sospecha. No en vano, las monjas que como en un aluvión iban entrando a formar parte del antiguo convento de Clarisas de Lerma, tomando el hábito de color pardo y siguiendo la estela de santa Clara, todas ellas, en su fuero interno, iban viendo que aquello a que se sentían llamadas iba tomando forma de otra manera. Sí, son de raíces franciscanas, pero el propio acontecer de los hechos iba tornando el color marrón en azul claro; haciendo traslucidos los barrotes de los locutorios hasta no verlos cuanto más cerca te sentabas de ellas; y viendo en la oración, la obediencia y el silencio, el timón, la vela y el viento de una nave que, en el fondo, sabían que llevaría a buen puerto. El faro siempre se vio brillar, y no a lo lejos, sino bien cerca, en el sagrario, junto a la vela.
En todo éste proceso, las hermanas fueron siempre guiadas por el actual obispo de Burgos, monseñor Francisco Gil Hellín, nunca por delante de él, y han ido dejándose hacer a fuego lento por el cocinero del cielo.
Lo que sucedió con ese documento, a parte del evento histórico que supone vivir el nacimiento de un nuevo carisma en la Iglesia –como ya dejé escrito en su día-, es que el Papa quitó de un plumazo el velo de sospecha y controversia que rodeaba a ésta comunidad bendecida por la presencia de un carisma propio y único en la Iglesia en la persona de una mujer. Como ocurriera en otros contextos con tantas de ellas, el Espíritu Santo se fijó en la pobreza y la fe de una joven de 18 años que, melena al viento y botas verde botella, llamó un día a la puerta de un convento que llevaba 23 años sin saber qué era una novicia, y que desde entonces ha reventado de velos blancos, experiencias vocacionales y profesiones perpetuas de más de cien mujeres, y más de doscientas, que lo dejan todo para entregarse enteras a la Iglesia.
 
Pocos años después de su entrada, la joven Verónica se convertía en Maestra de Novicias de un convento que no tenía novicias. Algún secreto ha de guardar su corazón, un trato entre ella y su Esposo. ¿Qué le ofrecería ella, además de su ya entregada vida entera, para que éste la bendijera de tal manera que empezaron a entrar chicas en su noviciado como chavales entran en una fiesta de cumpleaños? Pero que nadie se engañe. Oración, mucha oración, silencio y dolor, han entrado en el trato, seguro. No hay bendición sin cruz, como la propia Redención. Porque entre otras muchas cosas llamativas, como el hecho de las canciones, los bailes y las reuniones multitudinarias entre monjas y peregrinos, en el centenario convento de Lerma -y ahora en el de La Aguilera- rezar, se reza. Mucho y a conciencia.
 
La madre Verónica
Secretos a parte, que ya desvelará ella, de la madre Verónica Berzosa se dice mucho y poco se acierta. Todo es más sencillo de lo que se que imagina y cuenta. Ella mismo da testimonio en el convento de La Aguilera, de la muerte, en diferentes circunstancias aunque todas dramáticas, de las que fueron sus amigas de adolescencia, y el sentirse ella salvada por el amor absoluto que se la coló en el corazón sin pedirle ni permiso ni prebenda: el amor de Cristo vivo, latiente en la Iglesia, sediento en el mundo y, muchas veces, denostado en su propia Iglesia. La madre Verónica explica en el locutorio que ella lo que sentía era “una fuerza que me arrastraba allí dentro, mucho más poderosa que lo que dejaba fuera”.
La fundadora ha dado en Roma sus pautas de nueva evangelización de lo que es para ella eso, la nueva evangelización, y nos ha hecho el favor a todos de ser precisa, concreta y poco imaginativa, ya que su hoja de ruta se puede reducir a dos términos: Jesucristo e Iglesia. Pero lo mejor es que no te lo cuenta de carrerilla, como ese católico de fábrica que se aprendió el catecismo en la escuela y ya no lo suelta ni para rezar. No. Ella te explica y te cuenta algo tan sencillo como eso, tan básico, con el convencimiento del convencido, con el amor de la enamorada, como aquel que sabe más que cree, porque su fe ha sido probada y confirmada de tal manera que ha dejado paso a la certeza. La madre Verónica, desde sus límites y pobrezas, te habla de alguien a quien conoce, de alguien del que sabe, y lo hace sabiendo de quien se fía al hacerlo: de Cristo vivo y resucitado que habita en la Iglesia para dar vida al mundo incluso antes de la vida eterna.


Aparte de eso, que en años y siglos venideros se contemplará con el respeto y estudio concienzudo, sor Verónica le plantó al Papa el abrazo que a mí mismo me hubiese gustado darle, y que de haber tenido oportunidad, lo hubiese hecho. De modo que no solo no repruebo su gesto, sino que se lo agradezco, pues en ese abrazo al santo Padre me incluyo. No por nada en especial, sino porque me sale y me apetece, y punto.
El futuro de Iesu Communio es tan incierto como seguro. Incierto porque ni ellas mismas saben a donde las lleva el viento del Espíritu. Se rumorea sobre nuevas fundaciones, traslados, Roma… Y al mismo tiempo que incierto, su futuro es seguro por la misma razón. Ellas mismas lo saben… no depende de ellas.
 
Nuevas chicas en el barrio
Las monjas de Iesu Communio son la parte más conocida de un resurgir de las vocaciones femeninas en la Iglesia. Varios ejemplos son los que salpican España. El más llamativo es el noviciado de las Hermanas de la Cruz, que cuenta con más de sesenta postulantes y novicias en su clausura de Sevilla; o las Hermanas de Belén, que siendo una de las realidades monacales más estrictas de la Iglesia, supera a las setenta chicas y mujeres, la mayoría muy jóvenes, entre sus casa de Jerez y de Huesca. Las Hermanas Reparadoras de El Escorial, una realidad muy joven de la Iglesia, ya cuenta con cien hermanas, y las Clarisas de Soria empatan con ellas: cien hermanas en cuatro conventos diferentes.
Las Hermanitas del Cordero, las Reparadoras del Corazón de Cristo Sacerdote o las Siervas del Señor y de la Virgen de Matará, son ejemplo también de que la vida consagrada femenina se está repoblando con sabia nueva.

Publicado en el Semanario Alba (21/1011)
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