Catherine L´Ecuyer es una de las grandes divulgadoras en temas de educación en España, lo que le ha llevado incluso a asesorar al Congreso de los Diputados. En este momento su libro Educar en el Asombro va por la 21ª edición mientras que Educar en la Realidad ya alcanza la quinta, habiendo sido traducido a cinco idiomas. Esta canadiense madre de cuatro hijos y residente en Barcelona es una firme defensora del juego en los niños y critica que se les quiera convertir en adultos antes de tiempo. "Necesitan menos pantallas y más realidad", insiste.

Sus tesis son revolucionarias precisamente porque beben de las verdades de siempre. Y realizó este camino desde la empresa gracias a su experiencia como madre, pues la familia es una escuela de vida.

Religión en Libertad ha hablado con esta escritora, que además es católica practicante. Su obra y su pensamiento están influenciados, entre otros, por autores como Chesterton, Santo Tomás de Aquino o San Agustín, a los que cita constantemente y cuyas aportaciones serían ahora más útiles que nunca. Y esto le lleva a hablar de la crisis de la educación católica, de la trascendencia pero también de la gran importancia de la belleza en la educación.


- Excelente pregunta, no es algo que haya buscado. Trabajaba en consultoría de alta dirección y la pregunta que me hacía a diario era: ¿qué es lo que motiva a las personas a trabajar y a aprender en las organizaciones? Tras haber auditado la cultura empresarial de unas 40 empresas, llegue a la conclusión que las palancas de motivación internas y trascendentes (de servicio) tenían más relevancia que las palancas externas. Cuando tuve a mis hijos, dejé de trabajar a tiempo completo, los escolaricé relativamente tarde y mi hogar se convirtió en una pequeña escuela. Observando a mis hijos, apliqué mis intuiciones al ámbito de la educación. Luego empecé a investigar en psicología, filosofía, neuropediatría y en educación y acabé plasmando mis ideas en un libro, Educar en el asombro. Pensé que lo leerían mis 40 amigas y lo que ocurrió a continuación fue una verdadera sorpresa.


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- El asombro es el “deseo de conocer”, decía Tomas de Aquino. El niño nace con ese deseo, no es algo que haya que “inculcarle”, es algo que debemos respetar, cultivar. Como decía Chesterton, “en cada una de esas deliciosas cabezas se estrena el mundo, como en el séptimo día de la creación”.

Asombrarse es “no dar nada por supuesto”, ver todo como un regalo, por eso el niño asombrado es agradecido. El asombro no es una mera “emoción”, es un pensamiento metafísico; de hecho, los griegos decían que es el inicio de la filosofía. No lo considero una innovación; dar importancia al deseo de conocer es volver a lo esencial, a lo de siempre. Gaudí decía que ser original es volver a los orígenes.


- A través del respeto por los ritmos, las etapas de la infancia, un niño que actúa como un pequeño adulto es un niño que está de vuelta de todo. No es necesario saturar los sentidos e hiperestimular a los niños. El consumismo hace que se acostumbran a tenerlo todo antes de desearlo, y dan todo por supuesto, lo contrario del asombro. Un niño embotado es pasivo. Quizás se fascina, pero no sabe asombrarse. Un niño adicto a la velocidad y al ruido no sabe contemplar. Necesitan menos pantallas y más realidad.




Lo que asombra es la realidad. La realidad se descubre, no se construye. Asombrarse es dejarse “medir por la realidad”, y eso siempre requiere esfuerzo, porque la realidad es lenta y exigente. Una de las características de la realidad, es su belleza. Las cosas son bellas, de por sí, por el mero hecho de “ser”.  Decía Tomas de Aquino que “hay belleza en todas las cosas”. Lo que ocurre es que a veces hay poca, por eso decimos que son feas.


- El culto al feísmo es un desdén, una sospecha sistemática hacía todo lo bello. Tiende a ver la belleza como una pegatina, algo añadido, impuesto para engañar. El culto al feísmo nos dice: “no hay belleza intrínseca en las cosas, todo se construye al antojo del que mira”. Esa postura es consecuencia del olvido de la metafísica.


