Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¿Estamos en tiempos de involución eclesial?

por José Alberto Barrera

 Leyendo hace tiempo un artículo de José Manuel Vidal me encontré con la “aterradora” noticia, que el P. Mendizábal dio ejercicios a los obispos españoles en 2009,  lo cual se calificaba como una “elección muy significativa y muy acorde con los tiempos de involución jerárquica que estamos viviendo en España”.

Quisiera hoy meterme en un pequeño jardín e intentar ir un poco más allá de lo que ordinariamente se dice en círculos eclesiales acerca del estado de la Iglesia.

 Actualmente las tendencias que más sobresalen en la Iglesia se pueden clasificar fácilmente: conservadores (diocesanos y de movimientos),  progresistas y tradicionalistas.

Por un lado los más progresistas se llevan las manos en la cabeza ante todo lo que suene a conservador. Del otro, los conservadores se lamentan de los desarreglos de los progresistas. Los tradicionalistas a su vez acaban con ambos, pues la ortodoxia de los conservadores tampoco se salva de la quema, ya que son tan hijos del Concilio como los progresistas.

Mi pregunta, y la reflexión a la que invito, es acerca de si existe algo más allá de estos análisis, pues llevo demasiado tiempo oyéndolos y en un cierto sentido para mí han perdido el interés y casi hasta la actualidad.

Creo que sería muy iluminador profundizar en cuál es el estado de la Iglesia hoy en día desde un punto de vista diferente, superando  asuntos que no van a hacernos llegar más lejos  y que se están poniendo en su sitio por el mero transcurrir del tiempo y envejecimiento de sus protagonistas.

La iglesia en la España de hoy en día tiene como desafíos una feligresía decreciente y ajada en años, la falta de comunicación con los jóvenes, la escasez de vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, y las grandes cuestiones que la llevan a la arena pública como la defensa de la familia y la vida.

Es a la vez una iglesia con esperanzas, que está preparando un evento de la magnitud de la JMJ, que tiene una relativa riqueza en movimientos, contabilizando en sus estadísticas 70.000 catequistas así como 75.000 sacerdotes, religiosas y religiosas, lo cual es un grandísimo patrimonio humano y espiritual.

Pero la gran cuestión, que nos atañe a todos, es discernir los signos de los tiempos, y entender la llamada de Dios concreta para el momento que vivimos.

 Una iglesia enraizada en Jesucristo, atenta a las necesidades de los hombres, y entregada a su perenne misión evangelizadora debiera ser un revulsivo para la sociedad en la que está implantada.

Pero la realidad es que no lo es, por que nos acostumbramos, nos acomodamos a la mentalidad del mundo presente, o a nuestros esquemas y manías, o incluso a nuestro propio “éxito” religioso, y al final la sal parece que se vuelve sosa, y si no, a los hechos me remito. Las estadísticas están ahí, y vamos perdiendo el pulso cultural, social y espiritual de los tiempos presentes, sin que nada ni nadie parezca poder remediarlo.

¿Se puede pues decir que la Iglesia actual está en involución?

 Desde luego en cuanto al número sí, pero, ¿y en cuánto a la “calidad” del cristianismo que vive?

Mi sensación es que faltan los Jose Maria Escribás (Opus dei), Eduardos Bonin (Cursillos) y Kikos Argüellos (Neocatecumenales) de nuestros tiempos.

 Aunque todos ellos o sus movimientos tengan actualidad- y algunos como Kiko Argüello estén activos y luchando en medio de la vorágine-  nos faltan veinteañeros y treintañeros de hoy en día, capaces de ilusionar, de asombrar al mundo con su entrega radical a Cristo, de innovar con la palabra de Dios para estos tiempos que corren.

Vivimos una Iglesia excesivamente tributaria de esquemas pasados  y demasiado preocupada de las discusiones de ayer, en la que parece que faltan nuevas ideas, nueva sabia y nuevas corrientes.

No es que lo anterior esté mal, sino que simplemente no es sano que no aparezca un reemplazo, o una evolución, lo cual es indicativo de que las cosas no están fluyendo de la manera adecuada.

Y no es un problema de ortodoxia, ni de fidelidad, ni de si somos más o menos tradicionales o progresistas.

 Es un problema mucho más profundo y complicado, ante el cual se puede hacer un simple análisis matemático y generacional, que nos indica si una institución está creciendo o está involucionando.

Pero, ¿qué hay de un análisis más espiritual, más de calidad? Mi impresión es que falta mucho Espíritu Santo, mucha radicalidad, mucha creatividad y escasea la locura por Cristo.

Por supuesto hay signos de esperanza, y el Espíritu Santo siempre está inspirando cosas nuevas y hay gente muy admirable en esta Iglesia de hoy en día.

En un sentido teológico, la Iglesia no puede ir para atrás, pues camina hacia el triunfo definitivo de Cristo. Yo creo en ello, y por eso, aunque sea un inconformista, estoy muy a gusto en la Iglesia y con sus pastores, porque sé que a fin de cuentas Cristo es el capitán de la nave y da a cada tiempo lo que necesita.

Pero esta tranquilidad espiritual no está reñida con pararse a reflexionar a dónde vamos, y a qué lugar nos está llevando la situación actual, para tratar de discernir dónde está la llamada de Dios y subirnos a la ola de su gracia transformadora que hace nuevas todas las cosas.

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