Al caer la noche [del jueves 17 de julio al viernes 18], tras los cánticos y el bullicio de los multitudinarios encuentros de oración, frente a la capilla clausurada sólo queda silencio.

Después de doce horas de rezos ininterrumpidos, a las nueve en punto, el bedel de la Facultad de Geografía e Historia echaba, por tercera jornada consecutiva, a los estudiantes que todavía permanecían en el interior velando el templo.

Pese al cansancio y la tensión de estos días, Josué, Ricardo, Nacho, Eduardo, Ester, Santi y Antonio continuaron custodiando la puerta de acceso a la Facultad hasta la mañana siguiente.

En medio de la quietud y la oscuridad, estas siete sombras se esforzaban por colocar una de las pancartas que habían pintado entre dos árboles.

Aunque ninguno de ellos se conocía de antes, sí que compartían un motivo por el que luchar en común: «Creemos en Dios, necesitamos un sitio donde estar a solas con él, incluso en la universidad», argumentaba Josué Gayán.

«Conozco a estudiantes musulmanes y judíos que han llegado a entrar en la capilla porque para ellos también es un espacio sagrado. Nosotros también apoyaríamos que hubiera mezquitas o sinagogas», añadía Nacho, para quien esta fue su segunda noche en vela.

Para que el desvelo no fuera tan duro, Ricardo se trajo el ordenador y una baraja española. Gracias al wifi de la universidad, que en ciertos rincones se capta, pudo estar en permanente contacto con el resto de compañeros. Con ellos se coordinaron para organizar los turnos del día siguiente.


Son muchos los que apoyan la causa, pero cada uno la defiende a su manera. Esa fue la razón por la que, según pasaban las horas, las diferencias entre los jóvenes se hacían más evidentes.

«Sabemos que se han empezado a mover en las redes sociales con este tema los grupos anticlericales», decía Santi. «Estamos alerta porque creemos que puede venir gente a molestarnos», agregaba Antonio.

En medio del debate sobre qué hacer en momentos tensos, algunos eran partidarios de emplear la violencia contra los que no opinaban a favor de la capilla; otros, todo lo contrario. «Si alguno de nosotros se pone tenso, tendremos que frenar el arrebato», opinaba Nacho. «Al final, nuestra máxima es mantener la paz y recuperar la capilla».

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