A las ocho de la mañana, para arrancar una de las fiestas grandes de la devoción mariana en todo el mundo, el Papa celebró misa en la parroquia de Santo Tomás de Villanueva en Castelgandolfo.

Como corresponde a la festividad de la Asunción de María, el sermón se centró en explicar y cantar las alabanzas de la Virgen. Y, "al contemplarla", dijo Benedicto XVI, "podemos ver también en profundidad nuestra vida, porque también nuestra existencia cotidiana, con sus problemas y esperanzas, es iluminada por la madre de Dios, por su recorrido espiritual, por su destino de gloria: un camino y una meta que pueden y deben convertirse, en cierto modo, en nuestro camino y en nuestra meta".

Posteriormente glosó la consideración de María como Arca de la Alianza (la Foederis Arca de las letanías del Rosario), tal como la cita el Apocalipsis, y también el "arca en movimiento" en que se convirtió la Virgen cuando, tras la Anunciación, acudió a visitar a Santa Isabel, en el que sería el primer encuentro entre Jesús y Juan el Bautista. Fue cuando María entonó el canto del Magnificat (Lc 1, 46-55).

Al comentar este pasaje evangélico, Benedicto XVI destaca unas palabras de San Lucas (1, 39), cuando dice que, al conocer la noticia del embarazo de su prima, la Virgen se fue "con prontitud", "con prisa", para ayudarla en el parto.

Es la gran lección espiritual que propone el Papa en su homilía: "Me parece importante subrayar la expresión con prontitud, con prisa: las cosas de Dios merecen prisa. Es más, las únicas cosas del mundo que merecen prisa son precisamente las de Dios, que tienen verdadera urgencia para nuestra vida".

¿Por qué? "Porque también nosotros somos los destinatarios de ese amor inmenso que Dios ha reservado -cierto que de forma única e irrepetible- a María". Mejor no hacerle esperar.