Monseñor Alfred Xuereb, maltés, ha sido secretario de Juan Pablo II, y junto a Georg Gänswein la función de segundo secretario de Benedicto XVI. Ahora es secretario personal del Papa Francisco.

En esta entrevista cuenta algunas interioridades de Benedicto XVI:- Yo ya trabajaba en la Segunda loggia como prelado de antecámara para acompañar a las personalidades que tenían audiencia privada en la Biblioteca. Un día me dijeron: "El Papa quiere hablar contigo". Me quedé un poco impresionado al encontrarme sentado sobre esa misma silla sobre la que durante algunos años, primero con Juan Pablo II, después con el mismo Benedicto XVI, había invitado a personas a acomodarse al otro lado del escritorio del Papa.

Benedicto XVI quería hablarme personalmente, y me dijo palabras bellísimas: "Como usted sabe, monseñor Mietek ahora vuelve a Ucrania. Estamos muy contentos con usted y he pesando que podría sustituirlo. Sé --me dijo-- que usted ha estado en Alemania, por tanto conoce también un poco de alemán". Yo le respondí que había estado en Műnster, que hice prácticas en un hospital que el Papa me dijo que conocía. Conocía también la zona donde nosotros vivíamos y la parroquia, e incluso el párroco porque él había vivido cerca y había enseñado allí. Conocía dos profesores, el profesor Pieper y un teólogo que se llamaba Pasha. Durante un bombardeo su casa había sido destruida y había sido invitado por las mismas personas donde yo estaba hospedado.

El Santo Padre dijo también una cosa sobre Malta y añadió: "Obviamente ahora cada uno tendrá sus tareas". Por tanto entendí que se debía comenzar pronto. Y comencé enseguida.

- También con emoción. Mucha emoción...

- Sí, ya lo hacía Juan Pablo II y era tarea de monseñor Mietek. Yo heredé esta bellísima tarea. Las intenciones llegaban casi cada día, muchas no llegaban a nosotros de la secretaría particular, sino directamente en Secretaría de Estado. A esas se respondía que el Papa habría dirigido una intención general durante su oración.

Benedicto XVI permanecía muy impresionado: cuántas distintas enfermedades que quizá nosotros no conocíamos, y ¡cuántas familias vivían el drama de la enfermedad! Pensaba no solamente en la persona enferma, sino también en toda la familia que día y noche, Navidad y Pascua, verano e invierno, debían cuidar y acudir con sus enfermos, algunos muy graves.

¡Cuántas familias estaban angustiadas porque se trataba de niños recién nacidos o pequeños! Y cuando había alguna intención de oración de Malta o de mi ciudad él me preguntaba: "¿Ud. conoce a estas personas?". Pero lo que me tocaba era que el Papa, después de algunos días, más de una vez terminaba el rosario en los Jardines, se dirigía a mí y preguntaba: "¿Ha tenido noticias de aquel señor --me decía el apellido-- del que me había hablado?".
 
En algunos casos debía decir que lamentablemente la persona había muerto, y me conmovía el hecho que el Santo Padre se recogía y recitaba enseguida el Eterno Reposo. Y me invitaba también a mí que le había dado la noticia, a rezar enseguida. El Papa que tenía mil cosas, mil pensamientos, consideraba su oración para los enfermos un ministerio personal importantísimo. Dejaba los papeles con los nombres de las personas por las que iba a rezar en el reclinatorio que tenía una especie de cajón. Sé que los miraba con frecuencia. Estaba allí, no los quitaba hasta que él no me lo decía.
- Sí, claro. Lo llamaba "el Papa". Cuando decía "el Papa" al principio no entendía. Él se consideraba a sí mismo como uno que colaboraba con "el Papa". Creo que él haya servido fielmente "al Papa" no solamente porque sabía qué quiere decir teológicamente "el sucesor de Pedro", sino también por la veneración particular por el Pontífice en la que había sido educado en el ambiente religioso de Baviera. En este sentido para él servir "al Papa" ha sido un don muy grande.

- Participé solo una vez en un encuentro que el cardenal Ratzinger tuvo con Juan Pablo II, y precisamente con ocasión de la Audiencia Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la fe, de la que era Prefecto. Puedo solo confirmar lo que todos saben y es que Juan Pablo II confiaba mucho en Ratzinger, se dirigía a él para pedir opinión o para precisar y corregir documentos importantes.

El hecho mismo que Juan Pablo II no haya aceptado, más de una vez, las dimisiones del cardenal Ratzinger, que había ya cumplido desde hacía algún años los 75 años, quiere decir que no lo quería perder un hombre de confianza, un colaborador tan válido. Aquí veo otro aspecto de la santidad de Juan Pablo II, y es su amplitud de miras. Él miraba más adelante y quizá previa también que Ratzinger habría podido ser su sucesor.

- El papa Benedicto estaba muy contento con esto. Se veía también en la misa, cuando pronunció, durante la homilía la frase "¡Ya es beato!". ¡Basta ver las imágenes para entender como estaba contento!

Esta entrevista ha sido publicada en polaco en el blog“Stacja 7” www.stacja7.pl

Las primeras palabras de Benedicto XVI a Francisco: «Yo le prometo desde ya mi obediencia y oración»