Este jueves se presentó en el Vaticano el documento Oeconomicae et pecuniariae quaestiones (aquí en español en Vatican.va), con el subtítulo "Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero".

Los autores que firma el documento son el obispo Luis F. Ladaria, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y el cardenal Peter Turkson, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.

Ambos intervinieron en la presentación ante la prensa, acompañados por los economistas Leonardo Becchetti, docente de economía política de la Universidad de Tor Vergata y Lorenzo Caprio, profesor de Financias empresarial de la Universidad Católica.


Las temáticas económicas y financieras, para alcanzar un camino de bienestar del hombre que sea real e integral, deben unirse a una clara fundación ética y a la necesaria unión entre el saber técnico y la sabiduría humana. 

Es esta una de las guías que orienta el nuevo documento de ambos dicasterios. Son consideraciones aprobadas por el Papa Francisco y que ha ordenado su publicación.

En su introducción el texto recuerda que las cuestiones económicas y financieras, nunca como hoy, atraen nuestra atención, debido a la creciente influencia de los mercados sobre el bienestar material de la mayor parte de la humanidad.

Esto exige, por un lado, una regulación adecuada de sus dinámicas y, por otro, un fundamento ético claro, que garantice al bienestar alcanzado esa calidad humana de relaciones que los mecanismos económicos, por sí solos, no pueden producir.

Muchos demandan hoy esa fundación ética y en particular los que operan en el sistema económico-financiero.


Precisamente en este contexto se manifiesta el vínculo necesario entre el conocimiento técnico y la sabiduría humana, sin el cual todo acto humano termina deteriorándose y con el que, por el contrario, puede progresar en el camino de la prosperidad para el hombre que sea real e integral.

La promoción integral de cada individuo, de cada comunidad humana y de todas las personas, se lee en el texto, es el horizonte último de este bien común, que la Iglesia pretende lograr como «sacramento universal de salvación».

Esta integridad del bien, cuyo origen y cumplimiento último están en Dios, y que ha sido plenamente revelada en Jesucristo, aquel que recapitula todas las cosas (cf. Ef 1, 10), es el objetivo final de toda actividad eclesial.

Refiriéndose a la Encíclica Laudato si', del Papa Francisco, en el documento se subraya que el amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a “las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”. Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una “civilización del amor”». El amor al bien integral, inseparablemente del amor a la verdad, es la clave de un auténtico desarrollo.



El arzobispo Ladaria, en el centro, y el cardenal Turkson, a la derecha, presentan el documento de dos dicasterios vaticanos sobre la ética en las finanzas
 


El documento analiza la historia reciente del tejido económico mundial. La reciente crisis financiera era una oportunidad para desarrollar una nueva economía más atenta a los principios éticos y a la nueva regulación de la actividad financiera, neutralizando los aspectos depredadores y especulativos y dando valor al servicio a la economía real.

Aunque si se han realizado muchos esfuerzos positivos, en varios niveles, que se reconocen y aprecian, no ha habido ninguna reacción que haya llevado a repensar los criterios obsoletos que continúan gobernando el mundo.

Por el contrario, a veces parece volver a estar en auge un egoísmo miope y limitado a corto plazo, el cual, prescindiendo del bien común, excluye de su horizonte la preocupación, no sólo de crear, sino también de difundir riqueza y eliminar las desigualdades, hoy tan pronunciadas.


Preocupa en particular, dice el documento vaticano, el aumento, en el ámbito económico, lo que el Papa define como cultura del descarte. Está en juego el verdadero bienestar de la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro planeta, que corren el riesgo de verse confinados cada vez más a los márgenes, cuando no de ser «excluidos y descartados» del progreso y el bienestar real, mientras algunas minorías explotan y reservan en su propio beneficio vastos recursos y riquezas, permaneciendo indiferentes a la condición de la mayoría.

Por lo tanto, es hora de retomar lo que es auténticamente humano, ampliar los horizontes de la mente y el corazón, para reconocer lealmente lo que nace de las exigencias de la verdad y del bien, y sin lo cual todo sistema social, político y económico está destinado, en definitiva, a la ruina y a la implosión. Es cada vez más claro que el egoísmo a largo plazo no da frutos y hace pagar a todos un precio demasiado alto; por lo tanto, si queremos el bien real del hombre verdadero para los hombres, «¡el dinero debe servir y no gobernar!».


Al respecto, si bien es verdad que corresponde primordialmente a los operadores competentes y responsables desarrollar nuevas formas de economía y finanza, cuyas prácticas y normas se orienten al progreso del bien común y sean respetuosas de la dignidad humana, en la línea segura trazada por la enseñanza social de la Iglesia.


Es necesario emprender una reflexión ética sobre ciertos aspectos de la intermediación financiera, cuyo funcionamiento, habiéndose desvinculado de fundamentos antropológicos y morales apropiados, no sólo ha producido abusos e injusticias evidentes, sino que se ha demostrado también capaz de crear crisis sistémicas en todo el mundo. Es un discernimiento que se ofrece a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Algunas consideraciones elementales son evidentes a los ojos de todos los que, lealmente, tienen presente la situación histórica en la que vivimos; y ello más allá de cualquier teoría o escuela de pensamiento, en cuyas legítimas discusiones este documento no pretende intervenir y a cuyo diálogo, por el contario, desea contribuir, con la conciencia de que no hay recetas económicas válidas universalmente y para siempre.

Toda realidad y actividad humana, si se vive en el horizonte de una ética adecuada, es decir, respetando la dignidad humana y orientándose al bien común, es positiva. Esto se aplica a todas las instituciones que genera la dimensión social humana y también a los mercados, a todos los niveles, incluyendo los financieros.

A este respecto cabe señalar que incluso aquellos sistemas que dan vida a los mercados, más que basarse en dinámicas anónimas, elaboradas por tecnologías cada vez más sofisticadas, se sustentan en relaciones, que no podrían establecerse sin la participación de la libertad de los individuos. Resulta claro entonces que la misma economía, como cualquier otra esfera humana, «tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona».