Miércoles, 15 de mayo de 2024

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"El cielo nunca es igual, las nubes son siempre diferentes"

por Georgina Trías

La mirada limpia y nueva que un niño tiene al mirar el cielo no tiene precio. Para mí es fuente de inspiración constante. Una vez más, mi hijo de cinco años, que todos los días levanta la mirada al cielo, me decía ayer: "el cielo nunca es igual, las nubes son siempre diferentes".

Con palabras sencillas ha sabido expresar uno de los más hermosos atributos de Dios, la renovación, el "hacer nuevas todas las cosas". Dios, en la naturaleza, se renueva constantemente. Y el cielo, que todos tenemos a nuestro alcance, nos habla mucho de él. La vida puede ser siempre la misma, y al tiempo siempre nueva. Depende de nuestra mirada.

Algunos niños, cuando miran, ven mucho. Conservan un alma limpia que contacta rápidamente con lo trascendente. Vale la pena fomentar y conservar ese atributo que les es propio. En ese sentido, el fin de semana pasado contacté con una de las personas que gestionan un blog de educación que me ha llamado la atención sobre todo por la belleza del nombre, Asombro y apego. Argumentan, con buena formación de base, la necesidad de la unión del niño con la madre en los primeros años de vida, y la necesidad de fomentar el asombro en el niño. Algo connatural al niño que, sin embargo, en algunos casos, se está desnaturalizando. Os invito a visitarla pues, cuando menos, amplía perspectivas en la educación.

Por mi parte, también estos días, contemplar el cielo me transporta a esta realidad superior de la que vengo, a la que pertenezco y que me recuerda quién soy. Son unos días privilegiados, limpios y claros. Anteayer el cielo era un cúmulo de nubes delicadamente pintadas y muy bien delineadas; el niño ve directamente la mano de Dios, y piensa que ha querido jugar a ser artista ese día. Los adultos hablamos de cielos "velazqueños" y nos admiramos una vez más de la fina sensibilidad del pintor que captó hace ya unos siglos estos cielos que, para nuestro asombro, de forma renovada, hoy se repiten sobre nosotros. Es, en palabras de San Agustín, esa "belleza siempre antigua y siempre nueva" que aparece ante nosotros para conmovernos y devolvernos a la realidad auténtica.
Ayer, el pintor se dedicó a hacer trazos sueltos y libres, dibujando sobre el cielo azul unas nubes llenas de fuerza y vigor.  Y hoy por fin quedan restos de los trazos de ayer, para presentarnos una bóveda azul, limpia y despejada.

¡Cuánto habla el cielo! ¡Cuánto ha hablado a los hombres a lo largo de la historia! ¡Cuántos han escrito sobre ello!

De día, de noche, el hombre solo ante la inmensidad que le cubre, si se detiene a contemplarlo, queda conmovido y...

¿qué puede decir sino... ¡GRACIAS!?
 

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