Martes, 19 de marzo de 2024

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3er Domingo de Adviento (B) y pincelada martirial

por Victor in vínculis

Una historia japonesa de nuestros días nos ayuda a entender la fiesta que hoy celebramos en este tercer domingo de Adviento, preparándonos con alegría a la inminente Navidad.
 

La venerable Mª Isabel Satoko Kitahara era una joven cristiana[1], hija de un profesor que vivía en Tokio al final de la Segunda Guerra Mundial. Se trasladó a una zona que había sido bombardeada hasta quedar reducida a escombros, en la que había crecido una barriada desesperadamente pobre. Se llamaba la Ciudad de las Hormigas, y era el hogar de los traperos, gentes sin nada que salían todas las mañanas en medio de la oscuridad a registrar las calles, los callejones y los basureros de Tokio en busca de trapos, ropa, cualquier cosa que se pudiese usar, vender o transformar en algo útil. Ella reunió a los hijos de los traperos y fue su profesora. También visitaba a los ancianos, a los débiles y a los enfermos, y los atendía con delicadeza.

Estaba en el límite de la Ciudad de las Hormigas en las mañanas oscuras, cuando los traperos salían a llenar sus días vacíos y difíciles tras el rastro de las sobras. Los despedía con un saludo y una bendición, deseándoles un día próspero y bueno, y volvía a estar en el mismo sitio cuando retornaban con el día ya oscurecido, acogiéndolos y bendiciéndolos de nuevo. Ellos la querían y esperaban ansiosamente ver su rostro y oír el sonido de su voz, y apreciaban su sonrisa y su compasión. Llegó a ser conocida como la Virgen Dichosa de la Ciudad de las Hormigas.

Después de algunos años, enfermó y contrajo la tuberculosis. Se quedó allí porque ellos eran su hogar, su gente, y era allí donde quería morir. Vivía en una casucha, como todos los demás. Era terriblemente bochornosa en el verano y helada en el invierno. Como los demás, no tenía medicinas, ni mantas ni comida. La visitaban sólo aquellos a los que ella había visitado primero. Murió joven y compadecida, querida por la gente[2]. Cuando fueron a enterrarla, encontraron un cuaderno debajo de su almohada. Más de una vez se lo habían visto sacar y se preguntaban qué escribía en él. El calígrafo Mitsuo Aida lo abrió y leyó las únicas palabras que estaban escritas:
¿No vas a sonreír ahora mismo?

Era lo que se recordaba a sí misma cuando estaba sumida en el dolor y muriéndose: la necesidad de la alegría, la necesidad de que los demás viesen y sintiesen su fe y confianza interiores, la necesidad de compartir esto cuando no tenía nada más que dar.

Así se lo hemos escuchado al Apóstol Pablo, en esta lectura que tantas veces repetimos a lo largo del Adviento: Estad alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión. Esta es la voluntad de Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis vuestra alegría interior.
 
El calígrafo japonés escribió este poema en memoria de Satoko:
 
Solo con tu presencia, la atmósfera de algún modo brilla.
Solo con tu presencia, todos se sienten aliviados.
Yo anhelo ser como tú.
 
Nosotros repetimos esto mismo:
Nosotros, Señor, anhelamos ser como Tú.

Se nos recuerda en este domingo la necesidad de ser testigos, de ser luz para la gente, de dar el mismo testimonio que Juan Bautista hoy nos ofrece.

La perícopa evangélica, tomando como punto de comparación la figura del Precursor, Juan el Bautista, busca responder a la pregunta: ¿quién es Jesús? Juan no es la luz, Jesús es la luz (tal como insistirá el evangelista a lo largo del relato). Juan no es el Mesías, ni Elías (quien habría de venir a preparar la venida del Señor; en este profeta el Precursor del Señor tiene un marcado tono sacerdotal), ni el profeta anunciado para los tiempos escatológicos. Jesús, en cambio, es el Mesías y el profeta esperado. Así Juan, por contraposición, dibuja la figura de Jesús como Mesías, sacerdote y profeta.

No se nos pueden ir estos días en prepararnos sin esperarle a Él. No se nos pueden quedar estos días en lo exterior, en el envoltorio del regalo que Dios nos hace hoy por medio de su Hijo Jesús.

