Entre las personas que encuentran la fe y llegan a la Iglesia Católica muchas lo hacen por el testimonio o ejemplo de vida de personas que conocen, otras por el anuncio del Kerygma, pero también hay un porcentaje que lo hace a través de la belleza. Unos por como la naturaleza les habla de Dios, y otros por la liturgia católica.

Un ejemplo de estos últimos es Constance T. Hull, profesora, madre y colaboradora en The Federalist o Public Discourse, que volvió a la Iglesia Católica gracias en buena parte a su sensibilidad hacia la belleza que hay en el mundo. Comenzó con la música, siguió con la naturaleza y tuvo como punto de inflexión el día que fue a una misa en Jueves Santo. En ese momento supo que su lugar estaba claramente en el catolicismo.


Ella misma relata su testimonio en Catholic Exchange y empieza remontándose a cuando tenía 9 años. Recuerda ir en la parte trasera del coche de sus padres escuchando la música clásica que ponía su padre mientras miraba el paisaje por la ventanilla. Pero un día, pusieron un cassette distinto y empezó a sonar el Canon de Pachelbel. “De repente, las lágrimas comenzaron a fluir por mi rostro. Estaba un poco desconcertada. Mi padre me miró y entendió que me había traspasado la belleza por primera vez”, cuenta.



Constance afirma que “no lo entendí en ese momento, pero fue el punto de partida de cómo Dios comenzó a revelarse a través de la belleza. Él había comenzado a cortejarme”.

Diez años más tardes se trasladó de Montana a California y por fin pudo ver el Océano por primera vez. Allí encontró “un nuevo y poderoso tipo de belleza” que era a su vez “fascinante, pero intimidante”. Pasaba horas viendo romper las olas en la orilla y observando el atardecer.


Esta mujer explica “mi relación amorosa con la belleza todavía estaba en su infancia, pero empecé a buscarla con mayor frecuencia”, momentos que “me cambiaron poco a poco y me abrieron a Dios”, aunque seguía sin entender que detrás estaba Él, puesto que su fe era mínima.

A los 28 años, los efectos de una relación sentimental tóxica provocaron en ella la necesidad de buscar ardientemente una salida, pero no sabía bien donde buscar. Ahora recuerda que “estaba atormentada por la culpa de mis pecados. Ese peso me estaba pasando factura”.

Empezó a buscar respuestas en la religión, pero en las iglesias protestantes. Pronto vio que debido a la educación que había tenido y las lecturas que había hecho no podía seguir aquellas enseñanzas.



Pero entonces, sabiendo de sus búsquedas y luchas, su compañera de habitación le recomendó que asistiera a misa en la Basílica de la Inmaculada Concepción de Washington, que estaba situada cerca de su casa. Además, su amiga conocía a dos chicos que iban a misa allí y que estaban considerando ingresar en el seminario.

“Decidí ir con ellos y luego fuimos a almorzar. Charlamos sobre la misa y la fe en general. Fue un momento crucial para mí. Finalmente, comencé a asistir a la misa dominical regularmente. Lentamente las cosas comenzaron a cambiar en mí, pues seguí yendo cada semana”, explica.


Entonces decidió asistir al Triduo Pascual: “Lo que sucedió en ese Jueves Santo fue la culminación de 20 años en los que Dios suavemente me había cortejado a través de la belleza”.



Ella misma cuenta que “cuando comenzó la Misa y los sacerdotes y diáconos comenzaron la procesión mientras el órgano y el coro llenaban el espacio con música gloriosa, me quedé completamente sorprendida. Allí el cielo y la tierra se encontraron, como lo hacen en cada misa, y pude verlo. Estaba rebosante de alegría. Finalmente pude ver lo que realmente es la misa y cambió mi vida entera. La belleza de la Liturgia fue la culminación de todos los años que Dios me había llamado a través de la belleza”.

Este viaje hacia Dios comenzó con la música y llegó a su clímax en la Misa del Jueves Santo. Constance tomó la firme decisión en aquel momento de “vivir como católico para el resto de mi vida”.


A su juicio, “la belleza convierte las almas. Dios usa la belleza para revelarnos su gran amor. Hay una razón por la cual tantos pobres y trabajadores usaban todos sus recursos para construir las grandes catedrales de Europa. La belleza nos atrae cada vez más profundamente a las vastas profundidades de Dios. Tiene la capacidad de atraernos a profundidades invisibles dentro de nuestras propias almas. Proporciona consuelo en tiempos de agonía y sufrimiento”.

Por ello, considera que “con demasiada frecuencia en nuestra cultura utilitarista, de uso y consumo no nos damos cuenta de cuánto necesitan nuestras almas  de la belleza”.