Eduardo, un chileno que llegó a España con 14 años, hace casi dos décadas, se crió en Chile en una familia en la que nadie era cristiano. Siempre se mostró fuerte y desafiante ante los golpes de la vida. Pero cuando la mujer que amaba enfermó, por primera vez él rezó.

Empezó a participar en unas catequesis kerigmáticas. Chocó con la enseñanza cristiana del perdón. Pero en un Curso Alpha, al entender el poder del amor, toda su vida cambió: con amor, es posible perdonar y caminar con libertad. Esta es su historia de fe cuando aún se está preparando para el bautismo. La contó como ejemplo del poder del kerigma para sanar y tocar corazones en un encuentro ante responsables diocesanos de Primer Anuncio de toda España.

Una infancia de maltrato

"Vengo de familia pobre, en Chile. Nadie era cristiano en mi casa y no me bautizaron. Sufrí maltrato por parte de mi madre, palizas. Yo sentía claramente que mi madre no me quería. Incluso me ponía a comer separado en una esquina. De niño, a menudo iba a una iglesia cercana, porque allí me trataban bien y sentía cariño", explica.

"A los 14 años descubrí que mi madre ¡no era mi madre! Era una vecina que me había alojado todo este tiempo. Supe por qué mi madre real me dejó de lado, una historia no muy agradable. Al saberlo me explotó la cabeza y estuve unos meses con depresión. Me dijeron que en España vivía mi tía por parte de mi madre real, que se ofrecía a cuidarme. Así dejé a mi familia, a mis hermanos y mi contacto con la iglesia", cuenta Eduardo.

Llegado a España, estableció las líneas que marcarían su vida durante casi dos décadas. "Me dije: la vida es dura, levántate tú, nadie te levantará". En España sufrió algunas desgracias, fue víctima de estafas, tuvo problemas con papeles... "Yo le echaba las culpas a Dios y me decía: 'soy fuerte y ni la vida ni Dios ni nadie podrá conmigo'".

A partir de cierto momento, las cosas le empezaron a ir mejor, "aunque en silencio, yo lloraba, con mi mochila del pasado".

Enamorarse da fuerza... y vulnerabilidad

Conoció a Judit. "Era una chica muy buena, bondadosa, me enamoré locamente. Con su sonrisa, su mirada, me dio lo que nunca había tenido. Ella me hacía feliz y me hacía reír. A veces me contaba cosas de la Iglesia, pero yo no quería saber nada de ese tema", explica.

Cuando Judit entró a trabajar en el Ejército, ella empezó a sufrir acoso y bullying y entró en una grave depresión. "Se fue su sonrisa. Y yo, por primera vez en mi vida, ya no podía presumir de mis fuerzas autónomas. Nada ayudaba a Judit: ni psicólogos ni pastillas ni yo. Eso me puso de rodillas", cuenta Eduardo.

"Algo le había pasado en Tierra Santa"

En septiembre de 2022, los padres de Judit fueron a Tierra Santa y volvieron entusiasmados.  La madre ya era una firme cristiana, pero el padre era más tibio. "Nos invitaron a comer y por primera vez ahí escuché un testimonio de una persona impactada por Dios. Mi suegro, que había ido a regañadientes, había vuelto transformado de Tierra Santa. Le había pasado algo en Tierra Santa y se había convertido profundamente. No entendí mucho de la historia que nos contaba. ¡Pensé que le había afectado el incienso! Pero lo cierto es que sus ojos no eran los mismos, eran ojos que brillaban, y esos ojos con su brillo me tenían sorprendido".

El 8 de octubre de 2022 Judit sufrió un brote agresivo, a las 4 de la mañana. Eduardo se sentía inútil, incapaz de ayudarla. "Me fui de casa, caminando, llorando, y aparecí junto a la parroquia de San Martín de la Vega. Me senté en un banco, miré la cruz y entre lágrimas hablé a Dios y oré. Le dije: 'Nunca antes te he pedido nada en mi vida. Por favor, ayúdala a ella. No a mí, a ella'. Y me volví a casa".

Unos días después, empezaron unas catequesis en esa parroquia.  "Allí iba mi suegro entusiasta, convertido a viento y marea. Y me dijo mi suegra: 'vente tú también'. Yo le dije: '¡Pero si no estoy ni bautizado!'. Pero pensé: 'Pedí ayuda a Dios, y a lo mejor es un pago o una penitencia que he de cumplir'".