La identidad del Bautista le viene dada de su misión de allanar el camino del Señor. Por ello, él bautiza con agua, un signo de preparación y de penitencia. Jesús, en cambio, bautiza con el Espíritu Santo, por medio del cual nos regenera y recrea como hijos de Dios, y nos envía a allanar el camino que permita que el hombre de hoy se encuentre con Él, con Cristo vivo, con el Señor, que nace para nosotros. Así experimentaremos la alegría de haber encontrado lo que siempre, inconsciente o conscientemente, estamos buscando: nuestra salvación, al Señor, la vida en Cristo, vivir solo para Él.
 

Finalmente desde este domingo la Iglesia retoma la antigua tradición de orar con las llamadas antífonas de la O. Estas oraciones, con títulos de Jesús e imágenes de Cristo, se remontan a los primeros siglos de la Iglesia, cuando eran una parte importante de las tradiciones de Adviento para los monjes medievales. Cada antífona revela una comprensión de Cristo, el Niño que es más que un niño. Juntas, constituyen una cristología, una teología de la fe en lo que este Niño es de verdad. Sirven también para introducirnos más profundamente en el misterio del Adviento y en nuestra fe en la venida de Jesús al mundo otra vez; nos llevan más allá de cualquier noción sentimentalista de quién es este Niño y nos ayudan a comprender su raíces divinas y humanas.

Tradicionalmente comienzan en las vísperas del día 17 y culminan en la Nochebuena con el “Oh Emmanuel”, Dios-con-nosotros, cuando los cielos y nuestros corazones se abran a la expectación del amanecer y de la venida del Hijo de la Justicia, el Hijo de Dios en medio de nosotros.

Cuando las primeras letras de las antífonas, tal como aparecían en latín, se leían en orden inverso, formaban el acróstico Ero Cras, que significa Mañana estaré allí. Son poesía y teología, además de profesiones de fe, fervientes de expectación por lo que el Niño que va a nacer hará en el mundo. Todas ellas se ocupan del rescate, la liberación y la libertad para Israel y todas las naciones y pueblos del mundo. Son oraciones y mandatos que nos hacen un llamamiento desde la necesidad y la fe, repitiendo una y otra vez “¡Ven!”. Pretenden infundirnos un sentido de la urgencia, del poder cercano a nosotros.

Tenemos que aprovechar este último tiempo para no equivocar, en el ambiente que de la Navidad la sociedad nos ofrece, nuestro testimonio, firme y solemne, como luz que alumbra a todos.

En la primera lectura escuchamos el sentido completo de lo que el Evangelio nos ofrece: El Espíritu del Señor, dirá Jesús en la asamblea, con estas palabras del profeta Isaías, está sobre mí. Y Él me unge y me conduce para una misión concreta; no solo desde el sacerdocio o la vida consagrada. Es una misión para todos los cristianos. Nos envía a todos a dar la buena noticia a los que sufren, a vendar los corazones desgarrados, a proclamar la libertad a los cautivos, el año de gracia del Señor.

No solo en este Domingo Gaudete, en este domingo de alegría, sino siempre, nuestra actitud debe ser: Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios. Porque Él nos viste con un traje de gala, nos da la salvación, nos envuelve en un manto de triunfo, nos toma de la mano y nos ofrece llegar hasta el final para conseguir la salvación.

Dios está cerca y la Navidad es fiesta de gozo, misterio de gozo iluminado. Apoyados siempre y enriquecidos con la fuerza de la Eucaristía, alimento para nosotros, necesitados de Jesús, vivamos la alegría de nuestra fe.
 

PINCELADA MARTIRIAL
El beato Protasio Cubells Minguell nació el 27 de diciembre de 1880 en Coll de Nargó (Lérida)[3]. La conducta indiferente para con la fe y vida cristiana por parte de sus padres no afectó a nuestro beato para los buenos sentimientos que tuvo siempre, y le movieron a seguir la vida religiosa. Incluso mantuvo deseos de llegar a ser sacerdote, pero no le favoreció en nada otra enfermedad referente a la vista, que le dificultaba seguir los estudios. A  los  doce  años  ingresó,  como  enfermo,  en  el  Asilo Hospital  San  Juan  de  Dios,  de  Barcelona,  afectado  por  queratitis escrofulosa. Superada la  enfermedad  y  en  parte  repuesto,  el  6 de junio  de  1893,  a los  13  años,  ingresó  en  Ciempozuelos en el grupo de niños que después formarían la Escuela Apostólica del Sagrado Corazón de Jesús.

Al  tomar  el  hábito  hospitalario  recibió  el  nombre  de  Fray  Protasio,  y emitió los votos solemnes el 31 de marzo de 1903. Heredó  de  su  padre  una  fuerte  predisposición  para  la  música,  y  el  beato  Protasio  llegó  a  conseguir  también  una  extensa cultura musical.

