Más que una preocupación por el gobierno de la Iglesia, para muchos de sus adversarios es una obsesión ver a un Papa renunciar a su puesto, y reducirlo así a una condición semejante a la de los mandatos civiles.

Pasó en cuanto Juan Pablo II dio los primeros signos de debilidad tras su operación del cuello del fémur en 1994, y empezaron a sonar voces que le pedían la dimisión, acentuadas con el paso del tiempo y exacerbadas en los últimos años, cuando ya era patente un deterioro físico que él quiso convertir en muestra de la dignidad de la vida humana hasta el final.

Con Benedicto XVI ha pasado lo mismo, pero antes, por su mayor edad. Sin embargo, aunque este lunes cumplirá 85 años, el Papa se lo ha puesto difícil.

Tras el Regina Coeli de este Domingo de la Divina Misericordia, segundo de Pascua, se dirigió en francés a los peregrinos de esa lengua presentes en la Plaza de San Pedro: "El jueves próximo, al cumplirse el séptimo aniversario de mi elección para la Sede de Pedro, os pido que recéis por mí, para que el Señor me dé fuerzas para cumplir la misión que me ha confiado".

Algunos tendrán que seguir esperando.