La suelta de una paloma en símbolo de la paz, objeto de especial oración durante el mes de enero, fue el toque de originalidad en el tradicional Angelus dirigido por el Papa en la Plaza de San Pedro.

La predicación de Benedicto XVI se centró en el valor del «primer gran discurso que el Señor dirige a la gente» al inicio de su vida pública. Con frecuentes citas a su obra Jesús de Nazaret (cuya segunda parte se publicará en las próximas semanas), el Papa desgranó con dos enfoques sustanciosos el contenido último de las Bienaventuranzas, momento cumbre del Sermón de la Montaña.

Un primer enfoque se refiere a su valor para cada persona que las lea o escuche como venidas del mismo Hijo de Dios: «No se trata de una nueva ideología, sino de una enseñanza que viene d elo alto y se refiere a la condición humana, que el Señor, al encarnarse, quiso asumir para salvarla... Las Bienaventuranzas son un nuevo programa de vida para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes presentes y futuros».

Pero son también una enseñanza para la Iglesia, que es el segundo enfoque: «El Evangelio de las Bienaventuranzas se comenta con la misma historia de la Iglesia, la historia de la santidad cristiana, porque, como escribe San Pablo, "Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale" (I Cor 1, 27-28). Por eso la Iglesia no teme la pobreza, ni el desprecio, ni la persecución, en una sociedad atraída con frecuencia por el bienestar material y el poder mundano».


Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán en herencia la tierra.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien por causa mía y digan todo género de calumnia contra vosotros: alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.