Como  Hermano  hospitalario  formó  parte  de  las  comunidades  y  centros  hospitalarios  de  Ciempozuelos,  Pinto,  Santa Águeda de Guipúzcoa Carabanchel Alto, Barcelona, Granada, Sant Boi de Llobregat, Madrid, Calafell, Valencia, Gibraltar y Jerez de la Frontera, cumpliendo los servicios hospitalarios con especial buena voluntad y competencia.

Desde 1934 era Secretario Provincial, en la provincia de San Rafael de Aragón, con residencia en Barcelona, cuando el Señor le reservaba la corona del martirio.

Su entrega a la enseñanza y educación de los niños era con gran celo, con el fin de disponer y lograr personas preparadas en  letras  y  digna moralidad  social;  en  especial  cuidaba  mucho  el  aspecto  del  comportamiento,  al grado que  si  veía  algún muchacho  que  se  descarriaba,  le  corregía  con  mucha bondad  inculcándole  motivaciones  rectas;  si  no  conseguía  que  mejorase,  cuanto  antes  lo  devolvía  a  su  familia,  para  que  no  perjudicase  a  los  demás.  Así  logró  no  pocos  discípulos aventajados,  que  después  colocaba  en  oficinas  o  empleos  adecuados,  donde  no  obstante  sus  deformidades  físicas,  eran personas dignas, íntegros ciudadanos y honrados trabajadores, que se defendían social y económicamente.
 

Al iniciarse la revolución persecutoria de julio de 1936 se encontraba el beato Cubells accidentalmente en el Hospital San Juan de Dios de Manresa (sobre estas líneas), los Hermanos habían llegado a Manresa en 1932. Al ser expulsados del mismo (el 5 de agosto de 1936), el beato  se  volvió  a  Barcelona  y  vivió  en  diversas  pensiones de  la  ciudad.  Daba  clases  de  música a las familias conocidas  y  así pagaba su pensión y ayudaba a otros Hermanos. El  día  11  de  diciembre  tuvo  ocasión  de  salir  al  extranjero:  la  Señora Molins,  bienhechora  de  la  Orden,  le consiguió un billete para un barco de paso por  Barcelona hacia Marsella, y le mandó un coche para llevarle al barco. Pero el beato Protasio no se decidió y se quedó en la pensión.

Tres días después, estando dando clases de música a dos niños, se presentaron en la casa unos milicianos y le arrestaron. Su cadáver apareció el día siguiente, 15 de diciembre, en la Avda. de Ntra. Sra. de Montserrat, de Barcelona. El beato Protasio Cubells tenía al morir mártir 56 años de edad, 43 en la Orden y 36 como religioso Hermano de san Juan de Dios.
 

[1] Mª Isabel Satoko Kitahara (1930-1958) laica japonesa inscrita a la Milicia de la Inmaculada del padre Kolbe, era conocida como “María de la Ciudad de las Hormigas”. Fray Zenón Zebrouski, su director espiritual, afirmó que hizo más ella sola que diez misioneros juntos. Nacida en una familia acomodada, hija de un prestigioso profesor universitario, hizo sus estudios de bachillerato en un colegio de las Mercedarias de Bérriz, en el centro de la capital de Japón. Después hizo brillantemente sus estudios de Farmacia en la conocida Universidad Showa. Pero un buen día, cuando tenía 20 años, tomó esta doble determinación: hacerse católica, arrastrando la ira de su padre, que prácticamente la desheredó, y marcharse a trabajar con los traperos, que vivían en la miseria a los lados del río Amida, muy cerca de su confortable hogar. En Junio de 2015 el Papa Francisco declaró sus virtudes heroicas y se está a la espera de un milagro por su intercesión para que sea beatificada.
[2] Una multitud asistió a su entierro hace casi sesenta años; gentes de todas las clases sociales se agolpaban para decir su adiós a aquella hermana de todos, que había entregado su vida por ellos. El gobernador de Tokio enviaba un mensaje de condolencia y terminaba diciendo: “Quizá haya llegado el momento en que la Iglesia Católica se fije en esta joven, testigo del Evangelio, para llegar a presentarla a todos como ejemplo de entrega incondicional a los demás, movida por la fe en Jesucristo”.
[3] LIZASO  BERRUETE,  Félix,  Testigos  de  la  misericordia  hasta  el  martirio (Madrid, 1992).
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