El Movimiento de Cursillos de Cristiandad (www.cursillosdecristiandad.com) celebra su Tercera Ultreya Europea en Roma, con motivo del 50 aniversario de la implantación de los Cursillos en Italia. “Ultreya” es una antigua palabra española que usaban los peregrinos de Santiago de Compostela cuando se encontraban para saludarse y animarse a lo largo del camino. “Ultreya” significa “más allá”, “siempre adelante”.

En este sentido el encuentro tendrá dos momentos principales: por una parte, en viernes, último día de abril, la Audiencia que el Papa Francisco ha concedido a los cursillistas, en el Aula Pablo VI. Y por otra, la Ultreya propiamente dicha, que se celebra el 1 de mayo en la Basílica de San Pablo Extramuros.

Participan cursillistas de 11 países de Europa: Italia, España, Portugal, Austria, Hungría, Croacia, Alemania, República Checa, Irlanda, Inglaterra y Holanda. Asimismo, asistirán cursillistas de las comunidades vietnamita e hispana de París, e incluso algunos participantes que llegarán de otras partes del mundo.

El lema general de la Ultreya para este año ha sido tomado de la primera carta de san Juan: ”Anunciamos lo que hemos visto y oído”, con el título general.

Este movimiento eclesial nació en Mallorca en la década de los años 40, a instancias de un grupo de presbíteros y seglares, entre los que destacaron el sacerdote Sebastián Gayá y el laico Eduardo Bonnín, quienes contaron con el respaldo del entonces Obispo mallorquín Mons. Juan Hervás.

En enero de 1949 se celebró el primer Cursillos de Cristiandad en el monasterio mallorquín de San Honorato. El Movimiento ha celebrado otras dos Ultreyas Europeas, celebradas en Sevilla, en 1993, y Fátima (Portugal), en 2008. Además, ha celebrado cuatro Ultreyas Mundiales: la primera tuvo lugar en Roma, en 1966, con la presencia del Papa Pablo VI; la segunda en Tlaxcala (Méjico) en 1970; la tercera también tuvo como escenario Roma, en el año 2000, con la presencia del Papa Juan Pablo II, y la última tuvo lugar en Los Ángeles (Estados Unidos), en 2009.


¡Qué necesario es salir, sin cansarse, para encontrar a los lejanos!”, dijo el Obispo de Roma en el Aula Pablo VI colmada por los miembros del Movimiento de Cursillos de Cristiandad.

“Este es para ustedes un verdadero encuentro entre amigos, un encuentro fraterno de oración, de fiesta y del compartir de su experiencia de vida cristiana”, expresó, después de escuchar a los que manifestaron los propósitos, las problemáticas y las perspectivas del Movimiento y antes de ofrecerles algunas sugerencias útiles para el crecimiento espiritual y su misión en la Iglesia y en el mundo.

“Ustedes están llamados a hacer que dé fruto el carisma que el Señor les ha confiado y que está en el origen de los Cursillos de Cristiandad…”. Para ayudar a otros a crecer en la fe “se debe experimentar en primera persona la bondad y la ternura de Dios. De hecho, nosotros somos movidos por el deseo de ofrecer misericordia cuando experimentamos el amor misericordioso del Padre por nosotros mismos” citando Evangelii Gaudium, 24.

Dijo también que “el Señor quiere encontrarnos, habitar con nosotros, ser nuestro amigo y hermano, nuestro maestro que nos revela el camino a seguir para llegar a la felicidad. Él no pide nada a cambio, pide sólo recibirlo, porque el amor de Dios es gratuidad, puro don. El encuentro con Cristo y con la misericordia del Padre que Él nos dona, es posible sobre todo en los Sacramentos…”.

“Otro camino es la meditación de la Palabra de Dios… Por último, encontramos el amor de Cristo en la Iglesia… Todo en la comunidad eclesial tiene como finalidad hacer tocar con la mano a las personas la infinita misericordia divina”.

El Vicario de Cristo concluyó su exhortación animando a que “las reuniones de pequeño grupo es importante acompañarlas con momentos que favorezcan la apertura a una dimensión social y eclesial más grande, involucrando también a los que entran en contacto con su carisma, pero que no suelen participar habitualmente en un grupo. La Iglesia, de hecho, es una «madre de corazón abierto» que nos invita a veces a «detener el paso», a «dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar», a «renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino» (Exhort. Ap. Evangelii Gaudium, 46). Es bello ayudar a todos, también a aquellos a quienes les cuesta más vivir su propia fe, a permanecer en contacto con esta madre, siempre cercanos a esta gran familia acogedora que es la Iglesia”. 

(sin las improvisaciones)
Queridos hermanos y hermanas,
Saludo a todos ustedes, miembros del Movimiento de Cursillos de Cristiandad en Europa, junto con los obispos y sacerdotes que los acompañan. Ustedes han venido a Roma para su Ultreya, nombre que retoma el antiguo saludo de los peregrinos de Santiago de Compostela, que se animaban los unos a los otros a ir “más allá”, “siempre más allá”.

Este es para ustedes un verdadero encuentro entre amigos, un encuentro fraterno de oración, de fiesta y del compartir de su experiencia de vida cristiana. Doy las gracias a sus representantes que han manifestado los propósitos, las problemáticas y las perspectivas de su Movimiento. Por mi parte, quisiera ofrecerles algunas sugerencias útiles para su crecimiento espiritual y su misión en la Iglesia y en el mundo.

