En un mundo lleno de ruidos los cartujos son un “rara avis”. Su vida monástica en la que prima el silencio y la austeridad contrastan con la sociedad de la inmediatez y de la tecnología. Sin embargo, la Iglesia Católica lleva años reivindicando el valor del silencio para vivir el presente. Lo hizo Benedicto XVI en varias ocasiones y lo reivindica con especial énfasis en estos momentos el cardenal Sarah.

El silencio y la soledad dan pavor al hombre de hoy. Pero el excesivo ruido puede impedir escuchar a Dios con la claridad necesaria y por ello el silencio es una herramienta básica para acercarse a Él, y esto es algo que saben bien los cartujos. Un sacerdote diocesano que ha pasado cuatro meses con una comunidad de esta exigente orden explica los beneficios que tanto para su ministerio como para el resto de las personas puede tener adaptar a su vida en la medida de lo posible la espiritualidad cartuja.


Las cartas que semanalmente enviaba a sus amigos y familiares desde el monasterio se ha convertido ahora en un libro publicado en Estados Unidos por Ignatius Press y titulado por Report From Calabria: A Season With the Carthusian Monks.



En el libro aparece siempre como un sacerdote anónimo para así dar más protagonismo a la experiencia. En una entrevista en National Catholic Register, afirma que la oportunidad de pasar una larga temporada con los cartujos de Calabria (Italia) surgió en 2014 y convivió con ellos durante cuatro meses.

Durante su estancia allí no usó el teléfono móvil. “Básicamente, viví su vida en términos de oración, trabajo, recreación y la caminata semanal. Las únicas dos diferencias fueron que no asistí a las reuniones de su capítulo y que como estuve escribiendo mientras estuve allí, me permitieron conectarme a internet”.


Si una cosa le ha marcado y ayudado de la vida cartuja es “principalmente la soledad”. Este sacerdote  cuenta que “las comunidades monásticas son comunidades de oración y son contemplativas. Pero lo que distingue a los cartujos es, desde el principio, que realmente han modelado lo que era una forma más común en la Iglesia Oriental, donde viven como ermitaños la mayor parte del tiempo y se reúnen ocasionalmente. Esto es lo que san Bruno y sus compañeros comenzaron: el hecho de que realmente protegen su soledad”.

“Cuando entras en un monasterio cartujo es muy tranquilo y silencioso. La soledad es lo que realmente es su sello distintivo,  y creo que es lo que más impresiona a cualquier persona porque estamos muy inmersos en el mundo en el que vivimos y estamos expuestos a estímulos constantes”, reflexiona este sacerdote.




En estos monasterios estos estímulos quedan desmantelados y reducidos al máximo por lo que “simplemente sientes que estos son hombres muy centrados que están viviendo esta vida de contemplación de una manera muy profunda”.

Durante su experiencia –afirma- “me sentí muy cómodo con la idea del silencio, y sin duda me introduje en su ritmo”. Puede parecer que es algo horrible pero él lo experimentó como algo “muy equilibrado”. “Es austero en cierto sentido, pero no es fanáticamente austero, es muy centrador e integrador porque no tienes muchos estímulos externos, que es en lo que estamos nadando todo el tiempo”.

Estos cuatro meses han cambiado su forma de vivir desde entonces. Ahora asegura que se siente “más cómodo con el silencio, y me desconectado un poco de tener la necesidad de revisar constantemente los correos electrónicos. Uno de los desafíos de las comunicaciones que tenemos hoy es que creemos que tenemos que responder de inmediato. Y no es así. Lo que esos cuatro meses me ayudaron a hacer fue el decir que no tiene por qué ser así. La forma de vida de los cartujos y su horario se establece con un propósito. No es un horario que yo pueda seguir ahora pero sí puedo adaptar mi agenda para aprovechar los ritmos que experimenté viviendo en la comunidad”.




Un ejemplo concreto lo ha notado en la oración. “Siendo sacerdote, rezo la Liturgia de las Horas todos los días, así que eso ya es un patrón en mi vida. Probablemente la principal influencia ha sido que ahora tiendo a rezar estas oraciones más lentamente y estoy más tiempo con ellas. Lo que he descubierto es que mientras más lo haces así, más presente estás ante las personas cuando acuden a ti. A veces los sacerdotes vemos que estamos muy atareados y la tendencia puede ser reducir la oración. Pero si dedicas más tiempo a la oración resolverás mejor tus otras prioridades y en realidad tendrás más para darles a las personas cuando acudan a ti”.

Pero estos beneficios de la vida cartuja no son solo validos para este sacerdote sino que cualquiera puede beneficiarse de ellos adaptándolos a su vida y calendario pues no es lo mismo un religioso que un padre de familia. Pero el hecho de bajar del tren de alta velocidad de la vida actual, de reducir estímulos para reordenar las prioridades sí está al alcance de todos.


No hace falta estar todo el tiempo comprobando el móvil, contestando mensajes. Esos momentos y pensamientos pueden dirigirse a estar más unido con Dios.

Por otro lado, de su experiencia cartuja hace una recomendación a todos. Es importante que cada católico adulto haga un retiro una vez al año. “Tal vez de fin de semana si no puedes más días, desconecta por completo y ve a un lugar donde puedas rezar y obtener dirección espiritual: alejarte de la vida diaria y ver todo esto a la luz de la gracia de Dios”, afirma.

Recuerda que hasta hace poco todo el mundo tenía esta oportunidad de vivir tranquilamente. Y concluye asegurando que “nuestros inventos nos han ayudado mucho pero pueden acabar manejando nuestras vidas si no tenemos cuidado. Necesitamos algo tan extremo como el estilo de vida cartujo para recordarnos que hay alternativas y podemos incorporar estos hábitos a la forma en que vivimos”.