La historiadora italiana Lucetta Scaraffia es una peculiar asistente al Sínodo de la Familia. En otras ocasiones ella ha contado que su madre era católica y su padre masón; en los años 60 perdió la fe de su infancia y se hizo feminista radical. Fue a vivir a una comuna y volvió harta de utopías cochambrosas. Se casó presionada por su madre en un matrimonio nulo, tuvo hijos en otra relación... 

Después, estudiando a Santa Rita de Casia y a Santa Teresa de Ávila; y emocionada por el himno mariano bizantino Akathistos, volvió a la fe, y como historiadora ha defendido muchas veces a la Iglesia de quienes inventan bulos contra ella.

En español, el último ejemplo lo encontramos en el libro "La gran prostituta" (Ed. San Pablo), compuesto por su aportación y la de otras historiadoras. [Rel comentaba un ejemplo de este libro, aquí]

Ahora, Lucetta Scaraffia habla en el Sínodo como auditora y pide tener en cuenta el papel de la mujer como sostén clave de la familia, y especialmente recordar a las mujeres solas que tiran adelante una familia, abandonadas por los hombres y a veces por otros parientes.

Intervención de Lucetta Scaraffia en el Sínodo de la Familia
»La Iglesia necesita escuchar a las mujeres, porque solo en la escucha mutua actúa el verdadero discernimiento.

»Las mujeres son las grandes expertas de la familia: si salimos de las teorías abstractas, habría que dirigirse especialmente a ellas para saber qué hacer, cómo sentar las bases de una nueva familia, abierta a la relación con todos sus miembros, y no fundada ya sobre la explotación de la capacidad de sacrificio de la mujer, sino que asegure a todos un alimento afectivo solidario.

»En cambio, tanto en el texto como en las contribuciones de las mujeres, de nosotras, se habla muy poco. Como si las madres, hijas, abuelas, esposas, es decir, el corazón de la familia, no formásemos parte de la Iglesia, de esa Iglesia que abarca el mundo, que piensa, que decide. Como si se pudiera continuar -incluso con respecto a la familia- fingiendo que no existen mujeres. Como si se pudiera continuar olvidando la nueva mirada, la nueva y revolucionaria relación que Jesús tenía con las mujeres.

»Muy diferentes son las familias en el mundo, pero en todas son las mujeres las que juegan el papel más importante y decisivo para garantizar su solidez y su duración. Y cuando se habla de familias no se debería hablar siempre y solo de matrimonio; crece el número de familias con una madre sola y sus hijos. Son las mujeres, de hecho, las que se quedan con sus hijos, aunque estén enfermos, o discapacitados, o sean el resultado de una violencia”.

»Estas mujeres, estas madres, casi nunca han seguido cursos de teología, a menudo ni siquiera están casadas, pero dan un maravilloso ejemplo de conducta cristiana. Si ustedes, Padres sinodales, no les prestan atención, si no las escuchan, corren el riesgo de hacer que se sientan aún más desgraciadas, porque su familia es muy diferente de la que hablan.

»Se habla demasiado pronto de una familia abstracta, una familia perfecta que no existe, una familia que no tiene nada que ver con las familias reales que Jesús encuentra o con las que habla. Una familia tan perfecta que no parece necesitar ni su misericordia, ni su palabra: “No vine para los sanos, sino para los enfermos, no para los justos sino para los pecadores.”