Ustedes están llamados a hacer que dé fruto el carisma que el Señor les ha confiado y que está en el origen de los Cursillos de Cristiandad, en cuyo grupo de iniciadores se destacan Eduardo Bonnin Aguiló y el entonces obispo de Mallorca, Juan Hervás y Benet, quien supo acompañar el crecimiento del Movimiento con paternal cuidado.

En los años cuarenta del siglo pasado ellos, junto con otros jóvenes laicos, se dieron cuenta de la necesidad de llegar a sus coetáneos vislumbrando el deseo de verdad y amor presente en sus corazones. Estos pioneros de su Movimiento fueron auténticos misioneros: no dudaron en tomar la iniciativa y con valentía se acercaron a las personas, involucrándolos con simpatía y acompañándolos en el camino de la fe con respeto y amor.

Siguiendo su ejemplo, hoy también ustedes quieren anunciar la Buena Nueva del amor de Dios, acercándose a los amigos, a los conocidos, a los compañeros de estudio y trabajo para que ellos también puedan vivir una experiencia personal del amor infinito de Cristo que libera y transforma la vida. ¡Qué necesario es salir, sin cansarse, para encontrar a los lejanos!

Para ayudar a otros a crecer en la fe, cumpliendo un recorrido de acercamiento al Señor, se debe experimentar en primera persona la bondad y la ternura de Dios. De hecho, nosotros somos movidos por el deseo de ofrecer misericordia cuando experimentamos el amor misericordioso del Padre por nosotros mismos (cf. ib. Evangelii Gaudium, 24). El Señor quiere encontrarnos, habitar con nosotros, ser nuestro amigo y hermano, nuestro maestro que nos revela el camino a seguir para llegar a la felicidad. Él no pide nada a cambio, pide sólo recibirlo, porque el amor de Dios es gratuidad, puro don.

El encuentro con Cristo y con la misericordia del Padre que Él nos dona, es posible sobre todo en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en la Reconciliación. En la Santa Misa celebramos el memorial de su sacrificio: todavía hoy Él realmente dona su cuerpo por nosotros y derrama su sangre para redimir a la humanidad.

En la Penitencia, Jesús nos recibe con todas nuestras limitaciones y pecados, para donarnos un corazón nuevo capaz de amar como Él, que amó hasta el extremo (cf. Jn 13,1). Otra vía es la meditación de la Palabra de Dios, especialmente la lectio divina, a través de la cual podemos escuchar al Señor, que nos muestra el camino a seguir y nos anima ante las incertidumbres y las dificultades que la vida presenta. Por último, encontramos el amor de Cristo en la Iglesia, que testimonia en las diversas actividades, la caridad de Dios. Todo en la comunidad eclesial tiene como finalidad hacer tocar con la mano a las personas la infinita misericordia divina.

El método de evangelización de los Cursillos nació precisamente de este ardiente deseo de amistad con Dios, del cual brota la amistad con los hermanos.

Desde el principio se entendió que sólo al interno de relaciones de amistad genuinas era posible preparar y acompañar a las personas en su camino, un camino que parte de la conversión, pasa a través del descubrimiento de la belleza de una vida vivida en la gracia de Dios, y llega hasta la alegría de convertirse en apóstoles en la vida cotidiana.

Y así, desde entonces, miles de personas en todo el mundo han sido ayudadas a crecer en la vida de fe. En el contexto actual de anonimato y aislamiento típico de nuestras ciudades, cuán importante es la dimensión acogedora, familiar, a escala humana, que ustedes ofrecen en los encuentros de grupo. Que siempre puedan mantener el clima de amistad y de fraternidad en el cual rezar y compartir cada semana las experiencias, éxitos y fracasos apostólicos.

A estas reuniones de pequeño grupo es importante acompañarlas con momentos que favorezcan la apertura a una dimensión social y eclesial más grande, involucrando también a los que entran en contacto con su carisma, pero que no suelen participar habitualmente en un grupo.

La Iglesia, de hecho, es una «madre de corazón abierto» que nos invita a veces a «detener el paso», a «dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar», a «renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino» (Exhort. Ap. Evangelii Gaudium, 46).

Es bello ayudar a todos, también a aquellos a quienes les cuesta más vivir su propia fe, a permanecer en contacto con esta madre, siempre cercanos a esta gran familia acogedora que es la Iglesia.

¡Los animo a ir “siempre más allá”, fieles a su carisma! A mantener vivo el celo, el fuego del Espíritu que siempre impulsa a los discípulos de Cristo a alcanzar a los lejanos, a «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (ibíd., 20).

¡Qué bello es anunciar a todos el amor de Dios que salva y da sentido a nuestra vida! ¡Ayudar a los hombres y mujeres de hoy a descubrir la belleza de la fe y de la vida de gracia que se puede vivir en la Iglesia, nuestra madre! Y lo harán si son dóciles, en actitud de humildad y confianza a la guía de esta santa madre, que siempre busca el bien de todos sus hijos; si están en sintonía con sus Pastores y unidos a ellos en la misión de llevar a todos la alegría del Evangelio.

Que los ayude en su camino y en su apostolado la Virgen María, Madre de la divina Gracia. De corazón les doy mi bendición, y les pido que por favor recen por mí.

(Traducción del italiano: Griselda Mutual de Radio Vaticana)