Dicen las encuestas que los hombres casados se consideran mucho más felices que los divorciados o los que nunca se casaron, que viven una media de tres años más que los que decidieron quedarse solos, y que además ganan más dinero, están más gordos, fuman menos y consumen menos alcohol que los solteros, viudos o divorciados.

Es decir, que los casados viven más y mejor. ¿Y por qué? Porque en su camino les acompaña una mujer –la misma mujer– todos y cada uno de los días de su vida.

Es el caso de Vincent, casado desde hace casi 24 años con Matere. “Yo era entonces un pipiolo”, reconoce, pero poco a poco fue quemando etapas: llegaron los hijos –cuatro en seis años– y se fue introduciendo en la vida laboral, hasta que llegó a un momento delicado hace ahora cinco años: “Se me juntaron siete crisis de golpe: la económica, la de los 40, la matrimonial, la de la suegra, la de los hijos adolescentes, la de mi salud y mis achaques, y la espiritual. El Titanic se me estaba hundiendo y todo se me cayó encima”.
 



Y claro, la crisis se instaló en el interior de su casa. “Empezamos a vivir separados bajo el mismo techo –recuerda Matere–; yo no le soportaba, gritaba a menudo, estaba de mal humor. Perdí al Vincent con el que me casé. Fue una época muy dura”. Así las cosas, Vincent se empezó a dar cuenta de que  “estaba perdiendo aquello por lo que había luchado toda mi vida. Entendí que no soy Superman. Empecé a pedir ayuda a Dios y a dejar de pensar en mí mismo”.

Tocó fondo… y le vino bien. Ambos comenzaron a ir a las reuniones de matrimonios de Mater Dei, y Vincent empezó a cultivar una dimensión que había dejado de lado: “La ternura, la comunicación, el cariño, la dulzura, ser humilde con mi mujer, reconocer mis errores…, cosas que hoy no parecen ‘muy de hombres’. Y me di cuenta también de que lo más importante de mi vida es mi mujer, no mis problemas. Veinte años después de casarme comprendí de verdad que Dios nos ha hecho una sola carne. Y eso lo notamos también en el terreno sexual, con muchas más demostraciones de cariño físico y abrazos que antes. Yo hoy soy más hombre gracias a mi mujer”.



Gracias a su experiencia, Vincent ayuda ahora a otros hombres en crisis a encontrar el camino de la verdadera masculinidad: “A mis amigos les digo: ‘Volved a casa’. Ser un hombre es tener claras las prioridades, y lo primero para cada hombre es su mujer”.
 

Si lo primero para Vincent es Matere, lo primero para Miguel es Miriam, su mujer. Tras 18 años de matrimonio, muchas pruebas y dos hijos en común, hoy Miguel puede decir que  “he vuelto a casa, a lo que mi mujer y yo queríamos ser cuando decidimos casarnos”.

Pero el camino no ha sido fácil. Tras 10 años de convivencia, a Miriam le diagnosticaron una enfermedad de riñón que amenazó seriamente su vida. “A mí me costó mucho adaptarme a esa situación –reconoce Miguel– , porque tuve que asumir una carga en casa a la que no estaba acostumbrado. Yo solía a hacer las cosas a mí manera, y de repente mi vida personal cambió y tuve que dejar mis prioridades para ayudarla más a ella, y ocuparme más de la casa y los niños.

Todo eso a mí me alteraba mucho”. Miriam lo recuerda así:  “Necesitaba más de él porque yo no estaba al cien por cien, y eso hacía que tuviéramos muchas discusiones. Acabamos muy distanciados. Si no hubiera sido por el Señor, no sé dónde estaríamos”. La enfermedad hizo que las cosas empezaran a mejorar: en su debilidad, Miriam empezó a rezar más y a agarrase al Señor, y eso fue el detonante de la conversión de su marido.



“Ver cómo ella rezaba por mí me ayudó mucho. Además me aguantaba con paciencia, me daba su cariño. Y eso me fue cambiando poco a poco”, afirma Miguel.


Reforzar su matrimonio hizo que él sacara lo mejor de sí mismo y afianzara virtudes como la fortaleza, la entrega, la presencia en casa… Una peregrinación a Medjugorje y los retiros de Emaús les ayudaron en este proceso. Y de repente “nuestro matrimonio se renovó, empezamos a vernos con ojos nuevos y nos enamoramos de nuevo”, dice Miriam.

Ahora, ella afirma que “la conversión, el encuentro con Dios, el empezar a rezar juntos todos los días, el hablar más el uno con el otro –de las cosas del día a día y también de las importantes–, y todo el sufrimiento que hemos pasado juntos, han hecho de Miguel el hombre que es hoy”. Y él lo confirma diciendo que hoy se ve como  “un hombre completo, porque mi mujer me ha sacado de mí mismo. Dios ha creado a Miriam para mí, y hoy soy mejor porque Miriam está conmigo”.
 

Autora de libros La masculinidad robada o Padres destronados, la profesora María Calvo Charro explica que “hombres y mujeres tenemos diferentes formas de ver la vida, diferentes prioridades, preferencias y motivaciones. Tenemos diferentes formas de actuar ante idénticas situaciones, y nuestras formas de amar son también diferentes”.


La profesora María Calvo es experta en educación diferenciada

Pero eso, como demuestra la experiencia de Vincent y Matere, y de Miguel y Miriam, lejos de ser un hándicap, es una oportunidad para crecer juntos: “El hombre tiene mucho que aprender del estilo femenino de actuación, y viceversa. Lo más inteligente y lo que más nos engrandece es observar y dejarnos enriquecer por la forma de actuar y pensar de nuestro cónyuge. Hombres y mujeres somos complementarios y, si estamos abiertos a ceder espacio y somos receptivos, alcanzaremos el equilibrio vital que nos conduce a la felicidad”, constata Calvo.

(Publicado originariamente por Juan Luis Vázquez-Díaz Mayordomo en Revista Misión, www.revistamision.com)