Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¿Por qué son todos viejos en la Iglesia?

por José Alberto Barrera

Háganse esta composición de lugar: Madrid, vigilia de Pentecostés 2011 vivida en un ambiente carismático como colofón a un retiro que ha tenido lugar en un conocido colegio de la ciudad.

Mi hija pequeña, viendo la gente que llega, me pregunta: “papá, ¿por qué todos son viejos?” y es que quien no peina canas, luce cabellos plateados. Todos de cincuenta años para arriba, y eso que hay un par de treintañeros despistados como nosotros que han traído a sus niños para bajar la media.

Yo me sonrío por la ocurrencia de la pequeña que no ha podido expresar más acertadamente lo que todos pensamos, y me pregunto si merece la pena hacer el enésimo blog sobre lo envejecida que está la feligresía en España.

Las comparaciones son odiosas y yo ando recién vuelto de Londres, obligado por las circunstancias a perderme la vigilia que en ese momento tiene lugar en el macroestadio O2, a la que acuden 16.000 jóvenes de la capital inglesa, provenientes de todas las iglesias de la zona.

 Por supuesto es un evento organizado por protestantes y anglicanos, al cual asisten muchos católicos e incluso algún sacerdote amigo, atraídos por la novedad y las ganas de ver algo fresco.

El caso es que, de vuelta a España, no puedo evitar pensar que quizás muchos de los  movimientos de la iglesia actual se han muerto y aún no se han dado cuenta, o nadie se lo ha dicho.

Me dirán que es una exageración, pero todo depende de la definición que utilicemos para saber si una realidad eclesial está viva.

Hace poco leía que para saber si una parroquia estaba viva no había que mirar su número de fieles, sino la capacidad de envío que ésta tenía.

En una época postmoderna en la  que los cambios que antes se daban en décadas se dan en años cuando no en meses, seguimos viviendo de lo vivido en la Iglesia en los años setenta y ochenta, cuando se gestaron muchos de los grandes movimientos y comunidades actuales.

Lo que he podido observar en los últimos años es que en pocos de estos movimientos modernos entra la suficiente sangre nueva. En ellos vemos gente cada vez más mayor dirigiendo el cotarro ante la falta del recambio “por abajo” que en toda organización sana se tiene que dar.

Frente a un cierto discurso oficial triunfalista y complaciente - cuando no inconsciente- que ve en los movimientos el soplo nuevo del Espíritu y la salvación de la Iglesia de hoy en día,  a veces me pregunto si acaso no se habrá pasado un poco la hora de los movimientos y habrá llegado la de reagrupar fuerzas usando  los pocos “efectivos” que aún tenemos en la Iglesia.

Y es que quizás necesitaríamos ser un poco más transversales, más “plurimovimentales” y “pluriparroquiales”,  y ser capaces de tomar ejemplo de iniciativas como la JMJ donde se concitan todos los cristianos involucrados en la Iglesia, para así funcionar de una manera más adecuada a la necesidad pastoral del mundo de hoy.




El problema de la JMJ es que sólo dura quince días, y el resto del año cada cual vuelve a su capillita desde donde intenta hacer la guerra por su cuenta, lo cual a juzgar por las estadísticas y la impresión que damos en la Iglesia, no tiene precisamente mucho éxito.

Me pregunto de qué sirve tener una parroquia en cada esquina, con un cura empleado a tiempo completo en mantener a una feligresía que es una décima parte de la que podría tener, en lugares como Madrid donde en un barrio te puedes encontrar diez parroquias.

Sé que es una estadística exagerada, pero no muy alejada de una futura realidad, pero  hagamos las matemáticas:

 Diez parroquias, manteniendo cada una a una feligresía que en número no llenaría una parroquia (están llenas al 10%), pero con el esfuerzo personal, administrativo y espiritual de diez parroquias, cargado sobre los lomos del cura y los pocos agentes de pastoral que puede obtener.

Resultado: prácticamente sobran nueve parroquias, pero se insiste en mantenerlas.

Lo mismo está pasando con los movimientos, aunque a otro nivel.

 Realidades eclesiales que en los 70 y 80 eran lugar de encuentro con Dios para cientos y miles de personas, ahora apenas se contentan con tener de vez en cuando algún que otro converso, olvidando lo que pasaba cuando eran asociaciones jóvenes y pujantes… y mientras siguen afanándose en mantener toda la maquinaria.

Puestos a ser constructivos y dar respuestas, creo que los movimientos tienen muchísimo que aportar a la Iglesia, pero más vale que lo hagan de una manera conjunta, aunando fuerzas, y dedicándose a lo que nos puede sacar de la crisis en vez de a sacar brillo a su glorioso pasado.

Los movimientos encarnan un carisma, una manera de vivir la vida cristiana que muchas veces es un segundo paso de madurez en la fe. Por eso es fácil pasar de ser cristiano a serlo en un movimiento; lo difícil hoy en día es pasar de ser ateo o agnóstico a ser cristiano.

 Debemos hacer una reflexión teológica para preguntarnos qué viene antes de los carismas en la Iglesia, cual es el carisma anterior a todo carisma, aquel que es común a todos y está en el fundamento de todo lo que venga después.

Si lo redescubrimos  -no hay nada nuevo bajo el sol y menos en la Iglesia- habremos dado con la clave para reedificar la Iglesia, al estilo San Francisco de Asís en su época, pero versión hoy en día, postmoderna y actual, por lo que ya no tendremos que escuchar preguntas inocentes como aquella de “¿por qué son todos viejos?”.


PD Si son tan amables de dejar un comentario, les ruego que indiquen su edad en el mismo y si son de algun movimiento, para ver si ando muy errado en mis estadísticas...

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