Dios te ama y te envía señales

Con esa idea, empezó a acudir a las catequesis. "Hoy quiero a esos catequistas con locura, pero en ese momento no los quería nada. Eso sí, de nuevo, me asombraban sus ojos. Un catequista planteó: '¿qué es lo más importante?'. Yo dije: la familia. Pues no, él insistía en que sólo el amor. Yo pensé: "Este hombre no tiene ni idea. ¡Como él sí tiene su familia desde siempre, no la valora!".

Los catequistas tenían un mensaje muy directo y sencillo para dar: que Dios siempre está ahí, que te ama, que te envía señales y "has de sacarte las gafas de madera que no te dejan ver".

Reticente y de mal humor, pero en las catequesis en San Martín de la Vega Eduardo fue conociendo a Jesús y el amor de Dios.

Esas catequesis empezaron a tocar a Eduardo. Le tocaban las canciones, los testimonios, y que Judit acudía y recobraba la alegría. Judit sonreía en esas catequesis y eso alegraba a Eduardo y le hacía perseverar en esas sesiones.

"El problema es que se hablaba mucho de perdón y amor y eso, en la historia de mi vida, no lo veía, y por eso me dolía. Perseveré porque sentía que Dios me ayudaba. Un día que se habló del perdón, empecé a llorar una vez en casa, porque me dolía el corazón. Dije: 'solo sé que me duele el corazón, necesito redimirme'". Ni siquiera estaba muy claro que entendiera a qué se refería con la palabra.

Ese sábado se quedó solo en casa. Le habían hablado de la teleserie cristiana 'The Chosen', y pensó en ponerla como ruido de fondo mientras jugaba videojuegos en la consola. Pero pronto dejó la consola y miró con atención la historia de María Magdalena, que sufría y pensaba en suicidarse. "Ella sigue a una paloma y ve a Jesús, y al aparecer Jesús, se me puso a latir fuerte el corazón, a hacer cosas raras. Y Jesús dice entonces: 'No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mía'. Y yo pensé, al escuchar eso, que estaba respondiendo a lo que yo había pedido".



En ese momento sonaron las campanas llamando a la misa de 7. "Fui corriendo a misa, y la homilía era sobre el perdón. Y le dije a Dios: no sé lo que quieres, pero confío en ti. Seguiré lo que Tú me digas".

Desde ese momento, esperaba con ganas las catequesis, y luego las Cenas Alpha, con sus vídeos y sus temas de fe. "La tercera sesión trataba sobre el perdón. Yo era incapaz de perdonar a mi madre y me sentía mal. 'Con lo que me han hecho, no puedo perdonar', decía".

Su párroco, Jesús Úbeda, actual vicario de Evangelización en la diócesis de Getafe, le dijo: "Si abres la carne y empiezas a tratar al corazón, puede ayudar; aunque es verdad que, aunque va sanando, duele".

Orar por los que os trataron mal

Eduardo y Judit fueron a Roma: era un viaje breve que habían comprado muchos meses antes, antes de tener fe. "¡Pasamos los tres días en el Vaticano! Había una sala de adoración allí, y me arrodillé y empecé a orar por mis padres, por mi madre que me había abandonado. No sabía porqué lo hacía".

Eduardo dio el paso de confiar en Dios, orar por los demás, y con ese amor el perdón acabó de sanar su vida interior. Se prepara con alegría para recibir el bautismo y los otros sacramentos.

De vuelta a España, la siguiente sesión de Alpha trataba sobre el mal. Y su enseñanza central era: "el mal se combate con amor".

"Cuando escuché 'amor' y vi esa palabra en la pizarra, entendí que había rezado por mi madre como un gesto de amor. Y en la mesa, ante los compañeros, me puse a llorar, hiperventilando, y todos preocupados, y yo les decía: 'No os preocupéis, que en realidad lloro de alegría'. Y en ese momento todo, absolutamente todo, dejó de doler. Ya no sentía odio ni rencor a mi madre, a mi madrastra. Y a la cena siguiente todos me dijeron: 'Eduardo, te ha cambiado la mirada, estás distinto'".

"Desde entonces, sigo el camino del Señor, todo me lo sanó", concluye su historia. Aún no se ha bautizado, pero tiene muchas ganas, porque después quiere confirmarse y confesarse y casarse y recibir todos los sacramentos. "Tengo una relación de confianza con Dios, ¡me ha quitado un dolor tan grande! Ahora cuando pasan cosas malas, sé que tengo a Dios conmigo, y soy más fuerte", asegura.