Sábado, 20 de abril de 2024

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El Santo Rostro, de Jaén a París y vuelta (y 2)

por Victor in vínculis

En la página web de la Catedral de Jaén se lee:

A lo largo de los siglos, la tradición popular ha considerado siempre al Santo Rostro como uno de los pliegues del paño con que la mujer Verónica enjugó la faz de Cristo en su camino hacia el Calvario. Hasta nuestros días no ha llegado constancia documental cierta y verídica que aclara los orígenes de esta reliquia en Jaén. Diversos han sido los historiadores locales que recogieron y sistematizaron algunas tradiciones que circulaban sobre la llegada de este vestigio de la Pasión del Señor al Santo Reino. Para unos, habría sido traída desde Roma por san Eufrasio, uno de los Siete Varones Apostólicos.

Sin embargo, los primeros datos ciertos de la presencia del Santo Rostro en Jaén se remontan al s. XIV. Muchos investigadores enlazan las primeras referencias al Santo Rostro con el pontificado de D. Nicolás de Biedma. Este prelado ocupó la sede de Jaén en dos períodos: 1368-1378 y 1381-1383. Podría haber sido D. Nicolás quien trajese a Jaén la Verónica, como es llamada la reliquia en los documentos de la época.

La ostensión de esta reliquia atraía a numerosos peregrinos en las dos ocasiones en que anualmente era expuesta. Estos devotos podían lucrar unas indulgencias episcopales, que fueron enriquecidas por las que otorgó Clemente VII, en 1529, mediante el breve Salvatoris DominiPara evitar los notables inconvenientes que se derivaban de la tumultuosa afluencia de fieles, que competían por besar y tocar la venerada reliquia, el obispo Don Rodrigo Marín Rubio costeó de su propio peculio, en 1731, un precioso relicario, realizado por el afamado orfebre cordobés, Francisco José Valderrama.

Robo, destierro a Francia y recuperación

En 1936, el Santo Rostro fue confiscado y su pista se perdió hasta 1940, en que apareció en un garaje del pueblecito francés de Villejuif Bicetre, a las afueras de París, sin el lazo de brillantes que lo adornaba. La reliquia formaba parte de un tesoro de diversos objetos preciosos rapiñados durante la guerra civil. El Santo Rostro fue devuelto a España inmediatamente y el propio general Franco lo restituyó a una comisión de notables jiennenses desplazada a El Pardo para recibirlo. Se conserva una carta autógrafa de Franco en la que podía leerse:

«Hoy, 17 de marzo de 1940. En el palacio de El Pardo y en Domingo de Ramos, llegó el Santo Rostro del Señor, recuperado después de haber sido robado y profanado por las hordas rojas. El Caudillo, con sus propias manos, restituyó el viejo cristal roto que lo arañaba y puso uno nuevo para hacer entrega al siguiente día 18 a la comitiva de Jaén con su vicario».

En un artículo sobre el tema Antonio García Fuentes cita a don Guillermo Álamo Berzosa y su libro Iglesia Catedral de Jaén – El Santo Rostro (1981).

 

Transcribo a continuación la crónica de Lucientes, corresponsal en París, publicada en el diario Ya el día 14 de marzo de 1940.

«París, 13 (De nuestro corresponsal). Mañana por la mañana sale para España, en automóvil, la Santa Faz de Jesús, que se venera en la Catedral de Jaén. El viernes a medio día llegará a Irún y, posiblemente, el domingo a Madrid, donde se depositará en el Ministerio de Asuntos Exteriores hasta que el Caudillo, solemnemente, la remita a su secular morada.

Ya sabéis como se encontró aquí la Santa Faz de Jesús: en un sórdido garaje de Villejuif Bicetre, pueblecito de los alrededores de la capital, dentro de un baúl que con otros trece, componía lo que se ha llamado el tesoro del Partido Comunista español. A modo de símbolo en estos baúles, fruto espeluznante de las rapiñas sin nombre, se encerraba con la Santa Faz toda la tragedia que vivió nuestro país desde julio del 36 hasta el triunfo redentor de Franco. Imposible hallar bajo el signo del saqueo un caos mayor de valores espirituales y materiales, de cosas humildes codeándose con otras preciosas. Hay allí, revueltos en la confusión absurda que denuncia el apresuramiento de los ladrones, sacos repletos de botín donde se avecinan fabulosos collares de perlas con humildísimos rosarios, simples abalorios y dentaduras de oro, con artísticos bastones de mando. La Santa Faz yacía enterrada junto a un gigantesco lingote que denotó su origen, el robo por las diferencias de su condición, ya que aquí y allá asomaban en bloque de metal, aún intacto, rabos de cucharillas y púas de tenedores. Una preciosa colección de monedas, que se supone sean de Lázaro Galdeano, sufría el contacto con unos cacharros de cobre muy sucios que, sin duda, como brillaban, la codicia de los saqueadores confundió con oro».

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