Los cristianos propagan la sal de la fe, de la esperanza y de la caridad: esta fue la exhortación del papa Francisco en la misa celebrada el jueves por la mañana en la Casa Santa Marta.

El santo padre señaló que la originalidad cristiana "no es una uniformidad" y advirtió contra el riesgo de convertirse en insípidos, como "cristianos de museo". Según informa Radio Vaticana, a la misa -concelebrada por los cardenales Angelo Sodano y Leonardo Sandri, y el arzobispo de La Paz, Edmundo Abastoflor Montero--, asistió de un grupo de presbíteros y colaboradores laicos de la Congregación para las Iglesias Orientales.

¿Qué es la sal en la vida de un cristiano, cuál es la sal que nos dio Jesús? En su homilía, Francisco centró su reflexión en el sabor que los cristianos están llamados a dar a su propia vida y en la de los demás.

La sal que nos da el Señor, dijo, es la sal de la fe, de la esperanza y de la caridad. Pero, advirtió, hay que tener cuidado de que esta sal, que hemos recibido de la certeza de que Jesús murió y resucitó para salvarnos, "no pierda su sabor, que no pierda su fuerza."

Esta sal, continuó, "no es para conservarla, porque si la sal se conserva en un frasco no consigue nada, no sirve"



"La sal tiene sentido cuando se da para condimentar las cosas. También creo que la sal guardada en un frasco, con la humedad, pierde fuerza y ​​no sirve. La sal que hemos recibido es para darla, es para condimentar, está para ofrecerla. Lo contrario la vuelve insípida y no sirve. Debemos pedirle al Señor no ser cristianos con sal pero sin sabor, con sal guardada en un frasco. Pero la sal también tiene otra característica especial: cuando la sal se utiliza bien, no se siente el sabor de la sal... ¡No se siente! Se siente el sabor de cada comida: la sal ayuda a que el sabor de aquella comida sea mejor, se conserve más, sea más buena, más sabrosa. ¡Esta es la originalidad cristiana!".

Agregó que "cuando predicamos la fe, con esta sal", los que "reciben el anuncio, lo reciben a su manera, como para las comidas." Y así, "cada uno, con sus propias peculiaridades, recibe la sal y esta se vuelve mejor":

"¡La originalidad cristiana no es una uniformidad! Toma a cada uno como es, con su propia personalidad, con sus propias características, con su cultura y lo mantiene así, porque es una riqueza. Pero le da algo más: ¡le da el sabor! Esta originalidad cristiana es hermosa. Pero cuando queremos crear una uniformidad --en que todos son salados de la misma manera--, las cosas serán como cuando una mujer arroja sal en exceso y se siente solo el sabor de la sal y no el sabor de esa sabrosa comida salada. La originalidad cristiana es esto: cada uno es como es, con los dones que el Señor le ha dado".

Esto, continuó el papa, "es la sal que tenemos la que debemos dar". Una sal que "no es para conservarla, sino para darla". Y esto, dijo, "es un poco de trascendencia": "de salir con el mensaje, ir con esta riqueza que tenemos de la sal y darlo a los demás". Por otro lado, señaló, hay dos "salidas" para que la sal no se malogre. En primer lugar, poner la sal "al servicio de las comidas, al servicio a los demás, al servicio de las personas".

En segundo lugar, la "trascendencia hacia el autor de la sal, el Creador". La sal, reiteró, "no se conserva dándola solamente en la predicación", sino que "tiene también la necesidad de otra trascendencia, de la oración, de la adoración":

"Y así la sal se conserva, no pierde su sabor. Con la adoración del Señor yo trasciendo de mí mismo hacia el Señor, y con la proclamación evangélica salgo de mí mismo para dar el mensaje. Pero si no hacemos esto --estas dos cosas, estas dos trascendencias para dar la sal--, la sal permanecerá en el frasco, y nosotros nos convertiremos en cristianos de museo. Podemos hacer ver la sal: esta es mi sal. Pero ¡qué bella que es! Esta es la sal que recibí en el Bautismo, esto es lo que he recibido en la Confirmación, esto fue lo que me dieron en la catequesis... Pero fíjate: ¡cristianos de museo! Una sal sin sabor, es una sal que no consigue nada".