Juan Pablo Moreno Botija, más conocido por los niños como el padre Caramelo, es un misionero natural de Cuenca que desarrolla su labor en Kenia. Este sacerdote de 43 años se ha ganado este apodo porque acostumbra a llevar siempre golosinas en sus bolsillos para dar un poco de felicidad a los niños de las comunidades en las que sirve.

En una entrevista en la Cadena SER Cuenca cuenta lo diferente que es ahora su labor a la que anteriormente desempeñaba donde fue sacerdote en las parroquias rurales de Barajas de Melo, Leganiel, Huelves, Mira, Víllora o Narboneta.

Ahora, los niños son su principal labor

Un día decidió dejar estos pueblos de Cuenca casi deshabitados y con un alto índice de población envejecida por un panorama muy distinto, las parroquias del entorno de Kitui Town, en el sureste de Kenia, en el corazón de África. “Allí la población es muy joven, con muchos niños y con muchas necesidades”, dice.

Más allá de su labor evangélica, que desarrolla cada día oficiando misa en distintas parroquias del entorno a las que accede por caminos sin asfaltar y cruzando varios ríos, “insalvables en época de lluvias”, dice, su trabajo se centra también en atender las necesidades más básicas de muchas ciudades. “Tienen huertos en los que cultivan judías y maíz, alimentos con los que tienen que vivir todo el año en una economía agrícola de subsistencia”, nos cuenta.

En un territorio donde los niños son expulsados del colegio si no pagan por sus estudios, Juan Pablo realiza la labor de apadrinamiento “con la ayuda económica de asociaciones, hermandades y particulares de Cuenca que contribuyen a pagar los 30 euros que cuesta financiar los estudios de un niño en Kenia durante todo un curso”. Además, con esa ayuda compra medicinas para atender casos particulares “como un anciano al que he tenido que limpiar y curar sus heridas”. También queda dinero para comprar caramelos y repartirlos entre los niños, labor sencilla pero con efectos inmediatos, “cada caramelo es una sonrisa”.