Este sábado por la mañana, a las 11, se ha celebrado en la Basílica Vaticana el Consistorio ordinario público en el que el Santo Padre ha creado 20 nuevos cardenales, a los que ha impuesto la birreta, ha entregado el anillo y ha asignado el título o diaconía.

A la celebración ha asistido también el Papa emérito Benedicto XVI al que el Papa Francisco saludó entrando en la basílica y que también fue saludado en su discurso por el cardenal Dominique Mamberti, Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, el primero entre los nuevos cardenales, que dirigió al Santo Padre, en nombre de todos los neo-purpurados unas palabras de gratitud. En el acto no pudo participar el cardenal José de Jesús Pimiento Rodríguez que, a causa de su avanzada edad, no pudo desplazarse a Roma y recibirá la birreta en Colombia.


En la homilía que pronunció ante los nuevos cardenales, el Papa eligió como pauta el himno a la caridad de la primera carta de San Pablo a los Corintios y recordó a los cardenales que la caridad debe presidir siempre su ministerio.

´´El cardenalato -dijo- ciertamente es una dignidad, pero no una distinción honorífica. Ya el mismo nombre de ´cardenal, que remite a la palabra latina ´cardo - quicio, nos lleva a pensar, no en algo accesorio o decorativo, como una condecoración, sino en un perno, un punto de apoyo y un eje esencial para la vida de la comunidad. Sois quicios y estáis incardinados en la Iglesia de Roma", que ´´preside toda la comunidad de la caridad´´ .

En la Iglesia, ´´toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar: al igual que ella preside en la caridad, toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad. Por eso creo que el himno a la caridad, de la primera carta de san Pablo a los Corintios, puede servir de pauta para esta celebración y para vuestro ministerio, especialmente para los que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio. Será bueno que todos, yo en primer lugar y vosotros conmigo, nos dejemos guiar por las palabras inspiradas del apóstol Pablo, en particular aquellas con las que describe las características de la caridad".

´´En primer lugar -señaló el Santo Padre- san Pablo nos dice que la caridad es magnánima y benevolente. Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo. La magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes, porque ´non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est´. Saber amar con gestos de bondad. La benevolencia es la intención firme y constante de querer el bien, siempre y para todos, incluso para los que no nos aman.

´´A continuación, el apóstol dice que la caridad ´´no tiene envidia; no presume; no se engríe´´. Esto es realmente un milagro de la caridad, porque los seres humanos, todos, y en todas las etapas de la vida, tendemos a la envidia y al orgullo a causa de nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación. Pero precisamente por eso, queridos hermanos, puede resaltar todavía más en nosotros la fuerza divina de la caridad, que transforma el corazón, de modo que ya no eres tú el que vive, sino que Cristo vive en ti. Y Jesús es todo amor´´.

´´Además, la caridad ´no es mal educada ni egoísta´. Estos dos rasgos -subrayó Francisco- revelan que quien vive en la caridad está des-centrado de sí mismo. El que está auto-centrado carece de respeto, y muchas veces ni siquiera lo advierte, porque el ´respeto´ es la capacidad de tener en cuenta al otro, su dignidad, su condición, sus necesidades. El que está auto-centrado busca inevitablemente su propio interés, y cree que esto es normal, casi un deber. Este ´interés´ puede estar cubierto de nobles apariencias, pero en el fondo se trata siempre de ´interés personal´. En cambio, la caridad te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo. Entonces sí, serás una persona respetuosa y preocupada por el bien de los demás´´.

´´La caridad, dice Pablo, ´no se irrita; no lleva cuentas del mal´. Al pastor que vive en contacto con la gente no le faltan ocasiones para enojarse. Y tal vez entre nosotros, hermanos sacerdotes, que tenemos menos disculpa, el peligro de enojarnos sea mayor. También de esto es la caridad, y sólo ella, la que nos libra. Nos libra del peligro de reaccionar impulsivamente, de decir y hacer cosas que no están bien; y sobre todo nos libra del peligro mortal de la ira acumulada, ´alimentada´ dentro de ti, que te hace llevar cuentas del mal recibido. No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia. Aunque es posible entender un enfado momentáneo que pasa rápido, no así el rencor. Que Dios nos proteja y libre de ello´´.

´´La caridad, añade el Apóstol, ´no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad´. El que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la Iglesia. Al mismo tiempo, ´goza con la verdad´. ¡Qué hermosa es esta expresión! El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra plenamente en la Palabra y en la Carne de Jesucristo. Él es la fuente inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad´´.

Por último, la caridad ´´disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites´´. "Aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral. El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados´´.



El Papa llega al presbiterio de la Basílica de San Pedro, rodeado ya por los viejos y nuevos cardenales.


Nada más llegar a la basílica, Francisco acudió a saludar al Papa emérito, Benedicto XVI.


Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y uno de los nuevos purpurados, leyó ante el Papa la adhesión y lealtad de los cardenales al Papa.


En su breve alocución a los cardenales, Francisco insistió en la caridad como eje del servicio que deben prestar a la Iglesia los nuevos purpurados.


La basílica de San Pedro, que lucía como en las grandes ocasiones, guardó un impresionante silencio tras las palabras de Francisco.


Momento solemne de la creación de los cardenales.



El arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, en el centro de la imagen, escucha su nombre como nuevo cardenal de la Iglesia.


Tras ser creados cardenales, los nuevos purpurados rezaron el Credo e hicieron el juramento de fidelidad.


La birreta se impone sobre el capelo. En la imagen, monseñor Blázquez, quien recibió el título de Santa María en Vallicella.


Una vez entregados los anillos y las bulas e impuestas los capelos y birretas, la Scola cantó la acción de gracias.


Mientras sonaba la música, los antiguos cardenales felicitaban a los nuevos, a punto ya de concluir la ceremonia.


Todos los fieles, ayudados por el misal, cantaron el Padrenuestro en latín.


El cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, pidió a continuación al Papa la canonización de tres beatas, Jeanne-Emilie de Villeneuve (1811-1854), fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Castres, María de Jesús Crucificado (1846-1878), religiosa profesa de la Orden de las Carmelitas Descalzas, y Marie-Alphonsine Danil Ghattas (1843-1927), fundadora de la Congregación de las Hermanas del Santísimo Rosario de Jerusalén.


Tras sancionar la canonización de las tres beatas, el Papa impartió a los presentes la bendición apostólica.


A continuación, todos los fieles cantaron en latín la Salve en homenaje a la Santísima Virgen María.


Francisco no abandonó la basílica sin antes despedirse de Benedicto XVI.


Muchos cardenales aprovecharon el final del acto para saludar al Papa emérito en una de las pocas ocasiones en las que participa en actos públicos.