A las nueve de la noche de este viernes se celebró el tradicional Via Crucis de Viernes Santo, pero esta vez no fue en el Coliseo romano ante miles de personas, sino en una Plaza de San Pedro solitaria en cuyo obelisco central comenzaron las estaciones.

Las meditaciones de este año fueron redactadas por condenados a prisión, sus familiares, familiares de víctimas, funcionarios de prisiones, policías, educadores de instituciones penitenciarias, catequistas, un fraile de la pastoral penitenciaria y un sacerdote acusado y absuelto tras ocho años de proceso judicial.

Las seleccionaron el capellán del centro penitenciario Due Palazzi de Padua, Marco Pozza, y una voluntaria que trabaja en la prisión, Tatiana Mario. "Acompañar a Cristo en el camino de la cruz, con la voz áspera de las personas que habitan el mundo de las prisiones, es una oportunidad para presenciar el prodigioso duelo entre la vida y la muerte, descubriendo cómo los hilos del bien se entrelazan inevitablemente con los del mal", se dijo en la introducción a las meditaciones.

El Vía Crucis se realizó con dos grupos de personas: uno de la casa de reclusión Due Palazzi y otro de la Dirección de Sanidad e Higiene del Vaticano, algunos de ellos portando antorchas durante el recorrido. En torno al obelisco se hicieron las nueve primeras estaciones y la décima y undécima en el recorrido al atrio de la basílica.

La duodécima (muerte de Jesús) se hizo ante el Cristo de San Marcelo ante el cual Francisco rezó por el fin de la pandemia el 27 de marzo. La decimotercera tuvo lugar a pocos pasos del Papa, y en la última fue él mismo quien sostuvo la cruz.

Tras rezar unos minutos a la conclusión del Via Crucis, Francisco impartió la bendición.