María del Carmen Blanco es la mayor de cinco hermanos. Creció en una familia católica, formada en los Cursillos de Cristiandad e integrada en una comunidad del Camino Neocatecumenal en Elorrio (Vicaya). En su hogar había conflictos que, para ella, se traducían en un problema que la acompañó durante años: "No me sentía querida".

Guitarras, porros, comisarías...
Y menos cuando empezó a sentir en casa el rechazo a lo que empezó a ser su nueva vida: la calle y los amigos. Tenía solo 13 o 14 años, y todo lo que hasta entonces había sido su existencia familiar empezó a agobiarla. "Me sentía juzgada y exigida, para nada querida", recuerda en conversación con Cristina Casado para Cambio de Agujas (HM Televisión):



Dejó la comunidad del Camino y con su nueva gente llegaron "los porros" y las horas muertas tocando la guitarra en los parques. Una "vida hippy" que incluía la habilidad parar entrar en un comercio y salir de él "con la ropa puesta". Tras un verano en Santander, al regreso a casa había cambiado en muy poco tiempo una cosa en su grupo de amigos: entró la heroína. Se crearon "situaciones muy difíciles" y con el tiempo "murieron casi todos".

Pero María del Carmen continuaba yendo por libre de su casa: se enamoró de un gitano y todo su objetivo en la vida era "estar en una hoguera tocando la guitarra". Tuvo lugar un incidente que "terminó bastante feo" y que no describe, pero que se intuye porque acabó en comisaría. Su relación con Dios era nula, porque le molestaba: "La conciencia te dice las cosas que no haces bien", así que mejor no pensar en ello.

La ayuda del párroco 
Gracias a la ayuda del párroco de Elorrio ("un hombre muy importante en mi vida, estuvo siempre cerca de mí en los momentos más difíciles"), y por medio de "Don Carmelo, que aún no era obispo" [Carmelo Echenagusía, luego auxiliar de Bilbao], la llevaron a una casa para menores que atendían unas religiosas en Bilbao.

Tampoco duró mucho allí: "Toda mi vida me he sentido enjaulada, huyendo de las situaciones que me agobiaban".

Aparece Juan Luis
En torno a la mayoría de edad, Carmen estaba de nuevo en casa pero sin haber variado su actitud. Había vuelto a rezar a raíz del incidente con la policía, pero poco más. Y un día, por una casualidad (él le había "robado" el asiento), conoció a su actual marido, Juan Luis: "Un regalo de Dios, porque ni era mi tipo, ni era de mi entorno, ni yo estaba en mi mejor momento".

A pesar de su alejamiento interior, Carmen invitó a Juan Luis a las catequesis de su comunidad del Camino, que hicieron juntos. Él no quiso entrar en la comunidad, pero a los seis meses, teniendo ella 19 años, se casaron: "Él me respetaba, me dejaba libertad, me sentía querida...".

La suegra, el follón y el accidente
Todo fue "muy bonito" hasta que nació el primer hijo y entonces la intervención de su suegra y el sentirse controlada de nuevo hicieron que regresase "el follón".

Con esa espina de nuevo en su corazón, Juan Luis tuvo un grave accidente de tráfico que le tuvo al borde de la muerte y un mes en el hospital. María del Carmen vio entonces que "la vida se te va en un momento", acudió a la Biblia y siempre que la abría se encontraba con los saludos de San Pablo a las diferentes comunidades, siempre con palabras de ánimo. El párroco le recordaba también una realidad esperanzadora: "Dios no te puede fastidiar ni queriendo".

Cuando Juan Luis se curó, decidieron cambiar: "Abrirnos a la vida, en hijos y en todo". Él entró finalmente en la comunidad.

Familia numerosa
Carmen es madre de once  hijos, y ha sido duro: "Enfermedades, problemas económicos, situaciones difíciles..." También su matrimonio era un problema, porque a pesar del amor ella comprendió que las personas no cambian y que sus diferencias irán a más: "Juan Luis nunca iba a ser el marido que yo había pensado, y esas diferencias con la edad se iban a acentuar".

Sin embargo, adquirió la perspectiva salvadora: "Dejar de rebelarme y patalear siempre y aceptarlo y pedir a Dios que me ayude a aceptarlo como es". Empezó a ver las cosas como "un regalo".

Retiro de Emaús
Carmen  reconoce que ni la Virgen ni los santos le inspiraban devoción, hasta que leyendo una biografía de San Felipe Neri empezó a desear "vivir esa santidad", y leyendo a Santa Faustina Kowalska sintió "envidia de su intimidad con Dios".

Había, sin embargo, otros problemas para ella: "Me hace sufrir muchísimo cómo mis hijos destrozan su vida y no lo ven", explica sin dar más detalles.

Así que se sentía "fracasada como madre, como persona, como mujer, en la comunidad...". Hasta que hizo un "retiro de Emaús" y comprendió en él algo nuevo: "Que a mí lo que me hace sufrir no son mis hijos ni mi marido, sino mis pecados".

El sacramento de la confesión resultó redentor tras alcanzar ese convencimiento: "Jesús salió al encuentro y me quitó la mochila. Me sentí liberada del pecado. El perdón de los pecados es lo que me ha devuelto la dignidad de hija de Dios".