La situación era complicada, porque el centenar de gitanos rumanos llevaban ya tres días en la Basílica de San Pablo Extramuros y las cosas corrían el riesgo de enquistarse.
 
El alcalde de Roma, Gianni Alemanno, que había ofrecido dinero a los desalojados de un poblado marginal para volver a su país, advertía de la dificultad de la situación: "Si todo el que viene a la ciudad considera que tiene derecho a un alojamiento, la situación sería insostenible. Roma no se puede transformar en una gran chabola. Estas personas tienen casa en Rumanía y la han dejado para venir a trabajar aquí a cambio de un sueldo".

Pero, sin inmiscuirse en las legítimas preocupaciones del munícipe,el Papa había hablado por la mañana, durante las palabras previas a la bendición Urbi et Orbi, de la necesidad de mostrar un espíritu de acogida a los huidos y prófugos africanos. ¿Cómo no hacer lo propio con los que tenía en casa?

Así que envió al sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado, monseñor Fernando Filoni (número tres de la diplomacia vaticana) a entrevistarse con los gitanos y mostrarles la "cercanía" del Papa, y además cursó orden a Caritas Roma, por medio de la asociación Domus, para que se dispusiese un alojamiento para ellos, de forma que abandonasen pacíficamente la basílica. Así sucedió en la tarde del domingo, previa identificación de los asaltantes por la policía italiana.

La solución fue aplaudida por Alemanno, quien considera que la intervención de Caritas garantiza una solución estable al problema, aunque ha mostrado su disposición a seguir eliminando los asentamientos ilegales en Roma.