El día 28 de febrero Benedicto XVI se quitará su ‘mitra papal’ y se retirará a Castel Gandolfo, localidad que habitualmente sirve de residencia veraniega a los Pontífices. Permanecerá allí hasta el momento en que tenga un sucesor, que según ha estimado el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, será en fechas próximas a la Semana Santa.

Posteriormente se trasladará al monasterio de clausura ubicado en los jardines vaticanos. Convivirán así, en unos pocos kilómetros cuadrados, el nuevo pontífice junto con Benedicto XVI. Pese a lo extraordinario de la situación, tal y como ha señalado Lombardi, no habrá ningún peligro de “interferencias”. “Estoy seguro de que Benedicto XVI será capaz y estará atento para evitarlo de cualquier manera”.

La nueva residencia del Papa será un monasterio de clausura llamado ‘Mater Ecclesiae’ aunque, ha señalado Lombardi, Benedicto XVI “será libre de entrar y salir cuando desee”.

El convento nació en 1994 ideado por Juan Pablo II. El objetivo era crea una comunidad de religiosas contemplativas que acompañaran con su oración la actividad del Santo Padre y de sus colaboradores de la Curia de Roma. Cada cinco años la orden que entraba en el monasterio iba cambiando, así por sus paredes han pasado hermanas carmelitas, benedictinas y clarisas. Las últimas en habitarlo han sido ocho monjas de la orden de las salesas que llegaron allí en 2009, siete de ellas procedían de España.

“Nosotras hemos estado hasta el 2012 y ahora había quedado vacío porque iban a hacer otra reforma para que después fuese otra comunidad”, explica la última madre superiora del monasterio, María Begoña Sancho Herreros, que apunta que con su llegada cambiaron los estatutos para que la permanencia de cada congregación fuese de tres años.

“Yo pienso que el Papa no estará con otra comunidad de monjas. Sería un poco difícil porque es una casa pequeña”, explica. El espacio al que se refiere la religiosa fue construido sobre una antigua residencia de jardineros que se encuentra sobre una elevación de la colina vaticana.

“Tanto la arquitectura como su localización, sobre una elevación de la colina vaticana, rememora la soledad y lo sacral de los antiguos eremitorios”, se recoge en la web oficial del Estado Vaticano.

El edificio está dispuesto en cuatro niveles; en los pisos segundo y tercero hay 12 celdas para las monjas y la biblioteca, mientras que en la planta baja y sótano, se encuentran la Capilla y el Coro (reservado para uso exclusivo de las monjas de clausura), la portería y el locutorio para los visitantes. Un alto seto y una gran verja con puerta de acceso delimitan el espacio exterior del monasterio, al que se llega por una rampa hasta un pequeño porche cubierto que comunica con la Capilla y la portería.

Fue precisamente en esa capilla donde se produjo el primer encuentro de las monjas españolas con el Santo Padre. “Fue el 14 de diciembre de 2010, vino a nuestro convento, dio la misa y luego pasó a la clausura”, rememora la madre Sancho Herreros, “cuando estuvo con nosotras fue amabilísimo y cariñosísimo”.

Sin embargo, la hermana admite que estos tres últimos años había notado un desgaste en la figura del Pontífice. “La última vez que nos reunimos con él fue el 14 de octubre de 2012, fuimos nosotras a su casa. Noté mucho cambio en él, se le notaba más anciano”.

“Creo que todos los escándalos de pederastia le han tenido que impresionar muchísimo y que ha tenido que hacer sufrir mucho” apunta la hermana. “Las dos veces que se reunió con nosotras mejor, imposible, pero la segunda vez lo notaba cansado y que los años iban pasando”.