- El culto al feísmo nos pinta la belleza, la bondad y la verdad como una mentira o una cursilada. Existen dos alternativas. Rendirnos a la lógica del culto al feísmo y responder con una especie de marketing de la belleza, que vendría a ser una pegatina más. Ese es el camino de la mundanidad. Yo no conozco a ningún adolescente que se haya dejado seducir por ese ridículo disfraz. La belleza no necesita trajes o marketing, luce de por sí. Hay que descubrir el poder de atracción de la belleza, desnudándola, aunque eso sea motivo de escándalo.


- Existe en todas las personas una capacidad natural para juzgar rectamente, una luz inextinguible que nos hace reconocer la verdad y la bondad como tal y que nos las señala como fines de las virtudes. Tomas de Aquino lo llamaba sindéresis. A María Montessori le acusaron de naturalismo y respondió: "Cuando miramos las estrellas que brillan en el firmamento, tan obedientes en su recurso y tan misteriosas, no decimos "¡qué buenas son las estrellas!" Decimos que obedecen a las leyes que gobiernan el universo. Nos admiramos ante el orden de la creación. En el comportamiento de nuestros hijos, es también una cierta ley de la naturaleza que se manifiesta". El orden no es bondad, pero la tarea de la educación debe ser la de indicar el orden interior y exterior como un camino indispensable para alcanzarlo, dándoles lo que pide su naturaleza...


- Eso es. Montessori decía, “nuestros hijos no hacen todo lo que quieren, pero quieren hacer todo lo que hacen”. Montessori hablaba de la importancia del “entorno preparado”. Es importante que los niños estén rodeados de oportunidades de belleza, que los griegos definían como “expresión visible de la verdad y de la bondad”. El feísmo, definido como ausencia de belleza, acaba oscureciendo la luz interior de la que hablamos antes. Películas, libros, canciones, juguetes, ejemplos, palabras... No es cuestión de prohibición, de burbujas o de puritanismo, es cuestión de agrandar los horizontes de la razón de nuestros hijos con cosas excelentes. En la educación no hay nada que sea neutro. Todo, o suma, o resta.


Lo bello es un camino que lleva a la trascendencia


- Asombrarse es tener una actitud de apertura ante la realidad, de confianza hacía lo bello, es interrogar la realidad sin filtro. San Agustín responde a la pregunta: “Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo, interroga a todas estas realidades. Todas te responden: “Mira, nosotros somos bellas”. Pero su belleza es una confesión, porque estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza que no sujeta a cambio?”.

Si no se experimenta deslumbramiento ante las realidades naturales y sobrenaturales, uno acaba con una idea teórica de Dios, que lleva a una fe vacía, sentimental, o rígida, conductista y mecanicista. Esas posturas no resistirán al paso de los años y serán terrenos fértiles para el fideísmo, el voluntarismo, y todos los “ismos” que tantos rebotes provocan entre los jóvenes y los no creyentes, porque son caricaturas grotescas del creyente.


- Alguna vez, Padre Pio dijo que “el secreto de Dios no se puede revelar sin profanarlo”. Por eso, prefiero guardar los secretos de mi vida interior en lo más profundo de mi corazón.


- Hay dos formas de definir las crisis. Desde el utilitarismo, decimos que hay una crisis cuando una empresa, o un sistema no funciona, no sirve, no produce beneficios, medidos en términos económicos. Entonces la educación estaría en crisis sencillamente porque hay abandono escolar y eso es malo para la economía. O la escuela católica estaría en crisis porque hay bajada en las matrículas, amenazan con quietarle los conciertos, hay que reducir el número de líneas, es deficitaria, etc. Pero esa crisis, por mucho daño que puede producir, no es una crisis de fondo, y siempre dependerá de las circunstancias del entorno.



Las verdaderas crisis remiten al concepto de identidad, o de razón de ser. La educación estaría en crisis porque está perdiendo su razón de ser, la escuela católica estaría en crisis porque está perdiendo su verdadera identidad. Si la escuela católica asumiera como suyos métodos constructivistas que se ponen de moda, por el mero hecho de que se hayan puesto de moda, sin hacer un planteamiento de fondo de si esos métodos encajan o no en su marco antropológico, eso indicaría que está en profunda crisis.

