En la tarde del Lunes de Pascua, el Santo Padre Francisco visitó, de forma privada, las excavaciones de la necrópolis vaticana situada bajo la basílica de San Pedro, y se detuvo en oración ante la tumba de San Pedro, el primer obispo de Roma y razón por la que la Iglesia católica edificó sucesivas basílicas en el mismo lugar.

El Papa fue acompañado por el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basilica Vaticana, el delegado de la Fábrica de San Pedro, monseñor Vittorio Lanzani, el secretario papal Alfred Xuereb y los responsables de la necrópolis vaticana, Pietro Zander y Mario Bosco.


Primer papa que baja a las excavaciones de la necrópolis vaticana, Francisco recorrió toda la vía central de la necrópolis, que se encuentra bajo la basílica y las grutas vaticanas, escuchando las explicaciones del cardenal Comastri y del doctor Zander, acercándose así –en ligera pendiente- al lugar donde se encuentra la tumba de san Pedro, exactamente bajo el altar central y la cúpula de la basílica.

En la Capilla Clementina, el lugar más cercano a la tumba del primer obispo de Roma, el Papa se detuvo en oración silenciosa, en recogimiento profundo y onmovido.

La visita concluyó en las grutas vaticanas, rindiendo homenaje a las tumbas de los papas del siglo pasado que allí se encuentran: Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo I.

Saliendo de las grutas, el papa saludó al personal presente y regresó a pie a Santa Marta, tal como había venido, también a pie, hasta la entrada de las excavaciones en el lado izquierdo de la basílica. La visita empezó a las 17 horas y acabó a las 17,45.

Aunque la tradición decía que Pedro estaba allí, no había evidencia científica de ello. En 1942, monseñor Ludwig Kaas, encontró restos en una tumba de la colina vaticana. Pensó que podrían ser los huesos de san Pedro y le preocupaba que la reliquia no fueran tratada con el respeto que merecía, por lo que decidió, en secreto, trasladar los restos a otro lugar dentro de la necrópolis.

Tras la muerte de Kaas, la profesora Margherita Guarducci, arqueóloga italiana, descubrió estos restos por casualidad, mientras descifraba unas grafitos escritos en el muro denominado G (de color blanco); y en el adyacente (de color rojo). Los grafitos decían: “Pedro, ruega por los cristianos que estamos sepultados junto a tu cuerpo”. “Pedro está aquí”.

También halló una especie de firma, parecida a la letra “P”, y en el palo vertical tres rayas horizontales en forma de llave. Al excavar descubrió un nicho forrado de mármol blanco, que contenía huesos. Informó al papa Pablo VI de que, según sus conclusiones, los restos eran los de san Pedro.

La responsabilidad de estudiar estos huesos recayó en Venerato Correnti, profesor y catedrático de antropología de la Universidad de Palermo. Este llegó a la conclusión de que en el nicho había huesos humanos y de un ratón. Con respecto al animal, supuso que se coló por alguna rendija y murió allí. Los huesos humanos son de la misma persona, un individuo varón robusto, de avanzada edad (posiblemente setenta años), y del primer siglo.

El 26 de junio de 1968, Pablo VI anunció al mundo que se habían hallado los restos de san Pedro. La Librería Editorial Vaticana publicó el resultado de la investigación de la profesora Guarducci con el título Las reliquias de san Pedro.


El visitante y peregrino que accede a la necrópolis vaticana realiza un viaje a las raíces de la fe. De entrada, se traslada a 1.600 años atrás, cuando se edificó la basílica constantiniana. Luego al siglo II y al fin al siglo I, tiempos del emperador Nerón, responsable del martirio de Pedro. Recorre el antiguo camino de tierra y atraviesa una antigua necrópolis romana, situada bajo el pavimento de las grutas vaticanas, en correspondencia con la nave central de la basílica.

Se sabía que la tumba de Pedro tenía que estar allí porque en aquél preciso lugar de la colina vaticana, antiguos jardines del palacio del emperador Nerón, se fueron edificando una serie de extraordinarios y ricos monumentos, indicando que algo muy valioso ocultaba su subsuelo.

“Pedro vino a Roma; aquí encontró el martirio durante la persecución de Nerón; después sus restos fueron recogidos por los cristianos, porque la ley romana permitía recuperar los cuerpos de los condenados para darles sepultura. Pedro fue trasladado al punto donde hoy se yergue el altar papal. Allí fue enterrado y se puede decir que desde hace dos mil años ese lugar es la justificación de la presencia del obispo de Roma junto a la tumba de Pedro, esto es, del papa”, explica el cardenal Comastri, arcipreste de la basílica vaticana.