Cuando llegues al templo, una decisión es importante: ¿dónde me voy a sentar? Sí, ya sé... Jesús reprochó a los fariseos que buscaban los primeros puestos en los banquetes. Y dijo que el publicano que se fue justificado se quedaba en el fondo del Templo.

Sólo te recuerdo algo: en el desierto, el Demonio tentó a Jesús... ¡con una cita bíblica!

¿Qué quiere decir esto? Que no debemos interpretar esas afirmaciones de Jesús como una condena a quienes ocupen los tres o cuatro primeros bancos de las iglesias.
Jesús se refiere al afán de figurar, de parecer piadosos.

Por lo tanto, sé sincero contigo mismo. En los últimos bancos, sobre todo si quedas de pie, es probable que:

- no se escuche tan bien como adelante, sea porque el equipo de sonido es imperfecto o por el ruido de la calle;

- suenen dos o tres celulares durante la Misa y te distraigas viendo los movimientos rápidos de quienes quieren apagarlos o —peor aún— escuches atenderlos;

- te enternezcas con el nenito que se le escapó a la mamá y está haciendo un “tour” por toda la iglesia.

- llegue más tarde un amigo que hace tiempo no ves, te salude, y te pongas a recordar tantas cosas...

Pero entonces, ¿no es un acto de virtud quedarme parado, y dejar los asientos a las personas mayores? Lo sería, en el caso de que la iglesia siempre estuviera repleta. La mayoría de las veces, hay blancos en la vanguardia.

Elige los lugares más cercanos al altar. Donde puedas ver bien. Donde escuches mejor. Donde todo tu ser pueda concentrarse en el misterio.

Como si te dieran a elegir el lugar para escuchar a tu cantante preferido. O en el estadio de tu equipo favorito. O para saludar al Papa en su visita a tu país.

Quizá se entiende mejor haciéndote estas dos preguntas:
¿Dónde te hubiera gustado estar el Viernes Santo: junto a María y el discípulo amado, o mirándolos desde lejos?

¿Dónde te gustaría estar en el banquete del Reino celestial?