“Delante a la Puerta Santa que estamos llamados a atravesar, nos piden ser instrumentos de misericordia”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Misa celebrada en la Basílica de San Juan de Letrán.

El tercer domingo de Adviento, el Santo Padre abrió la Puerta Santa de la Misericordia de la Basílica Catedral de Roma. En su homilía el Pontífice resaltó los diferentes motivos de alegría que tenemos y que se expresan con palabras que infunden esperanza y permiten ver el futuro con serenidad. Uno de esos motivos, resaltó el Obispo de Roma, es el regreso de Jesús y “la venida del Señor, debe llenar nuestro corazón de alegría, dijo el Papa. El profeta, que lleva escrito en su mismo nombre – Sofonías – el contenido de su anuncio, abre nuestro corazón a la confianza: “Dios protege” a su pueblo. En un contexto histórico de grandes injusticias y violencias, por obra sobre todo de hombres de poder, Dios hace saber que Él mismo reinará sobre su pueblo, que no lo dejará más a merced de la arrogancia de sus gobernantes, y que lo liberará de toda angustia”.



Al abrir la Puerta Santa de la Misericordia en la Basílica de San Juan de Letrán, el Sucesor de Pedro invitó a vivir durante este año el perdón y la reconciliación. “Inicia el tiempo del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia. Es el momento de descubrir la presencia de Dios y su ternura de padre”. El Señor, dijo el Papa, “nos invita a actuar con justicia y a mirar a las necesidades de cuantos se encuentran en dificultad”. Y a nosotros, nos pide un compromiso más radical. Delante a la Puerta Santa que estamos llamados a atravesar, nos pide ser instrumentos de misericordia, conscientes que seremos juzgados sobre esto.

Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco subrayó que la alegría de atravesar la Puerta de la Misericordia se une al compromiso de acoger y testimoniar un amor que va más allá de la justicia, un amor que no conoce confines. Es de este infinito amor, dijo el Pontífice, del cual somos responsables, no obstante nuestras contradicciones.

Texto completo de la homilía del Papa Francisco

Hermanos y hermanas,

La invitación del profeta dirigida a la antigua ciudad de Jerusalén, hoy también está dirigida a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros: «¡Alégrate… exulta!» (Sof 3,14). El motivo de la alegría se expresa con palabras que infunden esperanza, y permiten mirar el futuro con serenidad. El Señor ha abolido toda condena y ha decidido vivir en medio a nosotros.

Este tercer domingo de Adviento dirige nuestra mirada hacia la Navidad ya próxima. No podemos dejarnos llevar por el cansancio; no está permitida ninguna forma de tristeza, a pesar de tener motivos por tantas preocupaciones y por las múltiples formas de violencia que hieren nuestra humanidad. La venida del Señor, debe llenar nuestro corazón de alegría. El profeta, que lleva escrito en su mismo nombre – Sofonías – el contenido de su anuncio, abre nuestro corazón a la confianza: “Dios protege” su pueblo. En un contexto histórico de grandes injusticias y violencias, por obra sobre todo de hombres de poder, Dios hace saber que Él mismo reinará sobre su pueblo, que no lo dejará más a merced de la arrogancia de sus gobernantes, y que lo liberará de toda angustia. Hoy nos piden que “no desfallezcan tus manos” (Cfr. Sof 3,16) a causa de la duda, de la impaciencia o del sufrimiento.

El apóstol Pablo retoma con fuerza la enseñanza del profeta Sofonías y lo repite: «El Señor está cerca» (Fil 4,5). Por esto debemos alegrarnos siempre, y con nuestra amabilidad debemos dar a todos testimonio de la cercanía y de la atención que Dios tiene por cada persona.

Hemos abierto la Puerta Santa, aquí y en todas las catedrales del mundo. También este simple signo es una invitación a la alegría. Inicia el tiempo del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia. Es el momento de descubrir la presencia de Dios y su ternura de Padre. Seamos también nosotros como la gente que interrogaba a Juan: «¿Qué cosa debemos hacer?» (Lc 3,10). La respuesta del bautista no se hace esperar. Él invita a actuar con justicia y a mirar a las necesidades de cuantos se encuentran en dificultad. Lo que Juan exige de sus interlocutores, es cuanto se puede confrontar con la ley. A nosotros, en cambio, nos piden un compromiso más radical. Delante a la Puerta Santa que estamos llamados a atravesar, nos piden ser instrumentos de misericordia, conscientes que seremos juzgados sobre esto. Quien ha sido bautizado sabe que tiene un compromiso más grande. La fe en Cristo lleva a un camino que dura toda la vida: aquel de ser misericordiosos como el Padre. La alegría de atravesar la Puerta de la Misericordia se une al compromiso de acoger y testimoniar un amor que va más allá de la justicia, un amor que no conoce confines. Es de este infinito amor que somos responsables, no obstante nuestras contradicciones.

Oremos por nosotros y por todos aquellos que atravesaran la Puerta de la Misericordia, para que podamos comprender y acoger el infinito amor de nuestro Padre celestial, que transforma y renueva la vida.