La escuela católica no se puede permitir el lujo, o la pobreza, de hacer voto de pobreza en materia de conocimientos. Si estuviese dando más importancia a las metodologías que a los contenidos, la escuela católica se asimilaría al resto de los colegios y acabaría perdiendo su sentido de identidad. Y si en algún momento no hubiera nada que la diferencie de los demás colegios, pues acabaría desapareciendo, por muchos actos de fe que hagamos de que eso no vaya a ocurrir. Eso sí, quedaría el nombre, los edificios, y el puesto en los rankings.


- Indican que un colegio dado se está conformando a un listado de exigencias definidas por periodistas.


- Comedor propio, digitalización de las aulas, instalaciones deportivas, reconocimiento externo, precio, transporte… ¿Cuántos criterios provienen de la literatura científica? A primera vista, aproximadamente 6 de 27 tienen una base científica, y no se matiza por etapa, que en muchos casos es preciso hacerlo. Por lo tanto, nunca deberíamos medir la calidad educativa de un centro partiendo de los rankings. Además, los rankings tienen el efecto perverso de uniformizar la oferta educativa, porque todos se apuntan a la carrera de cumplir con los mismos criterios para “subir en los rankings”, queriendo imitar a los que lo encabezan y por el camino, perdiendo su sentido de identidad.


Sí, pero eso se queda en algo utópico si la oferta educativa no es plural. Y con lo que acabamos de explicar, nos vamos hacía la uniformidad, no la diversidad. En el caso de la concertada, no es una uniformidad impuesta a través de un marco legal restrictivo, sino del marketing educativo que se supone que va a salvar a esos colegios de entrar en crisis económica. Todo el mundo quiere estar a la última, y muchos de los métodos que se incorporan en las aulas carecen de evidencias. Los padres hemos de pedir una educación basada en las evidencias, no en las modas. La educación es un asunto que debe estar encima de las consideraciones ideológicas y económicas, no se experimenta con la educación.




La estimulación temprana está condenada por Neurology, la Academia Americana de Pediatría y toda la literatura académica desde el año 1968. Respecto a las tabletas, no hay conjunto de estudios que indique que su uso en las aulas lleve a una mejora de los resultados académico. De hecho, los estudios apuntan a lo contrario. La literatura científica de los últimos 5 años advierte que muchos de los supuestos de la llamada educación “basada en la neurociencia” son falsos. ¿Ejemplos? No es cierto que existe un periodo crítico entre los 0 y los 3 años, o que solo usemos el 5% de nuestro cerebro, o que haya que enriquecer el entorno durante los primeros años de vida, o que las personas aprendan mejor cuando reciben información en su estilo de aprendizaje preferido (ej. Auditivo, visual, kinestesia) o que las diferencias en dominancia hemisférica (hemisferio izquierdo o derecho) pueden ayudar a explicar las diferencias individuales de aprendizaje entre los alumnos. Nos puede sorprender, pero la literatura neurocientífica lo considera como “neuromitos” (malas interpretaciones de la literatura neurocientífica aplicadas a la educación). Pero como decía Huxley, a veces preferimos una falsedad emocionante a una verdad sin interés.


Guardini decía “Si somos capaces de ver la verdad, somos capaces de seguirla”. ¿Entonces por qué nos cuesta tanto tener esa mentalidad científica? ¿Cuándo ha dejado la ciencia de ser parte de la cultura? ¿Cuándo hemos dejado de entender la ciencia como un método valido para llegar a conocer la realidad tal como es? Hemos de tener en cuenta que no solo somos objeto de ciencia, sino también sujeto. Si el hombre se estudia a sí mismo, y además se ve envuelto en consideraciones cortoplacistas y de intereses económicos, siempre existe ese peligro de que no sea objetivo con los resultados de la investigación, porque es a la vez juez y parte. Quizás eso puede explicar que nos cueste tanto ser objetivos en encarnar esa “sana duda”, en tener esa mirada limpia y asombrada que es necesaria para la búsqueda de la verdad. Como apunta Miguel-Ángel Martí, “son muchas las causas que explican ese ocultamiento de la verdad, pero una de ellas viene dada por la falta de deseo (de admiración) de conocer qué son las cosas realmente. Quien deja de admirar abandona también la búsqueda de la verdad”. En definitiva, volvemos a la importancia del asombro.


Descubrir el asombro como algo bueno y deseable y querer recuperarlo es el mejor punto de partida para conseguirlo, porque es, en sí, manifestación de asombro.