“Mujer Iglesia Mundo”, la revista mensual del Vaticano inserta en L’Osservatore Romano, denuncia que existen monjas que son tratadas como sirvientas por cardenales y obispos; no tienen un sueldo (o es modesto), no tienen horarios o protecciones como el personal laico y “rara vez estas religiosas son invitadas a sentarse a la mesa”, señala la web Aleteia. “El trabajo (casi) gratuito de las monjas” es el título del artículo sin precedentes publicado en la edición de marzo 2018 (No 66).
 
La autora, Marie-Lucile Kubacki, que cambió los nombres de las consagradas para protegerlas, monjas de varias nacionalidades, denuncian que viven en una situación de servicio doméstico que “definitivamente no es reconocido”.
 
“Algunas de ellas sirven en las casas de obispos o cardenales, otras trabajan en la cocina en las estructuras de la Iglesia o realizan tareas de catequesis y enseñanza”.
 
El testigo habla de mujeres con hábitos “empleadas al servicio de hombres de la Iglesia, que se levantan al amanecer para preparar el desayuno e irse a dormir una vez servida la cena, la casa esté arreglada, la ropa lavada y planchada…”. Pero, en este tipo de “servicio” las monjas no tienen un horario preciso y regulado.
 
La hermana Marie (nombre ficticio) cuenta con tristeza que rara vez se invita a esas monjas a sentarse a la mesa a la que sirven. Y cuestiona si es normal que una persona consagrada sea servida de esta manera por otra consagrada.
 
Otra hermana, Cécile, agrega que trabaja en un centro sin contrato, al contrario de sus hermanas laicas. “Hace diez años, como parte de mi colaboración con los medios, me preguntaron si realmente quería que me pagaran. Una de mis hermanas anima las canciones en la parroquia cercana y da conferencias sin recibir un centavo… Mientras que cuando un sacerdote viene a decir misa, nos pide 15 euros”.
 
Sucesivamente, la declaración más íntima: “A veces la gente critica a las religiosas, su rostro de gris, su carácter… Pero, detrás de todo esto hay muchas heridas”.
 
Es difícil evaluar la magnitud del problema del trabajo gratuito o poco pagado, de todos modos poco reconocido de las religiosas. Otra monja, Paule, asegura que se necesitaría definir esa cuestión. “Muchas veces eso significa que las monjas no tienen un contrato o una convención con los obispos o las parroquias con las cuales trabajan”.
 
Lejos de la cultura que origina el movimiento global #MeToo, la denuncia expone las diferencias de género que existe en temas prácticos como el derecho intelectual o de autor de las religiosas y el poco reconocimiento, incluso económico, a su labor.
 
“Las hermanas son vistas como voluntarias de las que se puede disponer a voluntad, lo que da lugar a abusos reales de poder. Detrás de todo esto está la cuestión del profesionalismo y la competencia que muchas personas encuentran difícil de reconocer a las religiosas”.